El subteniente Giacomelli del ejército italiano tenía apenas 19 años y la gran responsabilidad de liderar un grupo de al menos 30 hombres; era el comandante del pelotón. Sin embargo, la carrera militar no era de su agrado, sufría todos los días: “No me gustaba, no me gustaba”, recordó.
Por las noches, casi a diario, el joven soñaba con un escenario paradisíaco, una playa tropical.
“Después me despertaba y decía: ‘Ay no, estoy aquí’”, recordó Mario Giacomelli, con una sonrisa que combinaba algo de pena y gracia. Su singular recuerdo, de hace 40 años, le evoca aquellos días en que deseaba escaparse de las labores militares para gozar de la buena vida, alejada del rigor militar.
Poco tiempo después tuvo la oportunidad de tomar vacaciones y viajó con unos amigos a Costa Rica. Llegaron, específicamente, a Manuel Antonio, Quepos.
“Cuando vi el lugar era lo que había soñado. Fue algo mágico”, recordó con un brillo en sus ojos que delataba la emoción que sintió en ese momento.
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Mario Giacomelli nació en Padua, al norte de Italia, el 5 de agosto de 1964. Y aunque a los 21 años se enamoró de nuestro país, tuvo que regresar a su tierra natal para continuar con sus responsabilidades.
Volvió a Italia a regañadientes, pues los paisajes, la forma de ser de los ticos y el ambiente de nuestro país lo convencieron de que tenía que volver.
Tenía unos pocos ahorros, la ilusión y el apoyo de su padre, quien le ayudó económicamente para que se viniera a Costa Rica a disfrutar del paraíso que soñó. Al final retornó a suelo tico con una maleta, muchos discos de vinilo y una emoción imparable.
“Sigo de vacaciones”, bromeó al repasar las cuatro décadas que tiene de residir acá, de una vida en la que construyó matrimonios, hijos y una carrera dedicada a la pasión más grande de su vida: el cine.
En Costa Rica su nombre es referente en las opiniones cinematográficas gracias a la labor de crítico, la cual ejerció en Canal 13, Semanario Universidad y durante 20 años en Teletica, así como en sus propias plataformas digitales.

Mario Giacomelli y el arte que lleva en sus venas
El segundo apellido de Mario es Rizzato. Culturalmente, los italianos no lo utilizan, pero Giacomelli contó orgulloso que lleva en sus venas la sangre de su abuelo escultor y que de ahí es de donde heredó el gusto por las artes. De hecho, Mario tiene un gran talento para el dibujo y la escritura, pero fue en la palabra donde encontró el escaparate ideal para hablar sobre cine.
“Siempre he sido cinéfilo”, dijo con toda la convicción de una persona que ha visto a lo largo de su vida entre 14.000 y 15.000 películas, según sus propios cálculos.
Sus papás siempre lo llevaron al cine y eso sembró la pasión. “Todavía recuerdo algunas de esas películas”, contó. Una de ellas fue 2001: Odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick, que lo marcó para siempre.
“Fui esperando ver naves espaciales y me encontré con simios. No la entendí, pero me intrigó tanto que la volví a ver años después, y la he visto decenas de veces. Esa película me cambió”, expresó.
Más grande en edad, Giacomelli fue conociendo, aprendiendo y consumiendo más cine, era algo intrínseco en él. Kubrick lo sorprendió y el joven italiano no dejó de investigar y de satisfacer sus curiosidades con más y más películas.
Como crítico se formó en la calle, en la llamada universidad de la vida. Mario leía, estudiaba y analizaba cada filme, aprendiendo de los más grandes maestros, directores y actores.
Se escapaba del colegio para asistir a clases universitarias de cine en Padua y pasaba veranos en el British Film Institute de Londres. Todo ese rodaje lo terminó convirtiendo en crítico.
“Un film al giorno leva il medico di torno (Una película al día mantiene al médico alejado)”, es el dicho italiano que Giacomelli ha aplicado desde los 15 años y con el que mantiene la costumbre de ver al menos una cinta diaria.
Hay filmes que ha visto más de 30 veces. Taxi Driver, por ejemplo, calcula que la ha repasado unas 35 ocasiones. “Cada vez descubro algo nuevo. La primera vez uno ve una película con el corazón, la segunda con la cabeza y la tercera con el alma”, sentenció.
Cuando llegó a Costa Rica venía con más de 400 artículos que había publicado en Italia sobre cine y música. Cuando arribó, al poco tiempo, montó un programa de radio llamado Ultrasonidos, en el que introdujo sonidos nuevos del punk y el new wave en las ondas ticas que resonaban principalmente con los éxitos del Chiqui-chiqui. Su propuesta fue algo rara para aquella época, pero afirma que tuvo muy buena aceptación.
En el camino notó que no había críticos de cine en el país, así que encontró un nicho ahí. Para ese entonces, en La Nación publicaba Gabriel González, y existía el programa Caleidoscopio, de Canal 13, donde algunos invitados especiales hablaban de cine. Sin embargo, no había una figura televisiva que hablara específicamente del sétimo arte, según recordó.
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En Caleidoscopio, bajo la producción de Carmen Juntos y Pablo Merino, Giacomelli hizo sus primeras apariciones en la pantalla chica criolla.
Después llegó a Teletica y su nombre sonó fuerte durante dos décadas como un referente para el público.
Entre música, grandes escenas, míticos actores y películas icónicas, las imágenes en la mente de Mario Giacomelli se mezclan con grandes recuerdos que el cine, más allá de la pantalla, le ha regalado.
Uno de esos premios fue, por ejemplo, conocer a Clint Eastwood, su actor favorito e ídolo de la infancia. Ese soñado encuentro se hizo realidad en el Festival de Cine de Venecia, en el 2001.
Giacomelli estuvo allí después de que el artista dio una conferencia tras recibir el León de Oro a su trayectoria. “Iba de salida, de pronto se devolvió para darnos la mano, nos saludó a todos. Fue un caballero y me impresionó su humildad”, contó Mario con un brillo especial en sus ojos.
Crítico, fan y conocedor: Mario Giacomelli y su aporte
A lo largo de los años, una fe inquebrantable en que el cine, aunque cambie, sigue siendo arte, es la que lo mantiene analizando películas todavía.
“Espero que (el cine) nunca desaparezca, que nunca muera. Confío mucho en que hay generaciones nuevas de cineastas y que, cada vez que hay un cambio de generación, siempre hay nuevas ideas que puedan hacer buenas películas”, dijo.

Sin embargo, Giacomelli es firme en algo: “Estoy segurísimo de que antes se hacían mejores películas. Lo tengo muy claro”, sentenció.
Su comentario se basa en que para él la época digital es de gran decadencia porque los creadores abusan de la tecnología y le ponen poca alma a la producción. “Entre más fácil se vuelve hacer cine, menos creatividad hay. Lo digital permite corregirlo todo, pero a veces la perfección mata la emoción”, agregó.
Otro punto importante sobre el conocimiento de Giacomelli es su visión del cine costarricense, del cual ha sido testigo de su evolución. Mario se mostró entusiasta y orgulloso al hacer un análisis sobre la producción tica.
En 1986, cuando llegó a Costa Rica, apenas se hablaba de la película Eulalia (de Óscar Castillo). “He tenido el privilegio de ver crecer el cine costarricense. Ahora hay una generación entera de cineastas, y las mujeres, sobre todo, están marcando el rumbo”, dijo.
Mencionó grandes obras como Clara Sola, Tengo sueños eléctricos y Memorias de un cuerpo que arde. “Todas son de una calidad enorme”, expresó.
Actualmente, Giacomelli, un poco alejado con las cámaras de televisión, combina la enseñanza y el análisis cinematográfico impartiendo talleres y cineforos, los cuales son dirigidos a instituciones, empresas y público en general.
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“Es un reto, es también ir aprendiendo. Me siento como profesor y estudiante al mismo tiempo porque preparar una clase me obliga a ver películas nuevas, a seguir descubriendo”, aseveró.
Una inquietud que tiene en su panorama es volver a hacer lo que durante tantos años forjó: las críticas de cine en video. Tiene en su radar las redes sociales y plataformas virtuales, pero para ello debe dejar de “pelear consigo mismo”, pues les guarda cierto recelo.
“Tengo como una antipatía por las redes, pero estoy consciente de lo importante que son”, aclaró.
Con 61 años, Giacomelli mantiene intacta la curiosidad y el asombro que lo hicieron cruzar el Atlántico. No le teme al paso del tiempo, solo a quedarse sin tiempo para ver todas las películas que quisiera. “Uno no alcanza a ver todo lo bueno. Y eso es lo maravilloso del cine: que siempre hay algo más por descubrir”, concluyó.

