
¿Qué está enseñando la escuela pública? ¿Anticipa y prepara a niños y jóvenes para las condiciones sociales y laborales que demanda este siglo? ¿Cambia con la velocidad que exigen estos tiempos? ¿Fomenta la capacidad de escuchar activamente a quien piense diferente? ¿Cierra brechas o las ignora?
Para Fernando Reimers, coordinador de la Iniciativa Global de Educación y catedrático de la Universidad de Harvard, tenemos escuelas y maestros del siglo XX, con estudiantes y desafíos del siglo XXI. Hay un desfase entre lo que invertimos y lo que está sucediendo en las aulas. Esa diferencia trae consecuencias negativas para todos y de ahí, la urgencia de atender las siguientes tres brechas fundamentales en educación:
En primer lugar, la “brecha de relevancia”, es decir que lo que se aprenda en la escuela sirva para imaginar y construir ese “mundo mejor” al que todos aspiramos y que abunda desde lo discursivo. Para llevar eso a la práctica, el currículo de la escuela debe trascender el procesamiento cognitivo y la repetición de conceptos, para dar cabida a la innovación, la creatividad, al aprendizaje colaborativo (aceptar las diferencias y ejercitar la resolución colectiva de problemas) y a dinámicas en donde el niño aprenda a conocerse a sí mismo (aprender de la propia experiencia, fijarse metas propias y controlar las emociones y desarrollar tolerancia a la frustración).
Se prevé que para el 2030, el 50% de los jóvenes no tendrá las competencias necesarias para prosperar en un trabajo. El dato es alarmante si se toma en cuenta que América Latina invierte, en promedio, un 5% del Producto Interno Bruto en educación. En Costa Rica, solo para el curso lectivo 2019 se invertirán 2,6 billones de colones y el último informe del Estado de la Educación arroja que la mitad de los estudiantes de sexto grado llegan a secundaria con habilidades muy pobres en matemáticas y lenguaje. Si la escuela pública no atiende esta brecha, será una simple vendedora de humo, que ilusiona con títulos y graduados, pero que choca con la realidad de una baja competitividad para el país.
En segundo lugar, la “brecha de la desigualdad”: Es inaceptable que poblaciones con condiciones sociales más vulnerables se vean privadas de buenos docentes y de buena infraestructura. El rezago educativo y la exclusión escolar echan raíces con más fuerza en áreas rurales y costeras, donde las condiciones de las familias son más desfavorables. Un primer paso, sería luchar contra la lentitud y la burocracia que ha caracterizado a la Dirección de Infraestructura Educativa del Ministerio de Educación Pública, para que se ejecuten efectivamente los recursos disponibles y se ofrezcan inmuebles de calidad a aquellos estudiantes que hoy reciben lecciones en aulas que dan vergüenza.
Por último, el profesor Reimers anota que existe una “brecha entre la institución escolar y otras instituciones”: Por ejemplo, la familia y los centros de trabajo. Se requieren estrategias que vinculen lo que sucede en el hogar con las aulas. A su vez, es necesario ambientar a los estudiantes a las dinámicas laborales del siglo XXI: trabajando en espacios abiertos, donde se participa, se cuestiona, se colabora en equipos y donde es posible co-crear conocimientos, con un profesor que es facilitador de este proceso de cambio educativo. Para dar ese golpe de timón, se requiere comunicación entre actores (alianzas público-privadas), formación docente, evaluación y adecuación de las metodologías a las nuevas exigencias que demandan nuestras comunidades y empresas.
La celeridad de este siglo exige redefinir qué se enseña en las aulas y cómo se enseña. De lo contrario, solo seguiremos con escuelas dormidas en el siglo XX, gastando los recursos de nuevas generaciones que demandan cambios, pero sobre todo acciones.
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