Adolfo Esquivel deja salir un niño cuando habla del mundo de los superhéroes. “Es trillado –advierte–, pero es así”.
Quien habla, entonces, es el adulto, pero con el acento del tiempo de la infancia cuando la puerta está abierta al futuro, cuando la utopía de un mundo mejor no parece un espejismo.
“La cultura de los superhéroes nos permite tener un anhelo de justicia, que los débiles no sufran, que tu superhéroe favorito venza a a los malos”, relata Esquivel acerca de esta cultura que él, como muchos más, llama un modo de vida.
“Soy admirador de los superhéroes, por lo que es inconcebible que en mi visión de mundo no haya justicia, que la gente no tenga derechos. Un niño trasladará ese sentido de justicia a su mundo real”, argumenta Esquivel, quien cita a Superman como su favorito.
Adolfo Esquivel, entonces, da en el clavo. Cuando apareció en 1938, el Hombre de Acero definió el género: un tipo normal (en su identidad secreta) que se eleva sobre el resto para hacer cosas maravillosas.
Llegada. Hubo una época en la que los superhéroes vinieron al rescate de la gente.
Hubo una época en la que la gente vio a los superhéroes con ojos de esperanza.
Era 1929 cuando la Bolsa de Valores de Nueva York hizo crack y Estados Unidos cayó de bruces en la llamada Gran Depresión.
Durante casi una década, la crisis capitalista hizo que el hambre, el caos, el desempleo y la desesperanza –tal si fuesen los cuatro jinetes del apocalipsis– se pasearon por toda la Unión.
En aquella década del 30, existe una verdadera explosión de historietas y superhéroes, que se puede entender como una “respuesta fantástica a la realidad”, según explica Christian Bronstein en Mitología moderna.
“Los comic-books se convirtieron pronto en un importante fenómeno comercial, acaso como una respuesta a la necesidad colectiva de fantasía y de símbolos heroicos frente a la oscura perspectiva que el mundo real presentaba”, añade Bronstein en el estudio.
A fines de esa desesperanzada década verá la luz el superhéroe más emblemático, el que definiría la estética de ese nuevo género: como se dijo, en 1938 se publica Superman.
El nombre no es una casualidad, tampoco lo es la época: la II Guerra Mundial está a la vuelta de un año: el último hijo de Kryptón se convertirá, además, en una pieza en la lucha contra el fascismo.
“Superman es un personaje que se convierte en un modelo para cualquier persona: él persigue el bien común; enseña a perseguir la verdad, a actuar correctamente, a respetar las reglas”, comenta Dylan Fallas, otro fan duro de los cómics.
A pesar de ello, a Fallas le encantaría ver a Batman (un superhéroe más oscuro) combatiendo en el país. “Sería genial atrapando criminales”, expresa con una buena carcajada.
Por cierto, a él también lo gobernó el niño interno; el mismo que lo hizo aficionado a los superhéroes desde los Superamigos de Hanna-Barbera.
El “American Way”. Por fecha y circunstancias, el superhéroe que nació en el siglo XX es una creación estadounidense; viene de una sociedad necesitada urgentemente de encontrar modelos de conducta en aquellos momentos de incertidumbre económica y social.
El mal es algo etéreo.
“Los superhéroes son, quizá, la mitología de Estados Unidos, cuyos héroes y gestas más antiguas no tienen mas de 200 o 300 años”, explicó Chris Claremont, guionista de los X-Men en los años 80.
Si bien construyen su propio panteón, los creadores introducen personajes tomados de otras culturas, se les emparenta con la mitología clásica o se inspiran en leyendas.
Así, a Thor lo trae Marvel de la tradición nórdica; DC incorpora a la Mujer Maravilla, descendiente de las mitológicas amazonas; la Liga de la Justicia se inspira en la mesa redonda del rey Arturo.
El desastre del capitalismo estadounidense de los años 30 produce seres de ficción moralmente intachables, con habilidades y poderes superiores a las personas “de a pie” (más vulnerables que nunca), cuyas vidas eran presa de terrible incertidumbre.
Desde entonces, los superhéroes se mantienen.
Vigencia . Aunque los enemigos han cambiado y los superhéroes no son tan intachables –cambia todo, todo cambia–, la premisa se mantiene: combaten el mal y protegen al inocente.
“Hoy el género está muy fuerte, es lo que le da más plata a las productoras, es lo más rentable, sobre todo con la era digital”, comenta Miguel Corrales, cuyo personaje favorito es Batman, hoy por hoy el personaje más emblemático del Universo DC, como agrega de seguido.
La cultura de superhéroes, insiste Corrales, se representa en variedad de formas y está más que robusta.
El director mexicano Guillermo del Toro sabe algo de esto: dirigió dos cintas de Hellboy.
“Las películas de superhéroes no es falta de imaginación: es necesidad de crear ficción en un mundo que progresivamente se olvida del aspecto espiritual, que no cree en la magia ni en cosas abstractas, solo en lo material y en lo inmediato”.
Esta mitología moderna se adapta a la época y reflejan los cambios de una sociedad.
Daniela Quesada iba como Batichica de los 60 el domingo 19, en la convención Jokermanía.
“Me gusta porque es una chica extrovertida. La cultura de los superhéroes me enseñó que todos podemos ser un superhéroe”.