11 de enero del 2013> Entrevista a Charlotte Cruz Rehagg, madre de 16 hijos de los cuales 10 son adoptados. En la foto: Doa Charlotte Cruz sostiene en sus brazos a su hija Isabel Len Escobar (6). (albert marin)
Dedicación, amor y esfuerzo son la única fórmula que explica cómo una mujer puede asumir la crianza de diez niños que llegaron a su casa sin ser sus hijos.
Inquietos y con un espíritu que desborda alegría a través de sus sonrisas, estos niños nacieron en Limón y llegaron hace tres años a los brazos de doña Charlotte Cruz, quien formó un nuevo hogar para ellos en Piedades de Santa Ana.
Esta mujer, su esposo y sus seis hijos propios abrieron las puertas y rearmaron su casa para educar en valores a los nuevos diez hermanitos, cuyas edades en la actualidad van de tres a 17 años.
“Mi hijo Otto construyó camarotes de cuatro pisos y le dimos vuelta a la casa para recibir diez bendiciones, que amo con todo mi corazón”, dijo doña Charlotte.
En el antiguo hogar de estos menores, las paredes contaban historias de maltrato, que esta mujer decidió transformar mediante el afecto y la entrega absoluta.
Las páginas del cambio para ellos comenzaron a escribirse hace cinco años cuando, en una visita al Hospital de Niños, ella conoció a Isabel, una niña con discapacidad, que estaba abandonada.
Isabel tenía un año y dos meses, y los doctores le buscaban un hogar, porque no querían que fuera a un albergue del Patronato Nacional de la Infancia (PANI).
Charlotte asumió la responsabilidad, sin que ello significara una adopción, con la conciencia de que en cualquier momento dejaría de ser su hija y pasaría de nuevo a la tutela de la madre de la niña.
Sin embargo, el tiempo echó raíces en Santa Ana e Isabel dio sus primeros pasos con doña Charlotte, contra los pronósticos de los médicos de que nunca caminaría.
“Hemos ido juntas a las terapias y el avance en Isabel ha sido muy significativo. Luego, en diciembre del 2009, nos dimos cuenta de que los nueve hermanos de Isabel estaban en el PANI, y esa Navidad reunimos a todos y empezamos a construir esta familia”, recuerda Cruz.
Antes de tomar la decisión, doña Charlotte habló con su esposo y sus seis hijos, que la apoyaron en la idea de formar esta familia numerosa.
Los primeros días, recuerda, “no fueron nada fáciles, fue necesario conversar mucho con ellos, escucharlos y empezar a trabajar en reglas y límites, pero con amor”.
Esas diez nuevas voces jugando y gritando “¡maaami, maaami!” se convirtieron en la ilusión de esta madre, que sueña con que todos lleguen a ser profesionales, pero, sobre todo, “personas de bien y que no sean mentirosos, porque, si hay algo que detesto, es la mentira”, enfatizó esta madre.
En la casa los platos de comida nunca faltan, gracias al trabajo, ahorros y el apoyo que ha recibido de algunas personas que conocen a esta gran familia.
El PANI aporta un subsidio mensual de ¢50.000 por cada niño, bajo la modalidad de “hogar solidario”, que no significa adopción.
“Lo económico es simbólico, comparado con todos los avances que reflejan estos niños. Ahora son personas seguras, dan rendimiento académico y se sienten parte de una familia”, reconoció la psicóloga del PANI Yorleny Ruiz.
Este hogar se mueve a ritmo de orquesta, bajo la dirección de doña Charlotte, que utiliza tres pizarras en la sala de su casa para que no se le olviden las citas en el médico, horarios de clases y responsabilidades que tiene cada uno.
Con la entrada al curso lectivo, esta familia se levanta a las 4:30 a. m., y empieza una fila contrarreloj en la puerta del baño.
Cuando el sol se esconde, un libro de cuentos los acompaña en el cuarto, antes de volver a abrir los ojos para comenzar un nuevo día.
“Yo disfruto tanto con sus ocurrencias, estos chiquitos son mis hijos”, afirmó con el orgullo que identifica el amor de una madre.