Cuando se habla de amor hay risas, lágrimas, elogios y admiración. Son reacciones que, naturalmente, devienen al relatar las historias que se tejen en una relación, una que inició, en muchos casos, por obra del destino.
Plutarco decía que hay amores tan bellos que justifican todas las locuras que hacen cometer. De ahí que en las génesis de la mayoría de los relatos amorosos siempre hay episodios de atrevimiento y disparate. Son las anclas que se aferran al corazón.
Viva conversó con tres figuras del espectáculo nacional cuyas relaciones amorosas se empezaron a escribir con alguna locura de por medio.
Una solicitud de amistad por Facebook, una decisiva visita a un albergue en Atenas (Alajuela) y un paseo a la playa motivaron el inicio de las relaciones amorosas de la locutora y presentadora de televisión Lussania Víquez, la ama de casa Ana Solano –esposa del folclorista y compositor nacional Lorenzo Lencho Salazar– y la empresaria y modista Amanda Moncada.
En pareja o en solitario, ellas no solo hablaron de su exitosa historia de romance, sino que revelaron los matices de ese sentimiento, que se manifiesta en la plenitud, en la enfermedad y hasta en la muerte.

'Pensé que lo iba a espantar'
La relación amorosa entre Lussania Víquez y su esposo, el periodoncista Jorge Sáenz, comenzó en las primeras semanas del 2015.
Meses antes, la presentadora de Informe 11: Las Historias acompañó a su mamá a varias citas médicas en el consultorio de Sáenz.
“Le decía a mami que la acompañaba. Era ir donde el ‘doctor guapo’. Él era muy serio y eso me hacía dudar de si era casado o no, si tendría hijos o no. Pero un día hice algo que en mi vida había hecho y que jamás imaginé hacer: enviarle una invitación de amistad por Facebook. Así nos empezamos a hablar y todo fluyó muy bien”, cuenta Lussania.
En aquel entonces, a Jorge ya lo habían alertado del interés que tenía la ojiverde por conocerlo, pero que por “falta de información” ella no daba el paso siguiente.
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Jorge Sáenz dice que en esa época mantenía una relación sentimental inestable que acabó varios meses antes de iniciar con Lussania. “No estaba bien en ese momento. Terminé mi anterior relación y al año siguiente la invité a salir (a Lussania)”, revela.
En ambos todo fluyó muy rápido: entre la aceptación de la solicitud de amistad de Víquez, la primera salida, el noviazgo y el compromiso no pasaron más de nueve meses.
“Cuando salimos por primera vez pensé que lo iba a espantar, porque estaba en una etapa de mi vida donde era muy selectiva y sabía lo que quería. No estaba dispuesta a perder el tiempo con nadie. Llegué, hablamos de relaciones pasadas y de una vez le dije: ‘Vea, no es que yo quiera hacer esto mañana, pero lo que busco es una relación formal, no quiero andar en jueguitos’”, recuerda Lussania con la misma determinación que, posiblemente, tuvo en aquel verano del 2015.
Optó por ser clara porque buscaba a una persona que caminara hacia el mismo horizonte. “Milagrosamente no lo espanté. Él también estaba buscando algo serio. Así llegó la etapa de conocernos y de ver si realmente éramos compatibles o no. Cuando lo empecé a conocer me di cuenta que era igual de alegre y auténtico como yo. Esa autenticidad fue lo que más me atrajo”, afirma Lussania.
“La relación ha sido intensa en el buen sentido de la palabra. Todo entre nosotros se dio tan rápido, tan espontáneo, tan natural. Al mes de conocernos ya estábamos ‘jalando’, a los cinco meses ya había comprado el anillo de compromiso sin que ella supiera y a los ochos meses nos comprometimos. Un año después nos casamos”, añade el médico.
Lussania y Jorge se casaron el 3 de diciembre del 2016, con 31 y 33 años, respectivamente. “El matrimonio ha sido una etapa muy bonita, de mucho crecimiento personal. Los dos compartimos tantas cosas que, parece mentira, pero han fortalecido la relación con el tiempo. Cosas tan sencillas como el tipo de decoración de la casa, detalles simples que nos llenan de gran ilusión”, sostiene Víquez.

Como pareja, reconocen que en este proceso ha sido crucial el dedicarse tiempo de calidad: él trabaja todo el día (labora en hospitales de la Caja Costarricense de Seguro Social, ofrece servicios profesionales privados y da clases universitarias), mientras que ella presenta el programa de canal 11 de 9 p. m. a 10 p. m. de lunes a domingo.
“Lo que las parejas suelen hacer en horarios normales, nosotros no aplicamos porque nuestros tiempos no coinciden, pero siempre tratamos de encontrar un momento para compartir juntos”, explica Jorge.
Esos momentos de pareja son una oración juntos todas las noches, ir a misa los domingos, cocinar juntos al menos una vez a la semana y practicar algunas secuencias de salsa de las clases de baile que Jorge recibe para estar a la altura, en la pista, de su esposa Lussania, una aficionada al baile.
Aunque con poco tiempo de casados, la pareja sabe que el éxito de su relación depende de la comunicación, el respeto, la confianza y la cercanía a Dios. Así logran cultivar un matrimonio que esperan sea para toda la vida, cumplir metas juntos, quemar etapas y en un futuro, llegar a ser padres.

'Espero no fallarle. Él merece todo lo mejor'
De la misma manera en que Lussania y Jorge escriben su romance, Ana Solano y Lencho Salazar también construyen su propia historia de amor.
El folclorista costarricense contrajo nupcias con Solano a mediados de agosto del 2015 en una boda civil. Fue la tercera vez en que Lencho dio el sí y la segunda de su esposa, quien había enviudado tiempo atrás.
La relación entre ellos suena a cuento infantil con final feliz, con la diferencia de que doña Ana no tiñe las palabras de fantasía. “Desde que era güila fui fan de él”, refiere la vecina de La Tigra de San Carlos, de 60 años.
“El detalle fue que vine a visitar a una sobrina a Atenas y ella me dijo: ‘Tía, adiviná quien está en un albergue de aquí’. Le contesté que no sabía y de seguida me contó: ‘Lencho Salazar’. Recuerdo que le contesté que estaba loca, que cómo era posible que él iba a estar en un albergue. Le pedí que me llevara a verlo porque siempre había soñado con conocerlo”, asegura una emocionada Ana Solano.
Era un sábado de mayo del 2013. Al filo de la tarde de ese día llegó al albergue. “Me lo encontré triste y afligido. Fue cuando le dije: ‘Si usted es valiente se viene para su casa y yo me vengo a cuidarlo’. Me dijo que estaba bien. Un día después, a la misma hora, me llamó y me dijo que ya estaba en la casa. Arreglé todo lo que tenía pendiente en La Tigra y como a los ocho días estaba con él”, relata.
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Solano recuerda al dedillo cómo empezó todo y aclara que en principio su idea no era más que ofrecerle ayuda y compañía a Lencho Salazar cuya salud estaba desmejorada.
“Lo vine a chinear porque fue algo que me nació. Papito siempre me enamoraba y luego acepté a casarme con él. Poquitos meses después de casados él quedó en camita y desde ahí he dedicado mi vida a cuidarlo. Espero no fallarle porque él merece todo lo mejor, ha dado mucho por el país. Para mí dos Lenchos no hay”, expresa.
La enfermedad de Lencho cultivó aún más el amor de la pareja. “Cuando me acerco a darle un beso me dice que cada día siente más amor por mí. Me canta. Me cuenta historias de cosas que a él le sucedieron cuando era niño. Él se acuerda de todo”, declara Solano antes de celebrar que el estado de salud de Lencho ha mejorado en las últimas semanas.
“Papito vive a puro amor”, subraya doña Ana. Esa mejoría en la salud del cantante y folclorista le ha permitido moverlo de la cama a la acera o al corredor. En ese último lugar pone un colchón para que Lencho repose, respire un aire distinto y escuche el cántico de la naturaleza.
“Me acuesto junto a él y ahí me canta y me cuenta de su vida. Yo le digo: ‘Papito, quiero escuchar tal canción suya’ y él se ‘raja’ a cantármela. Eso hace que me sienta enamorada de la vida, del amor y de él”, manifiesta.

El enamoramiento es mutuo. De recompensa ella le cocina los platillos que más disfruta Lencho. “Le encantan las patitas de cerdo con frijolitos tiernos, las sopitas de pollo, de gallina o de res, el pinto. A veces en las madrugadas me dice que tiene antojo de comerse algo y yo me levanto a esas horas y se lo cocino. Le consigo lo que él quiere a como sea”, asevera.
Ana Solano reitera que en ningún momento ha sentido que sacrifica su felicidad por estar al lado de Lencho. Estar junto a él, amarlo y consentirlo alimenta el sentimiento hacia él y de él hacia ella.
'Estas lágrimas son por el recuerdo'
En ambas direcciones también alimentó su amor, hasta hace tres meses y medio, la empresaria Amanda Moncada.
La modista y farandulera se despidió de su esposo por cinco décadas, Manuel Velásquez, el 31 de octubre del 2017. Ese día el empresario murió luego de luchar durante 10 años contra un cáncer en los huesos.
La pareja se conoció a mediados de los años 60 en la playa, luego se reencontró en una fiesta navideña en un club deportivo del país y entre ida y vuelta –don Manuel estudió en la Academia Militar de West Point– se casaron en 1969 en la iglesia de barrio Luján.
“Tenía características muy significativas en cuanto a lo que yo pienso de la vida. Mi marido desde su juventud fue educado, muy respetuoso y un hombre orientado hacia la mujer. Vea la suerte que tuvo esposa y tres hijas. Fue un hombre que Dios lo puso para que nos ayudara. Él fue quien nos empujó en la vida”, expone Moncada sin reparo alguno.
Entre aquí y allá la pareja vivió sus años mozos, viajaron y amasaron negocios que se asentaron en el país, mas una prueba de salud midió el amor que había en la relación: el cáncer.
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Los ojos de Amanda Moncada se ponen turbios y varias lágrimas descienden por sus mejillas cuando habla de Velásquez.
“Estas lágrimas son por el recuerdo. Él siempre me acompañó y yo siempre lo acompañé todo el tiempo, toda su enfermedad. Fueron 10 años de cáncer, 10 años de tratamiento”, justifica Moncada su sentimiento.
Limpia las lágrimas y continúa: “Ese lapso (la década) me permitió entender el amor. No es fácil entender una relación que traspasa el presente, que es esa energía que está ahí. Cuando él murió, quedé tranquila porque se fue calmadamente y en ambiente que fue como yo le pedí a Dios: que saliera de su casa, rodeado de sus hijas”.
Así de rápido Moncada perdió a su gran amor, a su confidente, al que recuerda día con día, con el que sigue hablando desde cualquier rincón de una casa a la que se mudó apenas en enero, no para borrar el recuerdo, sino para apaciguar la soledad con sus hijas que ahora las tiene en la acera del frente,
“Lo que más extraño de él es su compañía. Constantemente me pasan cosas y lo primero que pienso es en él, mi gran amigo; porque te voy a decir qué rescato yo de la relación: es tu mejor amigo. Es la persona con quien podés hablar de todo, de tus insatisfacciones, de tus inseguridades. Él siempre me protegía”, rememora serena en una cafetería de Multiplaza Escazú.
Con el mismo sosiego amplía que en la nueva casa conserva algunos de los recuerdos más preciados de su marido: sus títulos, fotos y otras memorias de su paso por la academia militar estadounidense están ahí intactos. También habla con él.
“Dentro de este mundo espiritual alguien vino y me dijo que prendiera una vela porque de alguna manera cuando estás en una energía podía comunicarme con él. Desde el día que él murió hasta hoy, todos los días prendo una vela, vivo rodeada de velas y hablo con él de una manera muy natural”, afirma.
La de hoy, dice, será la tercera fecha “difícil” que debe enfrentar desde que su esposo falleció. El 24 y 31 de diciembre estuvieron en la lista. “Planificábamos el 14 de febrero juntos porque nosotros como pareja nos pusimos mucha atención”, insiste.
Sabe que esta celebración del Día del Amor será diferente porque de su gran amor ahora solo tiene los recuerdos memorables que flecharon su corazón durante cada día de los casi 19.000 que estuvieron juntos entre novios y maridos.
Por ello, mientras Lussania y Jorge disfrutan de la cena romántica, y Ana y Lencho de las comilonas típicas, ella alimentará su corazón del recuerdo.