En un artículo publicado en este medio el 7 de junio (“Política exterior de Costa Rica: ¿sumisión o pragmatismo?"), el distinguido economista don Víctor Umaña sugiere que en mi publicación del 2 de junio anterior (”Techo de Vidrio") me equivoco al utilizar el concepto “sumisión” para caracterizar la respuesta del gobierno de don Rodrigo Chaves ante peticiones de Estados Unidos. Don Víctor afirma que “Costa Rica tiene opciones limitadísimas” y procede a reivindicar y explicar la supuesta inevitabilidad de “pragmatismo” en nuestra política exterior.
Yo lamento que, como punto de arranque, se asuma que nuestro país tiene pocas opciones. Bajo esa peligrosa premisa, mejor apaguemos y vámonos. Con esa mentalidad, ceder –sí, “sumisamente”– sería la única opción. Creo, por el contrario, que a pesar del deterioro infligido por el actual gobierno, aún gozamos de una imagen internacional positiva y activos a nuestro haber que generan muchas posibilidades negociadoras ante el mundo.
En todo caso, quizá don Víctor debería comenzar por dar lecciones sobre este tema a alguien con experiencia probada en la diplomacia de altos quilates, al punto de ser reconocido con un Premio Nobel por sus éxitos en ese campo, y que ha blandido la misma crítica al gobierno de don Rodrigo Chaves que la que contiene mi artículo. La única diferencia es que el expresidente Óscar Arias califica la actitud del gobierno del presidente Chaves como “obediencia” (La Nación, 1.° de abril, 2025) y yo, como “sumisión”.
Esta descripción es especialmente reveladora viniendo de quien tomó una decisión tan trascendental para sí mismo y para el país como aspirar a ser presidente para las elecciones del 2006, porque se lo pidió el entonces mandatario de Estados Unidos, George W. Bush (¿obediencia, sumisión?), cuya administración estaba desesperada por que se aprobara el CAFTA y necesitaba alguien que facilitara la materialización de esa ruta (“… cuando regresé a la política, fue porque el presidente George W. Bush me dijo, entre otras cosas, que si yo podía ayudarle para que pasara el CAFTA”, Óscar Arias, La Nación, 1.° abril, 2025).
Dónde termina la dignidad en la defensa de los intereses nacionales, dónde se pasa al pragmatismo y dónde, a la obediencia (o la sumisión), es, por supuesto, discutible. De lo que sí estoy seguro es de que, cuando sin negociar se aceptan peticiones o exigencias tan desmesuradas o vergonzantes que las condiciones no se hacen públicas (ejm. aceptación de deportados), se trata de obediencia. Que cuando no se pide nada a cambio, cuando solo pasan días desde que se hace una exigencia hasta que se acepte, hay sumisión.
Por cierto, don Víctor, usted cometería un error si me encasilla dentro de los que no están de acuerdo con tratados comerciales. Sin embargo, su extensa referencia al CAFTA me permite hablar de obediencia (o sumisión) al cuadrado. Usted sabe que yo nunca luché para que no existiera CAFTA. A lo que me opuse fue a la inclusión de normas absurdas, y sí, sumisas, como que el tratado nos obligó a abrir las importaciones agropecuarias mientras que Estados Unidos resguardó los subsidios multimillonarios a ese sector en productos en los que podríamos competir bajo las reglas de un verdadero libre comercio. Luché no contra la existencia de un CAFTA, sino para que se renegociara.
¿Por qué lo hice? Porque sabía que había sido pésimamente negociado. ¿Cómo estoy tan seguro si no estuve en la mesa? Porque si queremos hablar de obediencia o sumisión, este es uno de los ejemplos más contundentes de nuestra historia. Desde que Estados Unidos anunció que quería negociar un tratado de libre comercio con Centroamérica, las voces más influyentes del país (ejemplo, este periódico), aun sin conocer un renglón del borrador que presentaría la potencia del norte, se abocaron a declarar la urgencia de que se aprobara. Que si no se hacía, el tren de la globalización nos arrasaría, que volveríamos a la edad de los dinosaurios.
Esa muestra de desesperación para que se aprobara el tratado, aun sin conocer qué pediría Estados Unidos, fulminó cualquier posibilidad de negociar con dignidad. Si yo quiero comprar una finca que está en venta, y aun antes de conocer cuánto cobran, me dedico a declarar que sin esa finca voy a la ruina, perdería cualquier posibilidad de negociar el precio. Ante mi desesperación, el vendedor que pensaba cobrar 100, a mí decide cobrarme 150. Cualquier contraoferta mía inferior a ese precio tendrá cero credibilidad ante el vendedor.
Tuve esperanza de que cuando Estados Unidos pusiera en la mesa sus términos, esas voces influyentes de Costa Rica expresarían decepción aunque estuviesen de acuerdo con todo. Esto, con el fin de mejorar la posición negociadora. En lugar de ello, profundizaron los ataques a quienes expresamos dudas, ejecutaron estrategias antidemocráticas (“memorando del miedo”), y algunos(as) hasta fueron a la Embajada de Estados Unidos a sugerir que la CIA fabricara evidencia de que los que queríamos cambios teníamos contactos con el Gobierno de Venezuela.
Ante esa asombrosa aplanadora de sumisión y obediencia, ¿cómo podrían nuestros negociadores haber materializado una digna defensa de los intereses nacionales? Esas voces influyentes abrazaron totalmente –antes y después de conocer contenidos– los deseos de Estados Unidos; defendían con tal pleitesía el tratado como si hubiesen redactado hasta la última coma de este. Con ese desbordado y público interés en el tratado, se habían autoinhibido de cuestionar partes de él. Estados Unidos no los tomaría en serio y quedarían pésimo con la opinión pública ante la que habían manifestado que el CAFTA era, más o menos, la última limonada en el desierto.
Estas fueron las razones para que, con vehemencia, yo solicitara una renegociación del CAFTA, no por ignorancia sobre las diferencias de poder entre Estados Unidos y Costa Rica o por falta de realismo sobre lo que es una negociación. Mi punto fue, precisamente, que no había existido negociación sino entrega total a los brazos de Bush, al punto (ahora nos enteramos) de que don Óscar Arias fue escogido por Bush para que facilitara la aprobación de su tratado… el de Bush.
Las relaciones internacionales son un componente vital para cualquier país, pero sobre todo para uno pequeño como Costa Rica. Pero la mentalidad ex ante de que tenemos poquísimas posibilidades de obtener resultados positivos, conduce a una prematura rendición. De hecho, con esa mentalidad, pragmatismo es sinónimo de obediencia y sumisión.
Por ello, debemos siempre, respetando a Costa Rica, negociar, y negociar fuerte, con dignidad. Y ceder hasta que los costos de no ceder sean demostrablemente mayores que los costos de someternos a lo que no nos gusta. Aceptar lo que otros nos piden puede ser el inevitable punto de llegada, pero nunca el de partida, como fue el caso del CAFTA y de muchas decisiones del actual gobierno.
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Ottón Solís es economista.
