
La previa del primer concierto de Bad Bunny en Costa Rica estuvo marcada por grandes filas de fanáticos, sol radiante, ansias contenidas entre barandas, risas, cantos y un júbilo generalizado. Un cuadro pintoresco y alegre en todo su esplendor... o bueno, casi en todo.
Porque en los márgenes de esta escena conviven otras realidades no tan alentadoras. Este viernes 5 de diciembre, en los alrededores del Estadio Nacional, también merodeaban otras personas que se ‘comen la asoleada’, pero no precisamente por gusto: los vendedores ambulantes.
Es prácticamente una obviedad que este tipo de espectáculos tan masivos impactan al comercio y, por ende, a los vendedores ambulantes. Sin embargo, aunque la pulseada fue sin cesar desde bien temprano, las cosas no salieron como esperaban.
Así lo atestigua Claudia, quien junto a cuatro amigas instaló un toldo en La Sabana, a pocos metros de la entrada a Gramilla General. Ella es una de las varias artífices del milagro de poner presentables a quienes llevan horas de espera, e incluso pasaron la noche en el parque josefino, con todos los sudores y despeinadas que eso implica.
Ella y el resto de estilistas ofrecieron peinados por menos de ¢4.000, pero al terminar la jornada, cerca de las 3 p. m., confesó que en términos monetarios el negocio fue más bien regular.
No obstante, aseveran, con ánimo de empuchadas, que mañana estarán acá de nuevo desde temprano, esperando que el sábado les sonría.

Casi idéntico fue lo vivido por las hermanas Franciny y Sharol. Estas manicuristas y estilistas de Santo Domingo de Heredia, contaron con cierto pesar que si acaso lograron vender cuatro servicios de peinado.
Según relatan, esto fue muy diferente al año pasado, cuando montaron su emprendimiento para el concierto de Karol G. Ambas achacan la situación a la gran competencia que se presentó.
“El año pasado fue muy diferente, nos fue superbién. Este año la competencia decidió bajarse los pantalones, y tuvimos que cobrar apenas ¢3.500. Pero mañana vamos a venir también... esperemos que esté mejor”, comentó Franciny.
Por su parte, María Mercedes y Carlos, un matrimonio que se dedica a las ventas, dieron un criterio más optimista. A ellos se les vio sudando la gota gorda, moviéndose un punto a otro para ofrecer agua de pipa, plátanos y otros productos.
Cuando prácticamente ya toda la fila había ingresado, todavía tenían buena parte de su mercancía con ellos; aunque aseguran que no pueden quejarse de la venta.
“Ha estado un poquito fluida la venta, por dicha”, expresó María, a lo que su esposo apuntó: “Ya mañana hay que madrugar, ya vimos que hay que madrugar más, tenemos que venir más tempranito que hoy”.

