
Crecimos escuchando que habitamos en un país de paz, sin ejército desde 1948, donde se ha sobrepuesto el diálogo y la democracia, antes que las armas; donde los maestros y sus estudiantes son quienes tienen las herramientas más valiosas para el progreso. Esa idea hay que protegerla, desde las aulas y los hogares, ante quienes, en semanas convulsas, aprovechan su odio y su discriminación para desdibujar un bien preciado como la paz.
Educar para la paz es tarea pendiente, no como eslogan publicitario, sino como un reto para desafiar, mediante el diálogo, el espíritu crítico y la empatía, a quienes se aprovechan de la ignorancia y de la efervescencia de estos tiempos para desestabilizar y ostentar su poder.
La paz es un ejercicio cotidiano que se construye desde lo individual hacia lo colectivo y que se pone en práctica desde nuestros hogares, las calles, los centros educativos y lugares de trabajo. La paz debe ser vista como algo posible y sobre todo como algo tangible, practicable y edificable todos los días.
La Oficina del Alto Comisionado para la Paz en Colombia concibe la educación para la paz no solo como la ausencia de violencia, sino también como “un proceso positivo, dinámico y participativo en el que se promueven el diálogo y la regulación de los conflictos, en un espíritu de entendimiento y cooperación mutuos”, y que se puede practicar desde las aulas.
Educar para la paz implica proveer a las personas y a los grupos sociales de la autonomía suficiente para que puedan discernir y razonar acerca de la realidad que los rodea. Se traduce en enseñar a cuestionar todos los contenidos que se ven y se escuchan, en tiempos en los que las noticias falsas buscan reproducirse en los nidos de la ignorancia.
Educar para la paz significa enseñar la importancia de sobreponerse a la efervescencia de las calles y de las redes sociales y de tener consciencia de que cuando escribimos algo sobre alguien, ese alguien tiene nuestros mismos derechos, es humano y merece todo respeto y dignidad.
Pero, entonces, ¿por qué hay quienes incurren en la violencia y, aún más, la disfrutan? Myra Walden, investigadora del Institute for Empowering Communication, afirma que es porque hemos sido condicionados a pensar que cuando nuestras necesidades no están satisfechas es culpa del otro. Cuando pensamos así, surge el coraje, queremos castigar al otro y disfrutamos la violencia del castigo porque ese otro “se lo merece”. Y de esta forma, vamos culpando de todas nuestras desgracias a todas y todos, menos a nosotros mismos.
Actitudes hostiles tales como las miles de ofensas cobardes que se escriben desde un teclado, el bloqueo de una carretera sin importar los derechos de los demás o el insulto vulgar de un conductor hacia otro en el albor del tráfico, son signos que minan la esperanza de la Costa Rica que hemos habitado y que desdibujan la herencia social que varias generaciones de costarricenses labraron.
Educar para la paz, en otras palabras, es optar con toda libertad por la defensa de los derechos propios y ajenos, con una clara aceptación por las diferencias, donde se valore la diversidad y donde el diálogo y la educación, se imponen a la violencia y la ignorancia.
Es tarea para familias y educadores, incentivar a que cada vez más, niñas, niños y jóvenes encuentren en las aulas y en sus hogares espacios para disentir sin violencia, para argumentar, para criticar a partir del arte, el conocimiento y la cultura, y no levantando pancartas con errores ortográficos, impulsados por adultos que se aprovechan, sin vergüenza, de sus carencias educativas.
Es un deber para la educación costarricense, gestar más espacios para el desarrollo de metodologías innovadoras y participativas que fomenten el entendimiento mutuo a través del diálogo, la convivencia y, sobre todo, la resolución de conflictos desde la cotidianidad de la niñez y la adolescencia.
Construir espacios de paz mediante la diversión, la creatividad, la confianza, el talento artístico y la literatura transformadora, permite integrar las voces de los más jóvenes, para encontrar soluciones colectivas al dominio de la violencia. De lo contrario, el odio, la discriminación y la crítica sin argumento terminarán por desfigurar a un país que ha construido, con su historia, una identidad de paz.
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