Es casi imposible no evocar el título de ese célebre y controversial libro de Roland Barthes al considerar las nuevas políticas que, desde hace algún tiempo, impulsan varias editoriales universitarias costarricenses. Ante todo, debe destacarse una intención clara por limitar el número de veces que el autor puede revisar la versión diagramada de su libro, antes de ser impreso. En algunos casos, esta práctica puede llegar al extremo de que al autor no se le permita revisar ni una sola vez la versión diagramada, con lo que se corre el riesgo de que graves errores ocurridos durante el proceso de producción queden sin ser corregidos.
Igualmente, existe una tendencia a elaborar protocolos de edición que, en ocasiones, establecen normas contrarias no solo a la cultura académica, sino al mismo sentido común, como la de que un índice analítico o de nombres ya no debe ser diagramado a dos columnas por página, sino a una sola columna, con el correspondiente derroche de papel; o de que las referencias a pie de página se deben numerar consecutivamente desde el inicio hasta el final del libro, sin atender a las divisiones de la obra en capítulos. La razón de que estas situaciones (y otras más que no comento) se den, parece deberse a que, dentro de las editoriales, la iniciativa en la definición de las políticas señaladas ha quedado en manos de técnicos y profesionales en los campos de la producción y la administración editorial. Las medidas recomendadas por estos funcionarios no parecen haber sido debidamente ponderadas por los respectivos consejos editoriales, integrados por académicos, que las han aprobado sin considerar su impacto y sin darlas a evaluar a conocedores en la materia.
Sin duda, las editoriales universitarias costarricenses necesitan poner en práctica protocolos de edición para poder realizar su trabajo de manera más ágil y eficiente. Para lograr esto, sin embargo, es necesario superar las ocurrencias bien intencionadas y empezar por conocer cómo operan algunas de las editoriales académicas más prestigiosas del mundo. De hacerlo así, las editoriales académicas costarricenses podrían aprender que uno de los factores fundamentales para que el proceso de producción de libros sea una experiencia agradable y exitosa está en un doble reconocimiento: que es necesario trabajar con el autor, no contra el autor; y que los protocolos de edición son solo guías generales que deben adaptarse a las especificidades de las obras, y no a la inversa.