Dos libros, escritos uno por una nieta y otro por un nieto, sobre su abuelo Federico Sobrado Carrera remozan la historia de este visionario empresario, dinamizador de Guanacaste en las primeras cuatro décadas del siglo XX. El primero es La casa de la independencia, de Martha García Sobrado, fue publicado recién en México y han circulado algunos ejemplares en nuestro país. El segundo, aunque primero en el tiempo, es Federico Sobrado Carrera, el abuelo, emigrante español, colono y pionero de 1854 a 1938, de Federico Sobrado París, fue elaborado hace varios años y circuló en una edición digital limitada, que algunos han impreso. Las citas textuales que leerán pertenecen a este último libro.
Más allá del interés que pueda tener para sus descendientes, dentro de los cuales me incluyo, la figura de Federico por su experiencia empresarial es de interés para la historia económica nacional como una experiencia de desarrollo agroindustrial dinamizadora de la economía regional a partir de la apertura del monopolio de la producción de alcohol.
Viaje. Federico, inmigrante a los 15 años –para que no lo utilizaran como carne de cañón en las guerras carlistas de España–, viajo a Argentina. Ahí tuvo una rica experiencia en ese país donde amasó una pequeña fortuna al comerciar caballos hacia Chile a través los Andes. Con esos recursos compró un barquito y viajó solo hasta Panamá. Pretendía colaborar en la construcción del canal, pero cuando llegó se encontró con que el constructor del canal de Suez, Ferdinand de Lesseps, había fracasado. Se vino entonces para Costa Rica, donde se casó con la guanacasteca Pacífica García, hija de Tomás Guardia, e inició exportaciones de maderas de Guanacaste a Alemania.
Con algún ahorro compró la hacienda Santa María, actual parque nacional, donde inició su actividad agropecuaria con la utilización de tecnología. Luego compró la hacienda El Gran Tempisque, la cual gozaba de un permiso gubernamental para destilar alcohol en su trapiche. Pronto lo transformó en un ingenio e inició el camino a un desarrollo agroindustrial que dinamizó la economía regional. Desde El Tempisque se expandió con la compra de territorios de La Chocolata, las haciendas Maderas Negras, El Real y Las Delicias. Así se convirtió en el mayor terrateniente de la zona. “La producción del ingenio por él instalado era poco menor de los doce mil quintales de azúcar, cifra suficiente para abastecer la mitad del mercado guanacasteco de entonces”.
Permiso. En 1907, bajo decreto del presidente González Víquez, se le otorgó la concesión de destilar alcoholes puros y de baja graduación. La destilería operaba con maquinaria francesa Lavalle, con cuatro cubas para la destilación de 4.200 litros cada una. La apertura del monopolio de la Fábrica Nacional de Licores (Fanal) se mantuvo por más de 30 años.
En este tiempo se diversificó la actividad industrial; bajo la dirección de Arnoldo Heger se instalaron una fábrica de candelas, otra de jabón, un beneficio de arroz y un procesador de madera. El beneficio de arroz tenía maquinaria alemana y el aserradero un equipo moderno que le permitía machimbrar la tablilla. Años después se montó la fábrica de hielo que abastecía Liberia, a pesar de que se duraba seis horas en carreta.
La electricidad era de uso común en El Tempisque, mientras permanecía desconocida en el resto de la provincia. Las obras de la agroindustria requerían de gran infraestructura, que incluía un tanque con péndulo para recoger aguas del río para abastecer sus industrias y proveer el consumo, así como un puente colgante de 100 metros de largo sobre para facilitar el transporte de trabajadores, materias primas y productos.
“Este desarrollo agroindustrial a la vera del gran Tempisque era movilizado por energía de vapor, para lo que disponía de tres calderas” que se alimentaban con leña y el bagazo producto de la trituración de la caña.
El desarrollo agroindustrial requería de servicios técnicos de apoyo tanto de profesionales como de mecánicos y de una red de transporte capaz de llevar los productos a las ciudades de Guanacaste y el puerto de Puntarenas, tal como lo requería el acuerdo con el Gobierno.
La operación del Gran Tempisque requería de circulación de dinero que la hacienda facilitaba en forma de “chapas” con valor de cambio, que circulaban en toda la provincia; así como confianza y apoyo bancario.
Una actividad complementaria de la industrialización fue la cría de cerdos al pastoreo y la explotación de apiarios. “Los pastizales eran asistidos por doce máquinas podadoras tiradas por bueyes, que asimismo desyerbaban los cañales… limpiaban cada una a razón de dos hectáreas diariamente”. El hato era de 16.000 cabezas de ganado y el ganado caballar de más de 1.500 cabezas.
Las inundaciones anuales del Tempisque dejaban cardúmenes de sardinas que eran recogidos con redes y servían para alimentar la piara para la industria del jabón y candelas. La harina de pescado era utilizada para la producción porcina.
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Monopolio. La producción de alcohol, eje de este polo de desarrollo que ocupaba mano de obra de las poblaciones vecinas y estimulaba el empleo en las ciudades, se vio interrumpida por la prohibición que estableció la administración de León Cortés Castro (1936-1940) –paradójicamente el último de los gobiernos liberales– para devolverle el monopolio a la Fanal.
Esta prohibición coincidió con la muerte de Federico y estimuló la diáspora de sus hijos e hijas a otras actividades y regiones. Carentes de la actividad centrífuga que le permitía estimular e integrar la economía local, el Gran Tempisque desapareció y, aunque como hacienda siguió teniendo peso, no volvió a tener el dinamismo y la relevancia de sus buenos momentos.
El autor es sociólogo.