
El debate llegó a Costa Rica. No es nuevo. Desde hace años, en muchos países se ha abierto la discusión, y a partir de ello, se han establecido restricciones para el acceso al celular, a Internet y a las redes sociales, tanto en el aula, como en otros ámbitos, sobre todo para la niñez.
Si bien sorprende que a pocos meses de terminar un gobierno se lance una propuesta tan disruptiva, me parece una de las decisiones más acertadas en materia de formación y educación de la niñez costarricense que se ha tomado en por lo menos los últimos 10 años.
Sin embargo, he visto también que hay un elemento o efecto que ha estado ausente en el debate, tanto en la justificación de la medida por parte de las autoridades, como en las posiciones a favor y en contra que se han expuesto en medios de comunicación.
Básicamente, los argumentos de una y otra parte se han centrado en si el acceso a Internet por medio del celular (ya que, al final, no es tanto el aparato en sí, como el hecho de que este es la puerta de entrada a Internet y a las redes sociales) es una herramienta para la educación de los y las menores, o más bien un objeto de distracción, indisciplina y complicación dentro los procesos pedagógicos de enseñanza-aprendizaje en las aulas.
LEA MÁS: Editorial: Celulares en las aulas están prohibidos en 40% de los países: ¿dará Costa Rica ese paso?
Que los celulares son distractores es algo que está más que documentado; que un niño o niña se distrae fácilmente y uno de los mayores retos de cualquier sistema educativo es mantenerlos enfocados, también se sabía, y desde hace mucho tiempo. Con o sin teléfono, esto es un reto.
Que el acceso a Internet a través de un celular puede ser la puerta a mucha información y estrategias para la enseñanza-aprendizaje, es totalmente cierto, pero también que el 90% de las personas acceden a Internet por puro entretenimiento y nada más. O sea, que educar con las nuevas tecnologías debe estar condicionado por el modelo pedagógico y no por la disposición del menor a que tenga o no un teléfono inteligente.
Entonces, ¿cuál es el principal problema y riesgo del celular y de Internet en la niñez y, en especial, dentro de los centros educativos?
LEA MÁS: Alzo mi voz a favor del uso del celular en el proceso educativo
Una palabra: socialización
Parece que a todos se nos escapa y, con peor tino, a las ciencias del comportamiento humano (psicología social, sociología, antropología), que la condición fundamental que nos hace humanos es la capacidad que hemos desarrollado, desde los albores de nuestra especie, para establecer relaciones sociales e interpersonales. Gracias a estas no solo sobrevivimos como especie, sino que hemos logrado crear culturas y civilizaciones, conocimiento ilimitado –tecnología de por medio–, lo que ha permitido a nuestra especie ocupar el mundo.
Esta capacidad de socializar, de establecer relaciones interpersonales, es lo que nos convierte en sociedades complejas, con sus conocimientos, mitos y creencias. Como individuos, desde los primeros momentos de vida, nos sometemos a múltiples niveles de socialización: desde la familia, pasando por las comunidades y el sistema educativo, como uno de los de mayor peso, y todos los demás espacios en los cuales, siempre, interactuamos con otras personas y el entorno.
Principalmente la infancia, pero también la adolescencia, son esas etapas de la vida en las cuales la socialización es fundamental. Es la etapa en la cual los modelos de socialización determinarán el tipo de persona que será cada quien en la vida adulta, y de ahí, el tipo de sociedades que asumirán y harán funcionar. O no.
La evidencia científica es abundante en documentar que durante la niñez, los juegos, los intercambios sociales y todo el tipo de interacción que se genera entre niños y niñas de edades similares, es el fundamento central para su adecuado desarrollo y la formación de su concepción y entendimiento del mundo que los rodea y el cual deberán enfrentar en la adultez.
Y es ahí donde se nos olvida, omitimos o ignoramos el principal impacto de los celulares y el uso que se les da entre los y las menores de edad: que rompe todos los esquemas de una socialización sana, adecuada y necesaria para el buen desarrollo de las personalidades que determinarán, en muchos aspectos, las personas que serán.
El uso desmedido de los smartphones genera aislamiento del menor, que se encierra cada vez más y por más tiempo en “realidades virtuales” que lo desconectan de la vida real, de su entorno, de sus semejantes.
La hora de “salir a recreo” era el momento en el cual se generaban algunos de los espacios de socialización más significativos para cualquier menor de edad. En cambio, ahora es cada vez más común ver a muchos niños y adolescentes aislados con sus celulares, ajenos a lo que los rodea; perdiendo, irreversiblemente, la oportunidad de establecer relaciones interpersonales.
Rebobinemos para volver a los fundamentos científicos demostrados desde hace años: mucho del contenido de Internet, en especial las redes sociales y otras plataformas de entretenimiento se han catalogado como adictivos y desde procesos judicializados en EE. UU. contra las grandes tecnológicas.
Quedó demostrado (y por ellos aceptado) que sus diseños se basan en recomendaciones desde la psicología del comportamiento, la antropología social y la neurociencia para poder “enganchar” al usuario, o sea, generar el equivalente a una adicción que haga al consumidor volver, una y otra vez, y cada vez más, al mismo producto. Y toda adicción genera aislamiento, ruptura con la realidad.
No ha existido, nunca, una sociedad sin socialización.
Bohián Pérez Stéfanov es antropólogo.