Como pan caído del cielo para saciar las ansias de sus fanáticos costarricenses, así fue el concierto de Maná el sábado anterior, en el Estadio Ricardo Saprissa, en Tibás.
El apetito fue aplacado con rock , pop, baladas y hasta rancheras. El maná musical llegó gracias a los cuatro “compadres” mexicanos que se hicieron uno para sus seguidores ticos, en coros ensordecedores que se fusionaron con un espectáculo de última generación.
Como lo dice el libro del Éxodo , los ansiosos esperaban su dosis para colmar su voracidad y los protagonistas sabían cómo satisfacer a las miles de almas que casi llenaron el aforo del estadio tibaseño.
Fher Olvera, Alex González , Juan Calleros y Sergio Vallín no se guardaron nada, y desde el principio del recital se entregaron en cuerpo y alma a quienes querían escuchar sus más grandes éxitos. Y así se hizo.
El primer bocado fue una dosis de emoción. El tema La prisión sonó en una noche que prometió, desde el arranque, una carga de fuerza que contagiaba a cualquiera, hasta aquél muchacho que llegó a escuchar a la banda de Guadalajara enfundado en una camiseta alusiva a la estadounidense de heavy metal Pantera. ¿Estaría en el lugar correcto?
El frío arreciaba. Para condensarlo había bufandas, gorros, guantes y suéteres por doquier; pero en el escenario los artistas bullían en sudor tras la presentación inicial. Eso fue un claro ejemplo de lo que tenían preparado.
Al sonar los acordes de la bien conocida Corazón espinado ya el público estaba entonado, saboreando la melodía como pan recién salido del horno. “Se van a prender para que se les quite el friito”, dijo Fher, quien transformó la gravedad de sus cuerdas vocales cuando habla a notas más agudas al interpretar el tema. De nuevo, así se hizo.
ENTREVISTA: Alex González
Conocedores. Maná , después de 28 años de carrera sabe lo que debe de hacer. Los integrantes se mueven al unísono, pero cada uno también conoce bien cuál es su papel. Como un batallón bien orquestado, los músicos se acuerpan y a ratos destellan su calidad en solitario.
Es imposible no fijar la mirada en el centro del escenario donde Olvera lidera al grupo y en ese mismo ángulo de visión entra imponente Alex desde su batería. Pero, al voltear la mirada seducida por los sonidos que emanan de las manos de Vallín y Callejos, se da uno cuenta de que los flancos derecho e izquierdo están bien cubiertos tanto como el frente y la retaguardia del escuadrón.
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Tras más de media hora de música constante, el hambre seguía insatisfecha. La audiencia había esperado mucho y sabía que el espectáculo del tour Cama incendiada estaba cargado de sorpresas, así que pedían más Maná.
Con una carga de 80 toneladas de equipo, figuras inflables, 320 luces movibles y 250 metros cuadrados de pantallas, Maná cumplió su cometido: saciar las pasiones de sus seguidores.
¿Y cómo no? si tras ganar un premio Grammy Latino por su último disco Cama incendiada , ellos debían reafirmar el por qué son una de las bandas favoritas de América Latina.
El concierto fue completo y aunque promocionan su más reciente material, los mexicanos sabían bien que el público quería oír lo más conocido. El repaso por Cama incendiada fue mínimo pero sustancioso: Adicto a tu amor , Mi verdad y La prisión fueron las representantes del álbum.
Los éxitos del recuerdo fueron el plato fuerte del banquete musical. Así, los de Maná recordaron su amplia trayectoria con un setlist que incluyó piezas de Falta amor (1990) ¿ Dónde jugarán los niños? (1992), Cuando los ángeles lloran (1995), Sueños líquidos (1997), Revolución de amor (2002), Amar es combatir (2006) y Drama y luz (2011).
Incansables. Como si los años no pasaran sobre sus cuerpos, los cuatro se dieron por completo en la tarima; no se percibió en ningún momento un conato de fatiga.
Expertos en poner a bailar hasta el que no sabe –empezando por Fher, quien hace su mejor esfuerzo, pero que mejor siga cantando– Maná continuó durante el espectáculo dando cátedra de experiencia en conciertos masivos.
Uno de los momentos más eufóricos fue durante el esperado solo de batería de González. El virtuoso, con los bolillos convertidos en extensiones de sus manos, fue todo talento y para cerrar esa participación, el montaje de la batería en una plataforma movible lo hizo ver gigante, magnífico, espectacular.
Maná cumplió, tras dos horas exactas de show , con el aplacamiento del apetito de los ticos por su música.
Manó sabor, complicidad y amor recíproco durante todo el espectáculo.