En términos criollos, la diferencia entre un chivo y un concierto puede ser abismal. El primer término, en muchas ocasiones, hace alusión a una presentación casi rutinaria, que se hace por salir del paso. El segundo, en cambio, suele implicar una producción seria y una evidente dedicación para entregar un producto que se acerque a la perfección.
El lanzamiento del disco-libro Pisapapeles, de la compositora María Pretiz, puso en alto todos los elementos que caracterizan un concierto de verdad, y eso se agradece en paleta desde la butaca.
El factor multidisciplinario del espectáculo aportaba un enriquecimiento implícito. El factor musical era el atractivo obvio pero el encuentro fue más casual y a la vez entretenido también por la sumatoria de una elegante proyección de las ilustraciones de Eugenio Murillo para las canciones de Pretiz, así como la lectura intercalada de textos de la misma autora.
En el repaso de su obra más reciente (este es su noveno álbum), se evidencia, una vez más el gran talento de la artista en sus facetas como pianista, cantante y compositora. Ahora, además, se pone muestra su rostro como escritora que, de por sí, ya se disfrutaba en su rol al plasmar ideas en las líricas de sus piezas.
En sus letras y textos cortos, queda plasmada su afición por el humor fino y elementos como la ironía y la crítica trazadas en figuras literarias utilizadas con cuidado. La narración se siente espontánea y creíble.
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Se mantiene en su obra esa capacidad de colar la fantasía en lo anecdótico y dibujar el relato cotidiano con la reflexión. En sus letras se desdibuja la línea de separación entre lo infantil y lo que alude a los adultos. Se retratan ambos mundos en textos sobre el espíritu creyencero, el comportamiento egoísta del ser humano, los hábitos desmedidos de consumo o hasta la adicción a la tecnología.
Musicalmente hay mucho que rescatar del concierto. Las composiciones se sienten bien nutridas desde su gestación y se vuelven más llamativas cuando cobran vida en escena. Los músicos que acompañan a Pretiz son dos viejos conocidos de la escena, que aseguran solidez en el resultado final.
Gabriel Gutiérrez (batería) y Mario Álvarez (bajo) fueron los socios predilectos de principio a fin durante la presentación. Sus interpretaciones fueron tan nítidas como el mismo piano de María, que resaltaban también al apoyarse en un sonido impecable.
El trío mostró la flexibilidad que pueden tener múltiples rostros del jazz, mezclándolos con influencias de ritmos latinos y otros elementos más experimentales. Esta otra faceta fue también visible con la presencia del cuarteto de saxofones Insax que apareció en tarima para unas cuantas piezas, una de ellas siendo los únicos acompañantes de la voz de Pretiz.
La presentación también contó con trío de coristas, cuyas voces fueron quizá un poco subutilizadas, pero de todas formas siempre le aportaron a la velada, igual que la aparición del guitarrista Edín Solís y el violinista Erasmo Solerti, en dos piezas.
Una vez más, como a veces parece ser tendencia, el público fue el que falló, por una baja asistencia. Salados, les digo. Se perdieron de una oportunidad probablemente irrepetible en un escenario idóneo, con obras de alta factura y con una oferta musical (o más bien interdisciplinaria) exenta de tachas.
Para quienes estuvimos ahí, quedó el gusto de disfrutar por igual las letras y la música que se presentaban en condiciones que motivaban una atención completa para una artista que, se nota, pone su corazón en su obra.
El concierto
ARTISTA: María Pretiz
FECHA: 1. ° de setiembre
LUGAR: Auditorio Nacional
ORGANIZACIÓN: Bagnarello Producciones