
La peste negra, conocida por haber matado a 25 millones de personas en Europa durante el siglo XIV, nunca desapareció del todo. Aunque los casos actuales son mínimos, la bacteria responsable sigue circulando. Su letalidad, sin embargo, ha disminuido por una razón evolutiva.
La peste bubónica, causada por la bacteria Yersinia pestis, se transmite a través de la mordedura de pulgas infectadas, que usualmente habitan en roedores. En Estados Unidos, se reportan en promedio siete casos al año. En Brasil, existen dos zonas de vigilancia, aunque el último diagnóstico ocurrió en 2005.
Un estudio de la Universidad de McMaster, en Canadá, identificó un cambio genético en la bacteria que ayudó a disminuir su letalidad, favoreciendo su propagación a lo largo del tiempo.
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Los científicos analizaron muestras antiguas y modernas de Yersinia pestis y detectaron que muchas presentaban una reducción en los niveles del gen pla, responsable de aumentar la gravedad de la infección. Al comparar cepas con niveles normales, reducidos o ausentes de este gen, hallaron diferencias significativas en la letalidad.
Cuando se infectó a ratones con la cepa reducida, los animales vivieron casi dos días más que los expuestos a la versión más agresiva. Además, la mortalidad cayó de 100% a 85%, lo que sugiere que una cepa menos mortal puede ser más eficaz a largo plazo en términos de supervivencia de la especie.
El análisis de genomas reveló que entre el 30% y 50% de las cepas antiguas ya mostraban esta reducción. Asimismo, tres cepas modernas (una en humanos y dos en roedores, aisladas en 1994) también presentaban esta característica.

La investigadora Ravneet Sidhu explicó que esta mutación probablemente se debe a una disminución de las poblaciones de roedores, ocasionada por brotes anteriores.
Al morir más roedores por la forma agresiva de la peste, las variantes menos letales de la bacteria tenían mayores oportunidades de transmisión, ya que mantenían a su huésped vivo durante más tiempo.
En zonas donde los roedores vivían en comunidades más pequeñas o dispersas, las cepas menos letales eran favorecidas evolutivamente. Así, la Yersinia pestis adaptó su estrategia: en lugar de matar rápidamente al hospedero, optó por prolongar la infección, facilitando el contagio a otras colonias de roedores mediante las pulgas.
Este proceso redujo la incidencia de grandes epidemias humanas, pero permitió que la enfermedad persista en ciertos ecosistemas hasta hoy.
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