La Fiaca (Ricardo Talesnik, 1967) es un clásico teatral latinoamericano revestido de un aura que no cede ante el paso del tiempo. Más allá de sus adaptaciones al cine o incontables versiones escénicas, el texto mantiene su frescura por el trasfondo político de su premisa, a saber, la capacidad de un individuo para rebelarse contra un sistema laboral que lo explota y enajena.
Néstor Vignale es un modesto funcionario de la empresa Globalnot. Un lunes cualquiera, luego de muchos años de ostentar un registro de asistencia perfecto, decide faltar. Néstor se justifica debido a la fiaca (término coloquial argentino para referirse a la pereza). El gesto trasciende el ámbito doméstico y corporativo hasta volverse un asunto de dominio público.
Bernardo Barquero constituye la columna vertebral del espectáculo, no solo por su rol protagónico, sino porque su desempeño es generoso en juego y energía. Sin embargo, el ímpetu de Barquero se excede, al punto de desdibujar su personaje. Por momentos, es difícil entender si las acciones de Néstor responden a un ataque de locura, a la fiaca o a la rebeldía de alguien que se niega a vender su alma a cambio de un salario.
Este problema tiene repercusiones conceptuales porque a cada decisión actoral se corresponde una lectura diferente del conflicto y la anécdota. El Néstor capaz de racionalizar su fiaca desaparece cuando se transforma, frente a su madre, en un niño balbuceante o cuando, cerca del desenlace, sufre al no tener a la mano quien le resuelva sus necesidades básicas.
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En estos y otros saltos arbitrarios de carácter pareciera que la dirección no logró darle coherencia al material aportado por el intérprete. La conducta antojadiza de Néstor provocó las risas del público, pero convirtió a Marta –su esposa– en una espectadora incapaz de antagonizar con igual intensidad los desvaríos de su marido. La falta de interacciones más equilibradas entre ambos personajes le impuso baches a la obra.
Caso contrario fue la brillante escena de Néstor y Peralta (Érick Córdoba), su colega de oficina. Los recursos técnicos de los actores, la escucha mutua, el placer de jugar juntos, la paridad de energías y su ingenio para explotar la veta cómica de una situación cotidiana forjaron el mejor pasaje de la noche. De paso, evidenció lo que faltó en la mayoría de las demás escenas.
La propuesta escenográfica fue acertada ya que se hizo patente el tránsito de un hogar impecable hacia uno en total estado de abandono. La transformación del espacio subrayó la cada vez más caótica existencia del protagonista. El acierto no estuvo acompañado de una óptima ejecución pues algunos paneles y muebles se tambaleaban. El acartonamiento de la plástica distrajo con sus vaivenes.
El texto de La Fiaca, más que una exaltación de la pereza, es un ejercicio de resistencia individual contra el imperio corporativo. La puesta de Jaime Hernández sugiere esa perspectiva, pero después la diluye por lo que pierde la buena oportunidad para corroborar el potencial crítico y desafiante de la dramaturgia de Talesnik. El resultado: una comedia comedida más afín al entretenimiento que a la reflexión.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Jaime Hernández
Dramaturgia: Ricardo Talesnik (Argentina)
Actuación: Bernardo Barquero (Néstor Vignale), Eugenia Chaverri (Madre), Erick Córdoba (Peralta), Grettel Cedeño (Marta), Manuel Martín (Jáuregui), Carlos Rodríguez (Balbiani)
Asistente de dirección: Daniela Valenciano
Producción: Karla Barquero
Diseño de escenografía: Fernando Castro
Diseño de Iluminación: Antonio Cordero
Diseño de vestuario: Rolando Trejos
Diseño de sonido y composición musical: Fabián Arroyo
Diseño de utilería: Karla Barquero
Realización de escenografía: Iven Mena Zúñiga, Fredy Mena Zúñiga
Maquillaje y peluquería: Fernando Soto
Espacio: Teatro Espressivo
Fecha: 8 de marzo de 2019