El desempleo juvenil representa uno de los desafíos más persistentes y costosos para las economías emergentes. Aunque sus efectos inmediatos son visibles en los índices laborales y la pérdida de ingresos, sus impactos más profundos –y muchas veces menos perceptibles– tienen implicaciones duraderas para el desarrollo económico, la cohesión social y la estabilidad institucional de los países.
Algunos de los principales costos sociales y económicos del desempleo juvenil, según la literatura económica, son los siguientes.
Pérdida de capital humano y trampa de bajo empleo
Uno de los efectos más críticos de este flagelo es la pérdida de capital humano. Los jóvenes que no logran insertarse en el mercado laboral enfrentan un fenómeno conocido como scarring, que se refiere a las cicatrices duraderas en sus trayectorias laborales: pierden habilidades, sus conocimientos se desactualizan, y sufren reducciones en su empleabilidad futura. Esto limita su potencial productivo durante toda su vida. En muchos casos, quienes sí consiguen empleo lo hacen en condiciones precarias –trabajo informal, mal remunerado o sin protección social–, por lo que quedan sumidos en una trampa de bajo empleo desde etapas tempranas. Esta trayectoria deteriorada reduce la productividad nacional y, por ende, el potencial de crecimiento económico a largo plazo.
Reducción en el crecimiento económico y menor retorno demográfico
El desempleo juvenil impide que los países aprovechen lo que se conoce como bono demográfico; es decir, el potencial crecimiento económico derivado de una población joven en edad productiva. Cuando esta población no está empleada ni en formación, el país pierde una ventana de oportunidad histórica para incrementar su producción (PIB) per cápita y mejorar su competitividad internacional. Estudios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional han documentado que una alta tasa de desempleo juvenil puede reducir de forma significativa el aumento del PIB, especialmente en países donde los jóvenes representan una proporción importante de la fuerza laboral futura.
Costos fiscales y presión sobre sistemas de protección social
Cuando una proporción significativa de jóvenes no trabaja ni estudia, los gobiernos enfrentan una doble carga: por un lado, perciben menos ingresos fiscales debido a la menor contribución tributaria de esta población; por otro, deben aumentar el gasto público en programas de asistencia social, salud mental, seguridad pública y formación profesional. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el desempleo juvenil prolongado puede representar entre el 1% y el 2% del PIB anual en costos fiscales directos e indirectos en economías emergentes. Además, se genera un costo de oportunidad al desviar recursos públicos que podrían haberse invertido en infraestructura, innovación o educación.
LEA MÁS: Ni estudiar ni trabajar: las consecuencias a largo plazo para los ninis y la sociedad
Inestabilidad social y riesgo político
La falta de empleo en personas jóvenes está vinculada a mayores niveles de frustración social, exclusión y malestar político. Jóvenes sin oportunidades económicas son más susceptibles a caer en redes delictivas, violencia, migración forzada o movimientos extremistas. La literatura empírica ha documentado una correlación entre altas tasas de desempleo juvenil y episodios de inestabilidad política. La falta de inserción laboral también debilita la confianza de los jóvenes en las instituciones democráticas, alimentando el desapego político, el abstencionismo electoral y la polarización.
Costos psicológicos y deterioro del bienestar
Los efectos de esta problemática no son solamente económicos. Numerosos estudios en psicología y economía conductual han documentado el impacto negativo en la salud mental y emocional de los jóvenes desempleados. Los jóvenes sin trabajo experimentan con mayor frecuencia ansiedad, depresión, baja autoestima y pérdida de sentido de propósito. Este deterioro del bienestar psicológico tiene efectos en cadena: reduce su motivación para buscar trabajo, disminuye su rendimiento en futuras actividades y puede perpetuar un ciclo de exclusión social y económica. En última instancia, estos efectos también generan costos para los sistemas de salud pública.
Situación del país
La tasa de desempleo juvenil en Costa Rica (personas de 15 a 24 años) es una de las más altas de la región. Según la Encuesta Continua de Empleo del INEC, del segundo trimestre del 2024, el desempleo entre esa población alcanzó el 23,3 %. Esta tasa refleja una situación estructuralmente desfavorable para la juventud nacional: uno de cada cinco jóvenes en edad laboral no cuenta con empleo, lo cual representa casi el triple del promedio de desempleo nacional. Para ponerlo en contexto: la tasa general de desempleo en Costa Rica, en los primeros meses del 2025, fue del 7,4 %, lo que implica que la medición en la población joven es considerablemente más alta, con una brecha de aproximadamente 16 puntos porcentuales. Este porcentaje revela además que la mitad de los desempleados tiene entre 15 y 24 años, una grave señal sobre la inserción laboral de las nuevas generaciones.
¿Qué podemos hacer?
Planteo algunas ideas:
- Aumentar la formación técnica para jóvenes, escalando el programa Empléate con énfasis en STEAM (ciencias, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas) y en zonas rurales.
- Mejorar la intermediación laboral, expandiendo las ferias de empleo (por ejemplo, Brete) para conectar a las empresas con los jóvenes.
- Reducir el empleo informal, revisando y modernizando el sistema de cargas sociales para empleos iniciales.
- Promover la inserción de la mujer en el mercado laboral mediante la adaptación de programas de formación a las necesidades de esta población.
- Transformar más colegios de educación diversificada en colegios técnicos, según las necesidades del sector productivo de las diferentes regiones del país.
Experiencias internacionales
Además de lo anterior, cabe señalar que existen iniciativas exitosas a nivel mundial que convendría estudiar. Algunos ejemplos:
- Subsidio al empleo joven, en Chile (desde el 2009), mediante el cual se le brinda apoyo económico al empleador y al joven trabajador (de 18 a 24 años de hogares vulnerables), cubriendo hasta el 30 % del salario formal.
- Trial wage subsidy de 90 días (Hungría, programa Youth Guarantee, desde el 2015): subsidio al costo salarial total para los empleadores que contratan jóvenes desempleados (de menos de 25 años) por al menos cuatro horas diarias. Ayudas similares existen en economías avanzadas como Australia, Austria, Irlanda y España.
- Combinación de buscadores y formación en varios países de la OCDE. Diversos estudios muestran que el mejor resultado viene de empezar con asesoría intensiva de búsqueda de empleo, seguida de capacitación técnica, lo que produce efectos positivos a corto y largo plazo.
En síntesis, la reducción del desempleo juvenil entre 15 y 24 años exige programas integrales, bien focalizados y colaborativos entre el sector público y el privado, fundamentados en la evidencia empírica. La experiencia internacional muestra que, cuando estas condiciones están presentes, se logra un impacto duradero en el empleo juvenil, la formación y el bienestar social. Un aspecto medular para el éxito de estos programas es el monitoreo constante y la evaluación de impacto periódica, para identificar áreas de mejora continua.
rmonge@academiaca.or.cr
Ricardo Monge González es presidente de la Academia de Centroamérica.

