París. En 1973, dos golpes de Estado en Chile y Uruguay forzaron a miles de sus ciudadanos al exilio, entre ellos María Eugenia, quien nunca olvidará cómo la “protección” de Francia le salvó la vida y le permitió incluso dar a luz a su hija, Marie-France.
El 11 de setiembre, el general Augusto Pinochet tomó el poder en Chile y derrocó al presidente Salvador Allende, quien falleció poco después. María Eugenia Mignot-Verscheure aún recuerda el “ruido de un helicóptero” sobrevolando Valparaíso ese día.
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Los eventos se sucedieron rápidamente. Su hermano la alertó de que figuraba en la “lista de personas a detener”. Con su ayuda, se refugió junto a su esposo francés en la embajada de Francia en Santiago pocos días después.
“Decidimos partir, con mucho dolor, porque habíamos acordado con muchos amigos resistir al máximo”, asegura esta mujer de 75 años, cabello blanco recogido, en su pequeño departamento de París lleno de recuerdos.
La principal preocupación de esta militante del MAPU, uno de los partidos de la Unidad Popular del presidente Allende, era el futuro de su bebé, que finalmente nació gracias a la “protección de la embajada” francesa.
El entonces embajador Pierre de Menthon y su esposa Françoise se aseguraron de que diera a luz con seguridad en una clínica cercana a su residencia, donde se refugiaba, y la intervención de otro diplomático fue esencial para llevarlos a Francia.
“Se acabó. Ella es francesa y se va a Francia”, dijo este último en el aeropuerto de Santiago a un militar, quien había intentado hacer descender del avión a la familia, alegando que su hija era “chilena y no tenía salvoconducto”, explica Mignot-Verscheure.
“No se atrevieron a detenernos. Nos volvimos a subir al avión. Se cerraron las puertas y llegamos a Francia”, recuerda. ¿Llamó a su hija Marie-France en homenaje a este país? “Inconscientemente, sí”, bromea la mujer, quien llamó a su segunda hija María Paz.
“Brazos abiertos”
El exilio de latinoamericanos es uno de los episodios narrados en el Museo Nacional de Historia de la Inmigración, ubicado en un palacio art déco en el este de París. Solo entre 1964 y 1979, Francia acogió a 15.000 exiliados políticos brasileños, argentinos, uruguayos y, sobre todo, chilenos. Otros muchos llegarían después.
Los exiliados entrevistados por esta agencia coinciden en describir la cálida acogida que recibieron en un contexto de endurecimiento de la política migratoria en Francia.
“Éramos como una gran familia”, asegura sonriente Leyla Guzmán, una chilena de 53 años que vivió un año siendo niña en el centro de acogida de Fontenay-sous-Bois, al este de París, donde trabaja ahora como funcionaria municipal.
A la entrada del centro, ahora Casa del Ciudadano, una placa recuerda que la organización católica Misión de Francia acogió allí entre 1973 y 1987 a 771 refugiados latinoamericanos, casi la mitad de ellos menores.
Entre asociaciones, alcaldías de izquierda y autoridades, “se creó toda una red para acoger a los refugiados de América Latina de la mejor manera posible. Y se hizo todo lo posible para que los niños fueran felices”, agrega.
Y también los mayores. “Teníamos la costumbre de venir al ‘foyer’ a visitar a los compañeros que estaban ahí, pasar un momento, tomar un café, comer un asado”, recuerda José Luis Muñoz, un uruguayo de 74 años que llegó a Francia en 1976 tras el golpe de Estado en Argentina.
Muñoz pasó por su parte por el centro de acogida de Massy y recuerda cómo la izquierda francesa les permitió “emanciparse”, conseguir trabajo, “existir”. En su caso como trabajador social.
Francia no era el primer destino para muchos. El también uruguayo José Luis Rodríguez, de 75 años, pasó por varios países de América Latina antes de desembarcar en Europa con una idea fija: “Anunciarle a mis padres que yo estaba vivo (...) Yo me fui de mi casa clandestinamente”.
La “esperanza” Allende
En una Francia pos-Mayo de 1968, la muerte del presidente chileno conmovió a una izquierda que buscaba alcanzar el poder con el socialista François Mitterrand al frente. Los desaparecidos durante la dictadura argentina también marcaron al país.
“Allende representaba para la izquierda casi mundial una esperanza de esta famosa tercera vía: un régimen socialista, de izquierda, pero al mismo tiempo democrático”, explica Philippe Texier, un exmagistrado francés de 82 años que fundó el Comité de Juristas por Chile para denunciar públicamente el régimen de Pinochet.
Ese golpe “es una historia francesa”, abunda la cineasta chilena Carmen Castillo, para quien, pese al “desgarro” del exilio, este le ofreció un “regalo”: el cine, con el que busca “luchar contra la máquina del olvido”.
Por su obra, esta antigua militante del MIR de 78 años fue condecorada en julio con la alta distinción de la Legión de Honor francesa, en grado de “caballero”. Para ella, es un “reconocimiento” a los chilenos que trabajaron por vincular Chile y Francia.
La herencia del exilio sigue presente. En 2022, dos hijos de chilenos exiliados, Rodrigo Arenas y Raquel Garrido, se convirtieron en diputados franceses.
“Fui educado en una conciencia política muy fuerte”, dice Arenas, que llegó a Francia desde su Chile natal con 4 años en 1978. “Entonces, para mí, era un poco el mundo de la Guerra de las Galaxias, con Pinochet como Darth Vader. Nosotros éramos los Jedi”.