Mucho falta por saber de ómicron, la nueva variante del coronavirus. Se le considera entre las mutaciones causantes de preocupación y se sospecha la posibilidad de que sea más contagiosa y agresiva, pero no hay certeza. Ni siquiera es posible asegurar su comportamiento frente a las vacunas existentes. Se ha especulado sobre la eventual vulneración de la barrera de la inoculación, pero es muy pronto para afirmarlo. Solo hay dudas, preocupación y mucho estudio por delante.
Ni siquiera hay unanimidad de criterios sobre las medidas necesarias para enfrentar el surgimiento de la variante. Algunos países aplicaron inmediatas restricciones de ingreso a personas provenientes de Sudáfrica y sus países vecinos. Israel se aisló por completo, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) pone en duda la eficacia de esas reacciones y advierte sobre la posibilidad de efectos adversos, como la creación de incentivos para ocultar la detección de la variante por temor al daño económico de una restricción de viaje.
Pese a la incertidumbre, dos conclusiones aparecen con toda claridad. Por un lado, es imprudente cantar victoria frente a una pandemia cuyos dos años de duración y fuertes repercusiones económicas, políticas y sociales provocan cansancio y ánimo de bajar la guardia. Europa lo supo antes de verse amenazada por la nueva variante, pero su surgimiento seguramente afianzará las medidas adoptadas para enfrentar la cuarta ola de covid-19 ya desatada sobre el continente.
Portugal, el país más vacunado de la Unión Europea, con un 87 % de los ciudadanos completamente inoculados, optó por la prudencia antes del surgimiento de la última ola y mantuvo medidas de precaución que habían sido abandonadas en otras naciones. Ahora, esas medidas vuelven a cobrar vigencia a lo largo y ancho del territorio europeo.
La segunda lección de la variante ómicron ya era conocida, pero no ha sido puesta en práctica. Nadie estará seguro mientras el planeta no esté vacunado. Eso incluye vencer la resistencia de quienes se niegan a remangarse la camisa por temor o ignorancia y los millones de seres humanos abandonados a su suerte por la escasez de vacunas y el acaparamiento en naciones poderosas.
Ómicron surgió en Sudáfrica, donde solo el 35% de la población está completamente vacunada. La cifra la pone a la cabeza de sus vecinos, pero muy lejos de los países con mayor avance. África es un continente por vacunar y el virus encuentra en la facilidad de transmisión incontables oportunidades para mutar hasta dar con nuevas cepas exitosas, capaces de imponerse a las preexistentes, como sucedió con la variante delta, detectada por primera vez en la India.
El presidente estadounidense, Joe Biden, calificó la nueva variante como “una causa de preocupación, pero no de pánico” y, luego de pedir a sus conciudadanos vacunarse, incluso con terceras dosis, y volver a adoptar el uso de mascarillas en espacios cerrados, reconoció la inevitabilidad del arribo de ómicron a los Estados Unidos. En consecuencia, dijo, es un imperativo moral y también de interés propio acelerar el ritmo mundial de vacunación. Según el mandatario, su país ya donó 275 millones de dosis y entregará otros 1.100 millones de aquí a setiembre del 2022, pero pidió al resto del mundo unirse en el esfuerzo. Mientras no lo hagan, la ruleta de las variantes seguirá girando.
Las lecciones para el mundo son exactamente las mismas para Costa Rica. Pese al avance de la campaña de vacunación, es preciso no bajar la guardia y mantener las demás medidas de precaución. También es necesario convencer a quienes se resisten a la vacuna y llegar hasta la última persona excluida de la inmunización por cualquier otro motivo.
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