A un año de la más horrenda masacre que ha sufrido el pueblo judío desde el Holocausto, le escribo a usted, el antisemita. No lo hago porque merezca elogio, sino porque su irracional y repulsivo odio solo ha servido para fortalecer aquello que precisamente pretende destruir.
Su desprecio es tan antiguo y predecible como el tiempo mismo, pero aquellos a quienes dirige su furia hemos aprendido a resistir, evolucionar y florecer, incluso en los entornos más adversos y oscuros jamás imaginados.
Como el roble que se fortalece con el furor del viento, con cada uno de sus golpes, calumnias y arrebatos, usted ha conseguido reafirmar nuestro sentido de pertenencia y el apego a las tradiciones milenarias indestructibles que tanto le incomodan.
Cada uno de sus actos cobardes será recordado en la infamia de su macabro historial, con el que durante años ha intentado desatar el caos y derribar lo inquebrantable: nuestra esperanza.
Las redes sociales, de las que tanto disfruta, se han convertido en un caldo de cultivo perfecto para perpetuar los ataques personales, amenazas e insultos más burdos e inhumanos. Sin embargo, olvida que ahí queda el registro de ese veneno que lleva dentro y de esa animadversión que, sin justificación alguna, se transmite como una enfermedad viral. En algún momento, en algún lugar, alguien terminará señalándolo por ello.
Sus abominables discriminaciones no nos destruyen. Al contrario, despiertan en nosotros un sentido de unidad y propósito que usted probablemente jamás comprenderá. Cada intento por separarnos o aniquilarnos alimenta nuestro amor por la vida y nos recuerda que somos parte de un pueblo que durante milenios ha sobrevivido a todo.
Con cada gesto hostil, usted intenta apagar una llama que ha permanecido ardiendo desde tiempos inmemoriales. Sepa que esa llama no se extingue, ni se extinguirá. Se alimenta de la memoria de aquellos que nos precedieron, quienes enfrentaron horrores indescriptibles y, aun así, resistieron. Sus manos intentan borrar nuestra identidad, pero lo único que logran es afianzarla más. Nos ha enseñado, a través de su desprecio, a valorar lo que somos y a defender con más ímpetu aquello que intenta suprimir.
Cree que con su odio puede destruirnos, pero lo que ha hecho es prepararnos para desafíos aún más grandes. Nos ha mostrado que con la piedra lanzada se construyen cimientos más sólidos, y que con cada rechazo nos impulsa a encontrar caminos aún no recorridos. Ha fracasado en su intento de reducirnos a escombros, porque incluso desde las ruinas hemos aprendido a florecer. Como el ave fénix, resurgimos una y otra vez de las cenizas.
Esta es la gran paradoja que usted no logra comprender: su odio no nos destruye, nos rejuvenece. Su xenofobia no nos destruye; al contrario, nos impulsa a resistir con más ímpetu y a vivir con la certeza de que la historia está de nuestro lado.
Siga usted extraviado en el laberinto de su rencor, que nosotros aprovecharemos ese tiempo para innovar constantemente en favor de la humanidad. En este mundo que usted imagina dividido, en realidad somos uno, y en esa unidad encontramos la fuerza que usted jamás podrá comprender.
El autor es abogado.