Toda institución es una estructura, con componentes y procesos específicos. Pero su resultado depende, sobre todo, del talento, voluntad e interacción de su gente. Pocas, en nuestro país, lo reflejan con tanta claridad, independencia y rigor como el PEN.
Miguel Gutiérrez fue su creador e impulsor visionario; quien lo consolidó, expandió y dotó de estabilidad. Jorge Vargas lo llevó a nuevos estadios de excelencia, con instrumentos metodológicos de nueva generación y un creciente impacto público. Ambos supieron conformar y nutrir un competente y motivado equipo profesional, razón clave de su éxito. Sin duda, Isabel Román expandirá sus admirables legados.
Cuando nació, el concepto de desarrollo humano sostenible (DHS), guía del PEN desde entonces, aún era novedoso, pero ya había superado al producto interno bruto (PIB) como referente central de progreso o bienestar. Su eje está en la construcción de capacidades y oportunidades, por y para las generaciones de hoy, pero con responsabilidad por las que vienen. Sus dimensiones incluyen equidad, ambiente, educación, salud y el ejercicio de la libertad. Apuesta al desarrollo económico, no como fin, sino como medio.
Sin darle ese nombre, desde finales del siglo XX Costa Rica apostó por el desarrollo humano. No en balde, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) nos escogió para lo que en 1994 era un proyecto piloto, en alianza con la Defensoría de los Habitantes, la Unión Europea y el Consejo Nacional de Rectores (Conare), que luego lo asumió como Programa.
Hoy es el más longevo de su tipo en el mundo. Tiene a su haber 31 informes sobre el Estado de la Nación, diez de la Educación, siete de la Región, cinco de la Justicia y uno de Ciencia, Tecnología e Innovación, que mutó en la plataforma Hipatia. Esto dice mucho de sus líderes y equipo, pero también de la capacidad institucional de Costa Rica. Es algo que debemos mejorar, no erosionar, ni permitir que se destruya.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.