
“Los fieles suelen decir: tres jueves hay en el año que causan admiración: Jueves santo, Corpus Christi y el jueves de la Ascensión”.
La cita que precede, extraída del periódico La Prensa Libre (27/05/1895), adaptación de un dicho popular español, muestra el arraigo de esta ceremonia litúrgica en la religiosidad costarricense, particularmente entre la población ubicada en el denominado “Valle de San José”, de fines del siglo XIX.
Corpus Christi es una conmemoración católica, originada en la Europa occidental del siglo XIII, que se festeja 60 días después del Domingo de Resurrección, dirigida a celebrar la eucaristía, con la intención de proclamar y aumentar la fe de los creyentes, por medio de actos rituales.
La prensa escrita de este lapso ofrece valiosas evidencias de la importancia que esta solemnidad tenía en una sociedad predominantemente católica, como la de entonces. Por ejemplo, La Villa de París, negocio emplazado en el corazón de la capital, anunciaba “haber recibido, para las fiestas de Corpus, un selecto surtido de ropa para niños de uno a diez años” (El Heraldo, 25/05/1893), de tal forma que éstos lucieran atuendos adecuados para el ceremonial que se aproximaba.
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El mismo periódico (28/05/1891), no dejaba pasar por alto la celebración para comunicar que: “Por ser hoy Jueves de Corpus y además feriado, no saldrá mañana este diario”, destacando con ello, una actitud de respeto y consideración hacia la feligresía que se congregaba alrededor de este ritual. Rasgos de este tipo es frecuente encontrarlos en los distintos medios de prensa que cubrían el acontecer social de la capital costarricense y villas de su entorno.
¿Qué tipo de actividades se organizaban en San José para darle realce al Corpus Christi? Las ricas descripciones desarrolladas por los editores de los medios impresos locales, brindan una idea bastante cercana sobre la dimensión que alcanzaban estos eventos religiosos en el preludio del cambio de siglo.
Altares y procesiones
El escenario donde se llevaban a cabo las celebraciones en la ciudad capital era el Parque Central, dada su estratégica ubicación frente a la iglesia catedral, lugar donde solía reunirse la dirigencia católica.

Una crónica del Diario de Costa Rica (26/06/1886) puede resultar de interés particular: “La fiesta del Corpus Christi se celebró aquí de un modo espléndido. Desde muy temprano recorrían las calles, en dirección a los templos, grupos numerosos de niñas vestidas de blanco, que iban a recibir el sacramento de la comunión. Se construyeron alrededor del parque cuatro altares, artística y sencillamente adornados. La procesión empezó a las nueve y se detuvo delante de cada altar. Ofició el señor Obispo Thiel, acompañado por casi todo el clero de la ciudad. La concurrencia fue enorme. Merece especial mención el orden estricto, rigurosísimo que reinó hasta el fin”.
Esta descripción muestra la festividad como un evento de naturaleza social, integrador si se quiere, donde el conglomerado lleva a cabo manifestaciones de fe, reconociendo en la autoridad del Obispo, la presencia de lo divino en la Tierra. Constituye, a la vez, un mecanismo impulsado desde las autoridades de la iglesia para afianzar su presencia entre las capas sociales de extracción popular. La alta concurrencia que la prensa destaca con regularidad, representa la mejor evidencia de este propósito.
Años después, la sección de Gacetillas del periódico El Heraldo (03-06-1893), ofrecía una valiosa reseña de la festividad: “La procesión que asistió a estas ceremonias religiosas fue bastante numerosa. Los cuatro altares que se levantaban en cada una de las esquinas del Parque Central eran bastante bellos y costosos; dos, sobre todo: los de las esquinas suroeste y sureste de dicho parque. Aquí representaba la aparición de Lourdes. La milagrosa virgen, la abrupta gruta cubierta de follaje, las blancas palomas, los niños de oropéndola, todo estaba allí hacinado artísticamente”.

El otro de los altares reseñado por el editor de prensa, daba relieve al tema del ara sagrada de La Biblia, que incluía representaciones de ángeles, subrayando que en cada uno de los altares se dieron oficios sacerdotales y cantos religiosos de artistas locales.
Para mediados de la década de los noventa La Prensa Libre relataba, con precisión, los nombres de las personas a cargo de los cantos y del diseño de altares en el Parque Central, denotando con ello el carácter de acontecimiento socio-religioso que asumía Corpus Christi. Como día grande, no se dudó en afirmar en la prensa, que este era merecedor del mejor vestido de dominguear.
“La procesión y los altares estuvieron como en años anteriores. Nos llamaron particularmente la atención el de la señora doña Julia Álvarez de Rojas, no solo por lo original, por la buena música y el escogido canto. Se estrenó una composición inédita del maestro Castegnaro, que es lo que puede llamarse una obra clásica: no deja nada que desear. La señora Lola Carranza de Bolandi, soprano, desempeñó con buena ejecución y gusto artístico la parte que le correspondía. La señorita Herminia Gutiérrez, contralto, estuvo muy feliz en su canto y notamos con placer que cada día alcanza nuevos progresos. Alejandro Aguilar, tenor, estuvo admirable. Debiéramos enorgullecernos de tener un tenor como el amigo Cano”, decía La Prensa Libre (27/06/1895).
Como se puede apreciar, Corpus Christi constituía, para entonces, todo un acontecimiento de devoción colectiva que reunía en un mismo escenario a diversos sectores en torno a un acto de fe. Los pomposos altares, patrocinados por familias con alto poder adquisitivo, dibujan, a la vez, un espacio físico segregado, que permite visualizar la posición que unos y otros ocupan en el entramado social.

Corpus Christi también evidencia las profundas diferencias sociales de una población, fragmentada por el acceso al poder y la economía. Siendo una conmemoración de naturaleza religiosa, otorga visibilidad y reconocimiento a ciertos actores sociales con empoderamiento como autoridades políticas, dirigencia eclesial y familias con poder adquisitivo, por medio de asuntos llenos de simbolismo como la vestimenta y la ubicación que tienen en las procesiones y altares, en tanto, coloca en un segundo plano a un amplio segmento social, marginado, no solo de los espacios de reconocimiento público, sino de los medios de acceso a la riqueza.
Altares, procesiones, cantos y eucaristía se articulan en una festividad originada en la Edad Media y heredada de la época colonial, que mantuvo una ferviente convocatoria dentro de la sociedad costarricense en el siglo de la independencia.
El autor es coordinador del Programa de Humanidades-UNED y profesor asociado de la Escuela de Estudios Generales-UCR.