
En las últimas semanas han aparecido en la prensa noticias sobre edificios construidos en la Universidad de Costa Rica. Algunos de ellos se encuentran bajo escrutinio público. Más allá de estas situaciones, encontramos un momento para pensar la Universidad desde su espacio físico. Por diferentes razones —la investigación histórica en mi caso y la investigación fotográfica en el caso de Roberto— llevamos meses conversando sobre lo que este lugar representa para nuestro trabajo.
Nos preguntamos qué nos dicen los edificios de la Universidad de Costa Rica sobre la historia de la institución. Con esta pregunta emprendimos un recorrido por la Finca 1 de la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio Brenes, en San Pedro de Montes de Oca, que esperamos extender pronto a sedes regionales y sus recintos.
Algunas, como la Sede del Sur en Golfito, albergan edificios del acervo arquitectónico nacional y evidencian su historia económica, social y política. La Sede del Atlántico, en su recinto en Turrialba, funciona en un campus donde se combinan lenguajes modernos con estilos y formas que acompañaron la expansión ferrocarrilera hacia el Caribe. La Sede del Caribe en Limón, la Sede de Guanacaste en Liberia y la Sede de Occidente en San Ramón, destacan por su adaptación a contextos climáticos y culturales específicos y por la manera en la que se insertan en el paisaje local.
Por su parte, la Sede del Pacífico, en Nances de Esparza, apuesta por el desarrollo de su infraestructura en línea con su propio crecimiento y oferta académica. Todas ellas, de una u otra forma relatan cómo la Universidad construye y se conecta con el territorio nacional. Por ahora, regresemos a la Ciudad Universitaria en San Pedro.
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La primera generación de edificios de la UCR
En Finca 1, nuestro objetivo fue identificar los lenguajes y soluciones formales presentes en los edificios a partir del diálogo entre nuestras dos perspectivas. Para ambos, estos edificios relatan historias de toma de decisiones ligadas a momentos específicos en la historia de la Universidad.
Desde mi mirada, Finca 1 contiene información valiosa sobre cómo, durante las décadas de 1950 y 1960, la Universidad consolidó sus principios fundacionales —la formación de profesionales con perspectiva humanista y la producción y difusión de conocimiento al servicio de la sociedad costarricense— mientras desarrollaba una serie de proyectos de diseño y construcción que materializaron esos valores.
Por eso, la primera generación de edificios se caracteriza por un lenguaje moderno: líneas simples, ventanas horizontales, losas de concreto que funcionan como cubiertas, columnas que permiten plantas abiertas y un carácter escultórico. Fueron construidos entre 1957 y 1970: el antiguo edificio de Ingeniería (1953), la Facultad de Educación (1956), la Facultad de Ciencias y Letras —hoy Escuela de Estudios Generales— (1957), la Escuela de Química (1958), la Facultad de Microbiología (1959), la Facultad de Ciencias Económicas (1960), la Facultad de Medicina (1962), la Biblioteca Carlos Monge Alfaro (1970), entre otros.
La organización espacial del campus respondía a principios operativos de la Universidad y daba forma a una visión académica. No es casual que, durante la inauguración del edificio de Ciencias y Letras —el mismo día que se inauguró la Facultad del mismo nombre— el rector Rodrigo Facio Brenes dijera que ese día se estrenaban “el alma y el cuerpo” de la Universidad.

Pero no solo los edificios son significativos, también lo son los lugares y sensaciones que generan. La ubicación de la Estudios Generales y de la Biblioteca Carlos Monge Alfaro, por ejemplo, produce un espacio de encuentro entre personas (el famoso pretil está justo ahí).
Los edificios de ciencias de la salud —Medicina, Farmacia, Microbiología— se agrupan hacia el norte, creando una franja con un claro sentido de pertenencia. Los scrubs, las batas de laboratorio y los estudiantes repasando para el examen de química orgánica así lo evidencian.
La disposición de los edificios refleja la visión de actores como el rector Claudio Gutiérrez —quien fue secretario de Rodrigo Facio durante su rectoría— en torno al campus. Se buscaba articular, de manera lógica y física, las relaciones entre planes de estudio, saberes y movimientos que convivían en el espacio universitario. Don Claudio también fue una figura clave en el proceso de regionalización de la Universidad (¡pero esa es otra historia!).
Aunque las autorías no son nuestro foco, vale mencionar que el diseño de estos edificios estuvo a cargo de un equipo liderado por Jorge Emilio Padilla, jefe del Departamento de Planeamiento y Construcciones de la Ciudad Universitaria. El equipo incluía a Edgar Vargas, Santiago Crespo y Álvaro Robles, entre otros, todos arquitectos o ingenieros arquitectos graduados en México o Estados Unidos, ya que entonces no existía la Escuela de Arquitectura.
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Este equipo supo trasladar los valores institucionales al ámbito del diseño. Los edificios evidencian cómo la narrativa universitaria se tradujo en objetos que reflejan tanto el espíritu de época como la vocación transformadora de la Universidad en su contexto político, económicoy socio-cultural.En todos ellos, Roberto y yo encontramos detalles que revelan una conjunción entre visión académica, diseño arquitectónico, conocimiento técnico-científico, oficio artesanal, tecnología constructiva y calidad material.
Las losas escultóricas, las columnas enchapadas en mosaico en Microbiología, la configuración del patio interno de Química, la disposición dramática del edificio de Medicina o los volúmenes cuidadosamente compuestos en Ciencias Económicas hablan de decisiones compartidas entre administración universitaria y equipo de diseño.

Aires de cambio
Quince o veinte años después, los edificios narran otra historia. Ya había tenido lugar el III Congreso Universitario (1971–1974), cuyo Secretario General fue Daniel Camacho. La Universidad enfrenta nuevos retos, algunos asociados a su crecimiento. Se hacen reformas de fondo a la organización de la institución.


En el ámbito de la construcción, el lenguaje moderno deja de ser dominante. Se apuesta por el juego volumétrico y el uso expuesto del hormigón armado, lo cual señala un cambio tanto en el diseño como en la Universidad misma.
Desde 1985 y hasta 2011, el arquitecto Fernando Aronne dirigió la Oficina de Construcciones, hoy Oficina Ejecutora del Programa de Inversiones (OEPI). Los edificios de este período se insertan en el tejido construido en la etapa anterior sin replicar su lenguaje ni sus acabados.
Al contrario, estos nuevos edificios y sus soluciones constructivas se apropian del entorno físico existente. Juegan con la composición volumétrica —como los edificios administrativos o la Biblioteca Luis Demetrio Tinoco— y se integran al conjunto. También evidencian criterio técnico y arquitectónico: su ejecución es precisa y rigurosa.

Demuestran la capacidad de la Universidad para adaptarse a los nuevos tiempos. En nuestro recorrido, los detalles del edificio de la Rectoría y el Consejo Universitario revelan precisamente esa disposición a la transformación institucional.
Salto al presente
El crecimiento acelerado de la Universidad en los últimos treinta años generó una necesidad urgente de modificar, reparar o incluso abandonar algunos edificios. Estas acciones se vincularon con un plan de expansión que introdujo nuevos mecanismos de financiamiento, administración y fiscalización. El plan impulsó nuevas construcciones en Finca 1 y el desarrollo infraestructural casi completo de la Ciudad de la Investigación.
En estos espacios queda claro que el vínculo entre proyecto académico y proyecto arquitectónico ha vuelto a cambiar. ¿Cómo? Esperamos encontrar respuestas en un próximo recorrido.
