La fe del Macho Acuña trasciende las naves de los templos. Su relación con Dios es terrenal, pero directa. Este exfutbolista, empresario exitoso, hombre de televisión, líder del programa deportivo Zona Técnica , asume su religión al tenor de “las manos acariciando las entrañas del hierro, y de las mentes pariendo brasas”, que plasmó Debravo con su verbo intenso, en el poema Digo .
Acudí hace unos días al hogar de Víctor Acuña Méndez, en barrio La Granja, pasadas las cinco de la tarde, con la idea de plasmar el mensaje de un referente del fútbol y de la televisión, quien aceptó compartir su reciente experiencia relacionada con un quebranto de salud para que esta sirva de apoyo o bálsamo a quien pudiera sufrir algo parecido.
Desde el ventanal de su residencia, las primeras luces en el poniente se divisaban tenues en la oscuridad gradual del anochecer. Víctor me ofreció una cerveza. Yo pedí café. “¡Diay, tendrías que traer vos el café, la bolsa y el chorreador!”, bromeó con su característico sentido del humor, herencia de su madre, María Cecilia Méndez, una noble matrona de 83 años que, al decir del Macho, va los domingos a la feria del agricultor por un kilo de papas, y regresa a la casa a las dos o tres horas, “pues se queda conversando con media Costa Rica”.
Un día de mayo del año pasado, llorando a lágrima viva, Víctor Macho Acuña condujo su vehículo desde el hospital Calderón Guardia a Taos, su negocio en Zapote, sacudido por el mazazo que significó escuchar del oncólogo Juan Richmond, la inalterable verdad de un diagnóstico: cáncer linfático. Incurable.
“Esas fueron las primeras y las últimas lágrimas de autocompasión que me permití derramar. No sé cómo hice para conducir en aquel estado emocional turbulento, pero sí recuerdo que al bajar del carro, mitigué el llanto y les comuniqué a mis seres queridos la noticia. Si no enfrentaba la situación de una sola vez, no lo iba a lograr nunca”, expresó.
Indicios
Tras un viaje a Buenos Aires, Argentina, y a causa de un leve dolor estomacal que se prolongaba, Acuña decidió practicarse algunos exámenes médicos con el doctor Víctor Manuel Ruiz Castro.
“Pensaba que, quizás, me había pasado con la carne o con alguna copita de vino allá en Argentina, y que el asunto se iba a resolver con cualquier tratamiento mínimo.
“Pero cuando el doctor Ruiz me refirió a un oncólogo, ya me puso a pensar… A los pocos días, luego de otra serie de exámenes que me hicieron, fui con los resultados al Calderón Guardia, a la cita con el oncólogo Juan Richmond. Al ingresar en el consultorio me sentía ansioso, casi eufórico, pues en mi fuero interno, con los resultados de los exámenes en la mano, estaba seguro de que el doctor Richmond me iba a decir que estuviera tranquilo, que todo estaba en orden y que podía seguir con mi vida normal. Le mostré un examen, y otro, y otro, y otro. Yo no paraba de hablar ni de opinar, hasta que el médico me interrumpió. “Por favor, Víctor… ¡Sentate! Debo decirte que tenés un cáncer linfático y no es curable…”
“¡Cáncer!. Me estaba diciendo que tenía… ¡cáncer! Me explicaba cuáles iban a ser las etapas del tratamiento, la aplicación de la quimioterapia, los cuidados que en adelante había que tener, la nueva forma de vida que tenía que asumir... Oía sus palabras, pero mi mente estaba en otra parte. Entretanto, yo seguía con la necedad de que, posiblemente, se trataba de un error, porque a mí no me podía pasar algo así. “Víctor, desgraciadamente, me toca demostrar que tenés un cáncer, no lo contrario”, expresó Richmond, un profesional a quien admiro, respeto y quiero, por su alta calidad humana y científica.
“Luego, en mi casa, reuní a mis hijos y a mi familia. Les expliqué que estaba dispuesto a dar la pelea, que iba a demostrar el material del que estoy hecho. ¡Eso sí, les advertí: solo, no salgo! Con la ayuda de Dios, de la mano de Él y con el apoyo de todos ustedes lo voy a conseguir, recuerdo que les enfaticé. ¡Quedaron devastados!
“Pronto llegó el día de la primera sesión de quimio ”, comentó Acuña. Cuenta que acudieron a su memoria –como si hubiesen sido ayer–, las ocasiones en las que acompañó al periodista Ricardo Quirós Sáenz (ya fallecido), fundador de Zona Técnica , a sus sesiones de quimioterapia. “Sé cuánto sufría el flaco, nuestro amigo y maestro del periodismo deportivo, cada vez que le aplicaban la quimio. Sin embargo, hasta que lo viví en carne propia, comprendí la dimensión de ese gran dolor. Pero, siempre hay cosas buenas, Roberto. Así como los amigos acompañábamos a Ricardo en su fase crítica, yo tuve la compañía de Rolando Villalobos y de muchas personas queridas. Como si fueran nuestros tiempos en la Liga, cuando el mediocampista prodigioso que fue Rolando me servía balones a profundidad y yo hacía los goles, en los pasajes más duros de mi enfermedad, Rolando se mantuvo a mi lado.
“Siempre tuve valor, pero también flaqueaba. En uno de esos momentos difíciles, llamé por teléfono a Edgar Ica Baltodano, otro amigo del fútbol, del deporte, de la vida.
‘Ica, vieras que a veces me quiebro; vieras que a veces lloro’. ‘Eso no es debilidad’, me respondió Ica al otro lado de la línea. ‘Debilidad sería si me llamaras para decirme que no vas a ir a tu próxima sesión de quimioterapia, algo que no te permitiría jamás; pero llorar, querido amigo, es un signo de hombría’.
Levantarse y seguir
“A lo largo de las ocho sesiones de quimioterapia a las que me sometí, hice hasta lo imposible por mantenerme fuerte, para dar la impresión a mi familia de que, en realidad, no sufría tanto. Pero un día me desperté sin querer levantarme. No era que no quería; era que, simplemente, ¡no podía! Y seguí ahí, tirado en la cama. Al rato, me despertó mi hija Gloriana. ‘Papi, ¿te duele mucho?’, preguntó con preocupación. ‘No, hijita, es que me quedé dormido, pero ya me levanto y me alisto; no me había dado cuenta de que es tan tarde’, le dije para tranquilizarla.
“Me bañé y salí de la casa. Pero solo yo sabía el dolor tremendo que me aquejaba. ¡Solo yo sabía! Es que sentía la obligación de infundir valor en los míos, convencido además de que si uno desea superar un trance de estos, hay que levantarse y salir, hay que buscar la calle, hay que moverse, porque la cama, ¡mata! Por eso insisto a quienes lean este testimonio, que no se queden sin hacer nada, que con buena actitud se puede superar la adversidad. Por supuesto, uno solo no sale, pero con la ayuda de Dios, sí. De la mano de Él, sí”
Ave Fénix
Un año y cuatro meses después del diagnóstico de cáncer linfático, Víctor está recuperado. Los últimos exámenes médicos consignan que su organismo está limpio. Sin embargo, el mal es incurable. No obstante, podrían pasar muchos años sin que el cáncer se manifieste; es decir, que puede llevar una existencia normal.
Entre la tarde y la noche, la fluidez de la conversación hizo que a Víctor se le olvidara encender las luces de su casa. Y ahí seguíamos, en la penumbra. El hombre de fútbol, el líder de Zona Técnica , el empresario, el Macho trotamundos, continuaba con su relato, con su verdad y sus lágrimas.
“No soy un héroe porque tengo cáncer. Uno no es el único que sufre en esta vida. Hay niños con hambre, seres desposeídos de pan y de afecto. Tengo un buen amigo, sobreviviente de la pobreza y del drama, a quien suelo ayudar a recolectar alimentos para personas de su comunidad marginal. Dice mi amigo que a veces consigue comida solo para alimentar a cuatro niños o niñas. ¡Y le llegan 25!
“Percibo que en esta sociedad nos estamos enfermando por buscar desesperadamente el éxito. Y el estrés, aniquila. Está científicamente comprobado que un cáncer o una enfermedad pueden sobrevenir después de un evento emocional muy fuerte. Hay que desacelerar, amigo. Vivir con pausa y alimentarse. La mejor comida es la más económica, la que encontrábamos en las calles y en los potreros de nuestra época. El arroz, los frijoles, las naranjas, los mangos, las guayabas… ¿Te acordás?
“Hay mucha gente que necesita un abrazo, y no se lo damos. Por ejemplo, si alguien llega a regañadientes a trabajar, es fácil desarmarlo con un ‘¡Buenos días!’ Quiero expresar a mi prójimo lo importante que es, porque yo también necesito que la gente me aprecie. Porque deseo seguir viviendo como lo que soy: una persona de bien”, insistió el Macho Acuña. Con su verdad… Y sus lágrimas.