Las reformas electorales para ponerse en práctica en las elecciones del 2014, dentro de nueve meses, resultaron fallidas. El fracaso fue general. No hubo voluntad política. Mediaron otros intereses, políticos o particulares, menos el fortalecimiento de la democracia. Solo el TSE cumplió.
Este tiempo se consumió políticamente en rencillas y denuncias entre los partidos y aun en el seno de estos. La genuina competencia política, en orden a resolver los problemas nacionales, se vio ofuscada por los pleitos de aldea. Ni siquiera los partidos atacaron de frente el problema político primordial: la reforma del reglamento legislativo. ¡Una soberana calamidad nacional! Cuando la política desciende a este estado de inacción, la enfermedad ha calado muy hondo…
Tan hondo que el gran tema político en estos días han sido, principalmente, las denuncias de corrupción en el seno del Movimiento Libertario, tal como se informó ayer. Me refiero a este partido por estar en el tapete crítico desde la campaña política, hace tres años, y porque, a juzgar por las últimas denuncias en estos días, al parecer esto no tendrá fin. La Fiscalía le ha atribuido a este partido el cobro de ¢240 millones por haber presentado listas ficticias de participantes en este torneo electoral. La defensa que intentaron los dirigentes de este partido carece de sustento. Más bien, estos, al pretender inculpar a otros partidos de actos dolosos en dicha campaña, han agravado su propia situación, pues el Movimiento Libertario ha evidenciado la complicidad de altos dirigentes, como si se tratara de un plan preconcebido.
Precisamente esta acción al parecer planificada, la carencia de razones para justificar estos hechos en una campaña electoral y su reiteración ponen de manifiesto cuán grande ha sido el deterioro de la política nacional. Por otra parte, al verificar la renuencia a las reformas electorales, como queda dicho, a lo largo de tres años, de parte de los partidos, uno se pregunta si la crisis no abarca solo a la dirigencia política, sino al concepto mismo de democracia y vivencia de los valores democráticos.
¿Será posible un esfuerzo de última hora de tipo político y moral, de parte de todos los partidos, para revertir esta situación y granjearse, con algunas decisiones, la voluntad de los votantes? Pareciera que el tiempo nos ganó ya la partida, y si así fuera, este sería un baldón para la política nacional, que no augura tiempos mejores para los años que vienen. Y si, al menos, se comprobase una reacción o sanción popular para los responsables, el sufrimiento no sería tan grande. Pero tampoco nos queda esta esperanza. Frente a lo político, al parecer, prevalecen el aletargamiento y, peor aún, la indiferencia.