
Estamos entre los países más felices del mundo, pero también entre los más desiguales de toda Latinoamérica.
Somos un país feliz, pero sufrimos un aumento constante en la inseguridad.
Somos un país feliz, pero arrastramos y profundizamos las consecuencias del llamado “apagón educativo”, como lo advierte el X Informe del Estado de la Educación.
Somos un país feliz, pero ocupamos el tercer puesto con más jóvenes que ni estudian ni trabajan entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Jóvenes que, cada vez más, dejan de creer en las candidaturas y en la política tradicional.
La mayoría todavía considera que votar es un deber, pero el ganador de las últimas elecciones fue el abstencionismo, lo cual aumenta el riesgo de dejar morir la fiesta democrática y la alegría de un pueblo que creía en el privilegio de la libertad. ¿Cómo creer hoy en las promesas de las candidaturas si se ha vuelto un patrón que, en campaña electoral, solo digan lo que el electorado quiere escuchar, aun sabiendo que muchas de las propuestas son meras palabras vacías?
Es necesario formar personas críticas, que cuestionen, que denuncien y que exijan de vuelta la Costa Rica de oro. Toda la niñez costarricense merece educación de calidad, no solo unos cuantos, y no se trata de exigir el mínimo al gobierno, se trata de ir más allá, pues todos merecemos tener acceso al mejor aprendizaje.
Debemos reclamar que las disciplinas artísticas, esas que permiten el desarrollo de las habilidades blandas y aptitudes para la vida, sean parte de la malla curricular básica. La tolerancia, la creatividad y el pensamiento crítico también se aprenden mediante la danza, el teatro y la música. Se trata de espacios seguros donde, desde edades tempranas, el estudiantado logra explorar su identidad, aprende sobre el trabajo en equipo y la disciplina. También son medios a través de los cuales denunciar los problemas de la sociedad.
Iniciativas como las secciones bilingües del MEP promueven un aprendizaje integral mediante la inclusión de estas asignaturas; sin embargo, a nivel nacional, son muy pocos los centros que poseen este tipo de programas. De ahí la relevancia de comprender al arte como un poderoso vehículo de agencia y como manifestación plena de la libertad de expresión.
No en vano, Bertolt Brecht dijo: “El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”.
Sofía Tamara Picado Elizondo es estudiante de Relaciones Públicas en la UCR.