
Con una pintura musical que se grabó profundamente en mi mente, siento que he recorrido Quisqueya mil veces, que me sé de memoria sus calles, que saludo a sus vecinos o que juego dominó en algún corredor. No me crié con yorubas o taínos, pero a punta de sonidos y de repetir canciones, ya le rezo a diario a Yocahú para que me bendiga con sus miradas.
Tal vez Vicente García no lo sepa, pero con el disco Puñito de Yocahú nos regaló una brújula para volver a ver el Caribe con ojos nuevos, unos que no se conforman con las postales coloridas del turismo, sino unos que quieren ver el alma, la mezcla y el desorden sagrado que nos hizo ser quienes somos.
“Ha sido un disco bastante introspectivo”, dijo el artista dominicano, con esa voz calma que lo identifica en la intimidad de una entrevista, pero que se transforma en energía, potencia y orgullo en este nuevo álbum, donde canta un poema a las raíces y al amor a punta de merengue, bachata, reggae, funk, boleros y todo lo que brotó de esa mente suya, tan difícil de descifrar.
Su vida está en Colombia, pero sin duda su alma y su corazón siguen anclados en Quisqueya (su adorada República Dominicana). Eso, para quien escucha su música, está más que demostrado.
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“Quiero hablar de la República Dominicana a través de sus tres corrientes más importantes: la cultura española, la africana y la indígena”, afirmó. Precisamente, por esos tres colores, es que logró pintar una acuarela que nos identifica a todos los latinos, y que nos hace recordar que, justamente, somos todos africanos, españoles e indígenas, y que no hay nada más rico que sabernos poseedores de historias, culturas, tierras, sabores y contrastes.
En esos contrastes es que entendió, una vez más, que es urgente recordar, no desde la nostalgia, sino desde la acción creativa. Así, poco a poco, las letras y los sonidos de Puñito de Yocahú fueron viviendo entre pescadores, agricultores, amores dolorosos y viajes en coche para ver los hermosos paisajes de Quisqueya, que también nos recuerdan los de Costa Rica, los de Colombia, los de México y de toda esta Latinoamérica a la que le canta el dominicano con estos poemas hechos canción.
Lo espiritual y lo cotidiano, así suena Puñito de Yocahú
Vicente no se asume como un maestro ni como un predicador en este disco que, como es su costumbre, está cargado de investigación cultural, histórica y musical. “Yo soy otro que voy buscando también. Mi función no es enseñar, pero sí ser una ventana para que puedan seguir buscando. Si eso se logra, la labor está más que cumplida”.
Con esa intención, Puñito de Yocahú se convierte en una obra que mezcla la espiritualidad con lo cotidiano, la fiesta con la reflexión. A través de canciones como El huracán o Quisqueya, aparecen deidades como Yocahú, Yemayá y Atabey.

“Es el cristal del criollismo, la forma desordenada en la que logramos ser esto tan hermoso que somos como latinoamericanos (...) Es el que en la esquina le reza a Yemayá, el otro reza el Padre Nuestro y el otro le reza a Oshún o a San Miguel Arcángel. Eso pasa y va a seguir pasando porque el abuelo de aquel era negro, el del otro era español y el otro piensa que es más cristiano que el cristiano”, dijo Vicente.
Ese “desorden” es también musical: merengue, bachata, funk, reggae, salsa, blues y sintetizadores conviven como en una gran mesa dominicana. Todos caben. Como en familia, se canta, se ríe y se llora.
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“No me interesa hacer un disco de un solo género. Me gusta fusionar. Me divierte”, aseguró. Y aunque podría hacer una bachata comercial que lo lleve al número uno, elige caminar el borde: “Lo otro lo pueden hacer otros. Este es mi granito de arena”.
Ese equilibrio de sonidos ancestrales y tecnológicos lo logró gracias a un gran cómplice que ha tenido a lo largo de su carrera: el productor puertorriqueño Eduardo Cabra, otro loco que gusta de meterse en problemas cada vez que hace música. Lo fácil no es para ellos, otros lo harán.
Puñito de Yocahú también es visual. El día que nació lo hizo acompañado de videos que redondearon el concepto, enseñando al mundo el corazón caribeño de Quisqueya.
García explica que, al producir los videos, no querían hacer algo convencional. Se fueron cinco personas con poco equipo a grabar, a dejar que el entorno hiciera el guion. “Queríamos ser invisibles para poder captar la cosa con cierto realismo”, afirmó. El resultado es una experiencia que refuerza el mensaje del álbum desde la imagen.
Y así fue como Puñito de Yocahú se convirtió en más que un disco. Es una oración caribeña; una que se canta, se baila, se reza. Una que nos recuerda que, incluso sin conocer Quisqueya, todos llevamos un puñito de ella adentro.

