
El pueblo palestino sobrevive tras más de un siglo de tragedias. Trato de valorar su resiliencia y sufrimiento de forma empática, vislumbrando qué sentiría si yo, mi familia y mi gente estuviéramos en su lugar.
Aunque podríamos empezar antes, fijemos como punto de inicio de la tragedia la consolidación del sionismo en 1897, con el empeño de fundar la nación judía en Palestina. “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” fue su lema, negando de entrada la existencia de los palestinos. Una ofensa que se ha repetido incontables veces.
En 1917, el gobierno británico no tomó el parecer de la población local al apoyar un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina, a través de la famosa Declaración de Balfour. Más bien, los británicos respaldaron la oferta, suprimiendo y diezmando a la población palestina. En 1948, la creación del Estado de Israel obligó a una partición del territorio con la que el pueblo palestino evidentemente no estaba de acuerdo. ¿Qué pensaríamos si poderes extranjeros dividen nuestro país en dos? ¿Lo veríamos como un acto justo? Como sea, las armas hablaron y ambos Estados debieron existir uno al lado del otro.
Vinieron guerras y agresiones que se han repetido regularmente. La historia oficial dice que Israel siempre resistió los embates del enemigo. Sin embargo, historiadores israelíes de renombre como Ilan Pappé y Shlomo Sand, o el autor judío-estadounidense Norman Finkelstein, entre otros, han reescrito tales relatos, ofreciendo una visión distinta y hasta opuesta de lo sucedido.
Desde 1967 y hasta hoy existe una ocupación ilegal de Cisjordania y Gaza. Esta ocupación anula los derechos de los palestinos, los sume en la pobreza, complica sus rutinas diarias de formas inimaginables, los vuelve blanco de violencia constante y detona ataques que resultan en muchas muertes.
Hay asentamientos ilegales distribuidos en lo que quedó del territorio palestino. Cientos de miles de colonos israelíes viven en Cisjordania y hay grandes presiones para volver a Gaza, de donde fueron retirados en el 2006. Estos asentamientos han creado un sistema social en el que los colonos cuentan con todos los derechos y con acceso a numerosos recursos, mientras que a los palestinos se les niega lo más básico. Muchas organizaciones internacionales hablan de apartheid, palabra que significa “apartamiento” y se refiere a un sistema de segregación racial y discriminación legal de unos en favor de otros.
Los asentamientos son ilegales, según la ley internacional, y han sido condenados por numerosas resoluciones de las Naciones Unidas. Sin embargo, no solo se mantienen, sino que aumentan. Otra vez, la pregunta: ¿hay justicia en esto? ¿Qué sentiríamos si de repente nos dicen que demolerán nuestra casa para construir un parqueo o cavar un pozo?, ¿si en vez de poder usar las carreteras nos obligan a transitar por calles en mal estado?, ¿si debemos retrasarnos horas en puntos de chequeo? Y nada de rechistar, pues hay riesgo de ser encarcelados o algo peor.
Israel dice protegerse de amenazas terroristas, pero con ello oprime a todo un pueblo. No es de recibo que todos los palestinos sean terroristas, como despotrican muchos. Básicamente, la lógica usada equivale a que si en una familia alguien comete un crimen, toda la familia debe ser condenada.
Aclaro tajantemente que no apoyo el terrorismo ni me mueve el antisemitismo (una acusación frecuente en estos días). El maltrato –o, peor, el asesinato de inocentes– es un crimen en cualquier circunstancia. Los actos de Hamás del 7 de octubre del 2023 debieron ser juzgados y condenados según las leyes internacionales. En vez de eso, el Ejército israelí se aplicó en la destrucción de Gaza, aniquilando a decenas de miles de inocentes y borrando las perspectivas de vida de varias generaciones. Venganza, conquista y eliminación.
Incluso los más aguerridos defensores del Estado de Israel tienen dificultad para justificar la atrocidad. Y –repito– como el maltrato y el asesinato de inocentes es un crimen, el Estado de Israel debe ser juzgado por sus delitos. Ya hay un proceso abierto en la Corte Internacional de Justicia y, sin duda, la historia lo hará también.
Una paz duradera requiere del reconocimiento y resarcimiento de los abusos históricos cometidos contra los palestinos, del respeto a la vida y a los derechos humanos. Sin justicia no hay paz, dice un conocido lema, y no se puede hablar de justicia mientras se pisotea impunemente a un pueblo. Palestinos e israelíes merecen un futuro luminoso, donde unos y otros tengan la oportunidad de vivir en paz y libertad. Ahora mismo, eso no está en el horizonte. Hay un opresor y un oprimido, y es necesario señalarlo.
andrey.sequeiracordero@ucr.ac.cr
Andrey Sequeira es profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Costa Rica, e investigador del Instituto de Investigaciones en Salud (Inisa) de esa misma casa de estudios.