Las ciudades inteligentes no son las ciudades del futuro, sino las del presente. Una ciudad inteligente no es aquella llena de sensores y de cámaras, sino una que le saca provecho a la tecnología y articula el esfuerzo y emprendimiento de cada ciudadano, mitiga y soluciona problemas actuales y anticipa los futuros.
El enfoque de ciudad inteligente requiere de articulación de diferentes entes y profesiones y es más un concepto que una metodología.
Una ciudad se define como un núcleo eficiente. Llevamos miles de años mejorándolas y optimizándolas, pero aún existen nudos o eslabones frágiles que hacen que el sistema creado no sea eficiente. En días recientes fui al Registro para hacer un trámite para un vehículo. El timbre que lleva este proceso, o llámese “cargo por gestión”, es decir, lo que el gobierno le cobra al ciudadano por ejecutar esta diligencia, vale ¢8.000 y solo se puede pagar en efectivo. Existe una taquilla con dos funcionarios que dispensan los timbres. A usted lector y a mí nos parece muy evidente este caso de ineficiencia, pero ¿por qué a los encargados de hacer eficiente este proceso les cuesta tanto verlo?
En cuanto al transporte, nos hemos visto afectados por lo que otrora fue una solución. El modelo de ciudad actual impulsa el aumento del parque automotor, sus repercusiones no parece ser un modelo sostenible, es decir, uno que nos solucione los problemas actuales sin generar externalidades para lidiar en un futuro.
Para mitigar este efecto se necesita un cambio drástico en el sistema de transporte masivo del área metropolitana de la Meseta Central. Esta reestructuración debe planearse en función de la ciudad que queremos (compacta, conectada y completa) y requiere replantear las rutas de transporte publico para hacerlas más eficientes; integrar las tarifas e implementar otros medios de pago para facilidad del pasajero y del operario; aumentar la prioridad de paso a las unidades de transporte público (y a los vehículos de primera respuesta) y mejorar la experiencia del usuario en todos los puntos de contacto.
Para que estos procesos se hagan realidad de forma más eficiente, debe gestionarlos un órgano metropolitano, crear consorcios temáticos intermunicipales, como sucede con el área metropolitana del valle de Aburrá, en Medellín. Otros asuntos metropolitanos, como el manejo de deshechos, el monitoreo del medioambiente, el transito y la respuesta a emergencias, hacen que la gestión en toda la ciudad sea inteligente.
Esfuerzos. Hay esfuerzos aislados que empiezan a contribuir con la idea de ciudad inteligente en Costa Rica, como Cartago Histórico Digital, con el lanzamiento de su portal ciudadano para el acceso a información especializada. Como parte del esfuerzo para una ciudad más eficiente, la Municipalidad de Cartago está certificada con la norma ISO 9001.
Por otro lado, hay una emergente participación ciudadana en diferentes partes del país que ejercen presión y generan soluciones, pero que nuevamente demanda nuevos procesos, nuevos espacios y revisión de leyes.
Crear una estrategia para una ciudad inteligente es algo lógico, pero complejo; requiere de una delicada coordinación no solo entre entes públicos, como ministerios, municipalidades y proveedores de servicios, sino también con la empresa privada y la sociedad civil.
En la medida en que la eficiencia de cada uno de los pilares de una sociedad aumente, mejorará la calidad de vida de las personas y se incrementará la producción económica de la ciudad. De igual forma, el impacto medioambiental disminuirá en concordancia con la necesidad de promover el desarrollo sostenible en nuestra región.
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Una ciudad inteligente es, entonces, una ciudad competitiva con un espíritu innovador. La ciudad debe tener la capacidad de competir con otras ciudades a escala regional y atraer emprendimientos, innovación y capital. Además, es una ciudad consciente de sus recursos. Esto comienza con la reducción del consumo de energía, pero también incluye la forma como obtenemos, usamos, transformamos o reutilizamos los recursos necesarios en los grandes ecosistemas de las áreas urbanas. Y, por último, es una ciudad con valioso capital social y humano.
Nuestra economía se torna cada vez más hacia el conocimiento. El aprendizaje es esencial, lo cual demanda mejores instalaciones educativas, que respondan a las demandas actuales y futuras de la sociedad.
¿Que mejor manera de predecir el futuro de nuestra ciudad si no es creándolo entre todos?
El autor es arquitecto urbanista.