El tiempo ha sido el gran dilema de la humanidad, pues su transcurso ininterrumpido conduce a valorarlo en su forma más dinámica, es decir, que no podemos capturarlo ni detenerlo, por lo cual debemos programar, vivir, disfrutar y, luego, recordar.
Lo hemos concebido como pasado (lo hecho), presente (lo que estamos haciendo) y futuro (lo que haremos). Incluso con la claridad de que a la cinta de la película del pasado, como afirma el prospectivista colombiano Francisco Mojica, no nos es posible cambiarle ni un milímetro; pues el futuro nadie lo sabe, pero sí sabemos que las decisiones del presente van dando forma al futuro.
Para grandes personajes de la historia con mucho interés en el estudio del tiempo, como san Agustín, la conceptualización es uno de los retos más grandes, y lo decía en una frase de su obra Las confesiones de san Agustín, capítulo XI: «¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me lo pregunta no lo sé».
Hurgando más profundo, él llegó a defender de manera enérgica que el pasado y el futuro no existen, solo el tiempo presente. «El pretérito ha dejado de existir y el futuro no existe aún», argumentaba.
La reflexión filosófica sobre el tiempo es una de las cosas más inspiradoras para el ser humano, y cuando nos dedicamos a la prospectiva, lo es aún más. Escribí en otras ocasiones que ese futuro que todavía no existe, como indica el santo obispo de Hipona, podemos construirlo mediante la ficción, la utopía o la anticipación; el pasado debemos estudiarlo rigurosamente para encontrar patrones, señales que nos indiquen por qué vivimos este presente y no otro, pero también nos proporciona algunas pistas de lo que nos esperaría en el futuro.
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Mañana a la medida. Tenemos ideas concretas acerca de la forma de concebir el tiempo, que pueden sernos de gran utilidad para la vida. La primera es que el pasado no tiene por qué condicionar el futuro. La segunda es que el futuro debemos construirlo. La tercera es que en el presente debemos tomar las decisiones que nos permitan alcanzar ese futuro deseado que construimos.
Cuando un ser humano, una nación, una empresa o una institución alcanzan el futuro propuesto, la dicha de mirar hacia atrás y ver los momentos de pequeñas victorias, de fracasos, cuando las fuerzas faltaban, pero aparecía alguien y volvía a cargar de energía a los demás, representan una de las mayores satisfacciones; incluso tiene la capacidad de evocar momentos felices.
En una frase que se le atribuye al capitán Jack Sparrow, en una de las entregas de Piratas del Caribe, él dice que no es importante el destino, sino el viaje que uno emprende para llegar.
Claro que entendemos que el capitán Jack siempre tenía una brújula que lo llevaba hacia lo que más apetecía, y en la vida real las cosas funcionan de esa manera. Teniendo claro cuál es el porvenir anhelado y la convicción de que va a llevarse a cabo el esfuerzo disciplinado y perseverante para lograrlo, cuando se está ahí ya no somos los mismos, sino mejores personas, empresas o naciones; y nos deleitaremos mirando el recorrido efectuado.
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Irrealidad y realidad. En el 2002, el Instituto Nobel y el Club del Libro Noruego junto con escritores reconocidos de 54 países hicieron una encuesta y calificaron las mejores 100 novelas de la historia. El primer lugar se lo otorgaron a El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha y el segundo a En busca del tiempo perdido, del escritor francés Marcel Proust.
La primera, distinguida como la mejor obra literaria jamás escrita, es una exaltación del futuro en su forma más sentida y ficticia, pero la segunda es el rescate de lo vivido como fuente de inspiración.
Para Proust, en su obra de aproximadamente 1.200 páginas y dividida en siete partes, no hay más felicidad que la del recuerdo, el único capaz de hacernos revivir el pasado cuando fuimos dichosos, pues, como afirma en una frase famosa, «los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos».
Las últimas tres partes fueron publicadas de forma póstuma; a la que cierra la denominó El tiempo recobrado, la cual puede descargarse gratuitamente y contiene el concepto del tiempo pasado como inspiración.
Traídos los escritos de san Agustín, Cervantes y Proust a la planificación del desarrollo, encontramos la relevancia técnica y política de que el nudge —como decía el premio nobel Richard Thaler— necesario para definir el futuro de un país está en responder de manera colectiva las cinco interrogantes estratégicas: quién soy, por qué existo, de dónde vengo, para dónde voy y cómo llegar allá.
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Planificación del desarrollo. La primera ayuda a encontrar la identidad. La segunda, la razón de ser. La tercera, historia y aprendizaje. La cuarta, el futuro que queremos construir. La quinta, nuestra estrategia.
Esta es la esencia de la disciplina llamada planificación del desarrollo, y que ayuda a explicar por qué fracasan muchos países y empresas en la vida no obstante el empeño, y, por el contrario, otros triunfan. Veamos cada pregunta.
Lo típico es no tener identidad propia y querer ser como otros países. Entonces, como dijo alguna vez el expresidente Rodrigo Carazo Odio, «por llegar a ser lo que no podemos ser, perderemos la oportunidad de ser lo que si hubiéramos podido».
Lo segundo es tener un Estado con una muy baja creación de valor público, esto es, que ha perdido la claridad con respecto a cuál es su razón de ser. Los indicadores de gran desigualdad social, deterioro del ambiente, pérdida de competitividad, mala calidad de la educación son ejemplos de ello.
Lo tercero es renunciar a lo bueno que se hizo en el pasado, argumentando que todo fue corrupción y derroche e ignorando grandes logros que tuvimos y por qué los tuvimos. ¿Qué hicimos bien?
Lo cuarto es la renuncia a pensar en el futuro de manera colectiva y sistemática. La preferencia a plantear metas rimbombantes de gran riqueza como mercadotecnia, sin estrategia.
Lo quinto es la estrategia, que se ha simplificado a los planes nacionales de desarrollo que por lo general son la programación de las actividades tradicionales de las instituciones públicas.
A esas cinco interrogantes las llamo «las preguntas del psiquiatra». Cuando se emprende un proceso de planificación en un país, una empresa o una organización social, es fundamental partir de saber si se tienen claras las respuestas a esas preguntas, y solo entonces se toman las decisiones sobre lo que va a hacerse.
No suponer que con la estrategia todo será perfecto y asunto resuelto; lo que se da por un hecho es que los esfuerzos irán encaminados hacia el alcance de propósitos comunes, como maximizar la creación de valor para todas las personas, por ejemplo.
Proust escribió en su novela «¡cuántas grandes catedrales permanecen inacabadas!», pero fueron bien diseñadas por los arquitectos.
El autor es docente en la UNA y la UCR.