Si usted siempre anda apurado y se enoja por no recibir una solución de inmediato, está enfermo; si toca la bocina para que el auto de adelante avance en rojo o en media presa, está enfermo; si siempre va con prisa y espera que quienes le rodean sigan su ritmo, está enfermo; y si el descanso, que es tan necesario, le agobia, está enfermo.
Vivimos en una sociedad profundamente afectada por diversos factores tecnológicos y sociales que están deteriorando nuestra salud mental. La inmediatez con la que deseamos obtener respuestas, soluciones o simplemente llegar a un lugar nos ha sumido en la enfermedad del apuro, una condición psicológica que se manifiesta a través de una constante prisa y urgencia en la vida diaria, afectando negativamente el bienestar emocional y mental.
De hecho, según la Asociación Estadounidense de Psicología, un alto porcentaje de adultos en países desarrollados reporta grados significativos de estrés relacionados con la falta de tiempo y la presión constante, lo que refleja la prevalencia de problemas asociados con el apuro en la vida cotidiana.
La cronicidad del estrés, el mal humor, la ansiedad, la constante preocupación por medir el tiempo para hacerlo todo y el sinfín de relaciones personales fracasadas son señales claras de que usted está padeciendo la enfermedad del apuro.
Reflexionemos sobre cómo estamos organizando nuestras vidas, cómo gestionamos nuestro tiempo, qué esperamos de quienes nos rodean y cómo nos relacionamos con las personas que amamos.
Detenerse y tomar conciencia es la medicina que debemos administrar. Al darnos cuenta de nuestras acciones, gestionaremos nuestro tiempo de manera más eficiente, priorizaremos y planificaremos lo que realmente importa, sin caer en la trampa de la procrastinación o la baja productividad. Es importante establecer límites, tomar pausas, desacelerar el ritmo, cuidarse, desconectarse y, eventualmente, buscar apoyo.
Una cosa es el sentido de urgencia para realizar aquello que lo amerita y otra vivir en un constante estrés y una lucha contra el tiempo. Realmente, el apuro constante no es una solución, sino más bien un acelerador hacia el agotamiento y la causa de ciertos trastornos o enfermedades. Darnos cuenta de ello significa ser conscientes de los síntomas de la enfermedad del apuro para poder erradicarlos y evitar que nos consuman.
Deténgase y mantenga la calma. Recuerde que el conductor al frente, al hacer el alto, no está enfermo; simplemente sigue su propio ritmo. Las personas tienen sus agendas y no siempre están disponibles o conectadas al celular, así que no se impaciente cuando vea en el WhatsApp el doble check azul del que no recibió respuesta. Piense que la falta de inmediatez no indica ineficiencia. Si usted pierde el control, entonces, alerta: usted está enfermo.
Es hora de desacelerar y recuperar la salud mental que la prisa nos ha arrebatado. La verdadera eficiencia no se mide por la rapidez con la que actuamos, sino por la calidad de vida que logramos al encontrar el equilibrio entre el hacer y el ser. No permita que la enfermedad del apuro dicte su vida; recuerde que el bienestar no se alcanza corriendo, sino caminando con calma.
El autor es director de la carrera de Psicología de la Universidad Fidélitas.
Texto producido durante un taller sobre cómo escribir un artículo de opinión, impartido a directores, subdirectores de carrera y profesores de la Universidad Fidélitas por Guiselly Mora, editora de La Nación.
