Lo mismo hizo Nayib Bukele dos meses antes de las elecciones donde resultó electo en El Salvador, en febrero del 2019. Desde diciembre comenzó a provocar desconfianza hasta que un día, con base en un «informante», salió con un tuit incendiario: «Fraude fraguándose en estos momentos en en el TSE». Esa misma noche, partidarios invadieron la sede del Tribunal Supremo Electoral.
Donald Trump, el tutor de Bolsonaro y Bukele, usó esta estratagema antes de perder la reelección del 3 de noviembre del 2020. Ese año, Trump emitió 202 declaraciones falsas o distorsionadas con una frecuente narrativa sobre fraude, según el conteo de The Washington Post.
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Esa misma táctica es la que vemos en Costa Rica, también a 40 días de las elecciones en segunda ronda, previstas para el 3 de abril. Está calcada al estilo de los diestros, porque desacredita el sistema electoral y al mismo Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), al presentarlos como endebles y hasta sujetos de un «chorreo de votos». ¿Pruebas? Ni una, solo habladurías y presunciones y, para colmo, enredadas por acontecimientos sin relación con el TSE.
Detrás de esto hay una mente maquiavélica que busca un fin sin importarle socavar al TSE. Una vez más, se recurre a una teoría de la conspiración y a presentarse como víctima del sistema. Sin duda, estamos frente a «conspiradictos”, concepto que bien explica Eduardo Ulibarri en su último libro, Realidades embusteras: un análisis sobre la desinformación: «Los conspiracionistas exageran cualquier debilidad o imprecisión de las realidades que pretenden erosionar» y justo eso —digo yo— hacen quienes ahora se valen de «simplismos» (concepto detallado por Ulibarri) para hundir un sistema electoral que costó más de 2.000 vidas en el conflicto armado de 1948. Eso es lo más doloroso: los «conspiradictos» sobreponen su interés personal a la paz.
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