Cuando el avión dejaba Madrid y cruzaba el Atlántico, unos cuantos libros sonaban en los auriculares de María Dueñas. Un ambiente recurrente para la escritora, que acostumbra desplazarse para deshilachar las hebras que envuelven a un cuerpo exiliado: sus tormentas, sus desgastes y sus rencores, sin desatender sus amores, sus lenguajes, sus convicciones.
Despojados de las tierras que alguna vez fueron todo su universo, los migrantes son el núcleo de sus obras. No los inventa de cero, ni se basan en figuras históricas, sino que los fabrica a partir de testimonios y documentos de miles de personas. Así lo hizo en su más reciente novela, Por si un día volvemos, que presentó en Costa Rica.
Dueñas extrañaba Costa Rica, asegura, y quiso permanecer más tiempo para disfrutarla, pero entre los días de gira por el continente americano le quedan pocos instantes para detenerse; menos aún en una capital plagada de tráfico que, dichosamente, compensa el exceso con el afecto de sus lectores. En una de sus mañanas disponibles, abrió un espacio para dialogar con Revista Dominical.
¿Qué está escuchando, leyendo, viendo?
Estoy escuchando muchas cosas, cada vez hago más audio lectura y escucho podcast o música, muchas cosas de todo. Venía escuchando el último al libro de Leonardo Padura, Morir en la arena.
“Vengo de la feria del libro de Miami y me han regalado allí un libro de un joven escritor de Puerto Rico que se llama Esto también es una casa, es muy bonito. Por ahí“.
En su maleta de viaje o en su hogar, ¿hay autores costarricenses o centroamericanos a los que frecuente o que la acompañen?
Un poco de todo. Toda la literatura latinoamericana en España ha tenido una repercusión enorme, desde los autores del boom hasta recientemente. Gioconda Belli, por ejemplo, tan cercana, tan querida y tan admirada por su voz. Ahí todo el tiempo estoy nutriéndome de todas estas lecturas.
Su literatura ha crecido de manera exponencial, con millones de lectores en todo el mundo y adaptaciones televisivas. ¿Cambia la forma de concebir una obra cuando se sabe que, muy probablemente, la va a leer un público tan amplio?
No, yo intento que no cambie para nada. De hecho creo que masomenos lo voy consiguiendo, porque si me dejara llevar por eso, forzaría una voz y un tipo de escritura que sería menos natural. Perdería esa espontaneidad y esa personalidad propia.
“Intento que no entre para nada. Yo escribo lo que quiero escribir con el tono narrativo y la voz personal que quiero darle, sin plantearme si después llega a una cámara o qué pasara más tarde”.
Al gozar de renombre internacional, se generan expectativas. ¿Cómo se protege del ruido externo para preservar la autenticidad de su voz narrativa?
Yo me concentro con muchísima facilidad, me blindo del exterior totalmente. O sea, estoy aquí, ahora mismo, y voy percibiendo el impacto que mi obra ha tenido en los lectores, en la prensa. Yo todo eso lo escucho, lo proceso y siento un agradecimiento enorme. Está muy bien esa parte de cara al exterior, pero cuando yo me encierro a escribir en mi casa sola, en mi silencio frente a mi pantalla, ahí ya no permea nada externo.
Hablando de Por si un día volvemos, ¿cuál fue la chispa inicial que inspiró la novela?
Por mi tradición, me gusta y me interesa recorrer episodios un poco olvidados de la historia de los españoles en distintos lugares del mundo.
“Conocía que los españoles habían estado durante variis largos periodos, en las décadas del siglo XX y finales del XIX, en el norte de África bajo el dominio colonial de la Argelia francesa como trabajadores, emigrantes, exiliados políticos. Conocía gente que había vivido en ese mundo y tenía constancia de que era una historia muy poco conocida por el gran público y a mí me interesaba saber qué pasó ahí.
“Entonces, empecé primero con un ejercicio de investigación para ir profundizando en ese mundo y cuando lo tuve claro fue cuando empecé a escribir la novela”.
En sus páginas suceden muchas cosas en poco espacio, pero sin la sensación de apresuramiento, sino que todo surge de manera orgánica. ¿Cómo construye ese hilo narrativo?
Eso para mí fue el gran reto de esta novela, porque las anteriores ocurren en unos periodos mucho más compactos. El tiempo entre costuras son cinco o seis años y quizás es la más larga. Aquí tenemos más de 40 años. Era un reto convertir a la protagonista con su crecimiento y su madurez, pasar de una joven ignorante emigrada sin arraigo, sin nada, en la soledad más absoluta, a una mujer madura, empresaria; en fin, otra persona, prácticamente.
“Además está todo el trasfondo de lo que está sucediendo en el mundo en aquellos momentos. Por ahí pasa la guerra civil española, la posguerra, la Segunda Guerra Mundial... Tuve que intentar que todo eso estuviese dentro de la novela, pero no irme a 2.000 páginas.
“Creo que ha sido el mayor desafío de esta novela, el conseguir el tono adecuado para que todo estuviese dentro, que no resultara cargante ni superficial, pero que tampoco fuese acelerado”.
Aunque la ocupación francesa en Argelia, el tema central de ‘Por si un día volvemos’, podría parecer ajeno a la historia costarricense, sus personajes revelan con llaneza los paralelismos entre los argelinos de entonces y los centroamericanos de hoy.
Usted recurre a métodos como el recurso a archivos, prensa de la época, cartas y visitas presenciales para construir sus obras. En un mundo de inmediatez, ¿por qué es importante detenerse, investigar y repasar la historia de un lugar y momento en específico con tanto rigor?
Me apasiona sumergirme en estos contextos e intentar, de alguna manera, recrear para los lectores cómo eran y qué pasó allí, pero también cómo se vivía. Para eso hace falta más cosas que los meros datos históricos.
“Quizá podría irme a Wikipedia y tener una idea de la historia y después construyo una ficción y ensamblo las dos cosas, pero para mí eso no es suficiente, porque quiero saber cómo vivía esa gente. ¿En qué trabajaban? ¿Qué comían? ¿Qué bebían? ¿Por dónde se movían? ¿Cómo se vestían? ¿Cómo eran sus casas? ¿Cómo eran sus familias?
“Para eso hay que hacer un ejercicio de profundización y de expansión. Yo hablo con gente que vive ahí, que se convierten en mis grandes confidentes, me cuentan sus historias, me narran. Buceo en piezas de testimonio que dejaron las personas que vivieron allí y hago un enorme acopio de vida humana, de qué pasó allí, además de los hechos históricos. Eso es lo que me sirve para construir la novela”.
La protagonista de la novela, Cecilia Belmonte, representa lo que hoy muchísimas mujeres siguen viviendo: enfrentan abusos sexuales y de poder, clasismo, precarización laboral y la urgencia de velar por sí misma. Esto sin duda permite que el lector, o las lectoras, se identifique a mayor medida con sus vivencias…
Absolutamente. La historia de Cecilia es una historia muy universal. Está centrada en una geografía muy concreta, en un momento histórico muy concreto, pero al final es una experiencia atemporal.
“Quizá en aquel entonces era incluso más dramático que ahora. Las mujeres tenían menos voz para poder alzarse ante las justicias y ahora, aunque sigan cometiendo injusticias, por lo menos hay algunos mecanismos que permiten esa queja o sacarlo a la luz. En aquel entonces todo aquello quedaba silenciado, con lo cual la mayoría de las veces las mujeres ni siquiera se quejaban, simplemente asumían lo que venía, lo tragaban y ahí quedaba todo eso.
“Con esas zonas de luz, no todo es negativo. También hay enamoramientos, amistad, iniciativa propia y emprendimiento. Si descontextualizamos esa historia, es muy vigente hoy día también”.
¿Ha recibido comentarios de lectoras que vivieron experiencias parecidas a las de Cecilia? ¿Cómo gestiona estos vínculos?
Muchas lectoras me dicen: ‘Me recuerda a la historia de mis abuelos cuando emigraron’ o se sienten identificadas a menudo con la fortaleza y la resiliencia de Cecilia para seguir adelante a pesar de las dificultades, de las adversidades, de los tropiezos. Ella tiene ese coraje para caer y volverse a levantar. A veces hay quien le tiende una mano, a veces es por sí misma.
Cree que al narrar historias en la Argelia francesa, desde el cuerpo de alguien como Cecilia, puede ayudar no solo a repasar, sino a aprender de los errores del pasado? En temas como guerras, migración…
Me encantaría decir que sí, pero soy un poco escéptica. No hay nada más que ver cómo está el mundo. Parece que no aprendemos nunca. Vivimos los horrores de las guerras, de las malas decisiones, de los conflictos políticos y una vez lo superamos y creemos que hemos aprendido la lección, volvemos a tropezar con la misma piedra.
“Pero está bien que recurrentemente se nos recuerde a través de la literatura, a través del periodismo, de cualquier forma de información que nos llegue, los errores cometidos y las consecuencias que después se vive.
“Al final si nos extrapolamos y nos distanciamos de ese contexto, son historias universales que tienen vigencia en Centroamérica, en el norte o en el sur de América, en Europa o en cualquier otro sitio, porque hablamos de inquietudes y de conflictos humanos”.
¿Por qué es tan crucial seguirlo haciendo hoy, en un mundo tan polarizado, sobre todo en torno a los derechos de las personas migrantes?
“Hablamos de individuos, hombres, mujeres que luchan por salir adelante, que sufren desgarros, abusos, situaciones adversas, y que por otro lado se enamoran y sacan fuerza cuando creen que no la van a tener. Son capaces de sacar coraje en momentos que no saben cómo manejar.
“Al final son pequeñas historias cargadas de verosimilitud que los lectores pueden hacer suyas y quizá no ayudar, pero por lo menos acompañar”.
En su última visita a Costa Rica, hace diez años, se hablaba del ocaso del libro impreso por las plataformas digitales; ahora el debate se enfoca en la inteligencia artificial. ¿Cuál es su valoración de la irrupción de estas tecnologías en la escritura? ¿La utiliza en algún punto de su proceso creativo?
Yo no he dado el paso. Creo que es una línea roja que una vez que la cruces, ya no hay marcha atrás, entonces he preferido mantenerme al margen. Indudablemente me interesa qué está pasando y qué va a pasar. Es algo con lo que estamos conviviendo que solo ha empezado.
“(...) Voy a dar un consejo muy de la profesora que fui, de la madre que soy y de la persona con una edad considerable que soy, y es un poco antiguo, pero a mí me funciona. Creo que es importante en la vida tener disciplina, trabajar con organización, con método, con esfuerzo.
“No todos los escritores lo hacen. Hay gente que trabaja muy espontáneamente o cuando se siente inspirado y les funciona, pero a mí personalmente me funciona más el orden y la estructura.
“Ahora soy escritora profesional, estoy dedicada a esto, entonces me es más fácil, pero hubo un tiempo en mi vida en el que tenía que alternar y escribir todos los días con ganas, sin ganas, sacar un poquito de esfuerzo. Un día será más productivo, otro día será menos, pero no hay que sacarse la historia de la cabeza ni dejar de tenerla en el pensamiento".

