“Yo nací aquí, en Sabanilla, en 1951. Antes era un barrio de vegetación; había cafetales, potreros. Éramos guilas en esa época. Llegábamos a un lote vacío, lo macheteábamos entre todos y ahí empezábamos a mejenguear”.
José María Chinchilla recordó cómo se veía su barrio del cantón de Montes de Oca, San José, en su niñez, cuando entre las propiedades solo existían cercas de postes vivos con un par de alambres.
Hoy, como en muchos otros barrios josefinos, entre ellas se levantan muros y tapias, y la bienvenida a los vecinos se da de cara a un portón de verjas entrecruzadas y cerrado con doble llave. ¿Por qué cambió tanto la ciudad?
“La acción de protegerse es un acto innato porque la gente tiene un sentimiento de seguridad para proteger sus bienes, y en la casa se exacerba porque hay personas, como la familia”, dijo la arquitecta Marlene Ilama, del Instituto Tecnológico de Costa Rica.
“Como consecuencia hay un vasto catálogo de objetos delimitantes, y se tiende incluso a privatizar lo público”, agregó Ilama.
En sus palabras, el fenómeno se denota al encerrarse en la propia casa, y encerrar vías y sitios públicos. “En San José aumentó el número de personas que colaboran con las autoridades encargadas del orden público al tomar sus propias medidas de seguridad”, indicó Raúl Rivera, director regional de la Fuerza Pública de San José. “Poner rejas y portones, y subir muros de las viviendas, ayuda a evitar acciones contra la propiedad”, agregó.
Este factor –la seguridad– sería el que ha cambiado la imagen urbana de un San José que, según Ilama, pasó de ser un pueblo montañés a una ciudad cautiva.
“En este pueblo no hubo personas de mala calaña, y eso ayudó a que las familias se desarrollaran de manera más abierta, sin las opresiones que se tienen hoy en la ciudad, como pensar en cerrar las puertas y ventanas al salir. Esa es una situación fatal”, agregó.
Ese escenario no se repite en todos los barrios. Si bien Rivera mencionó que existe el registro de unos 800 barrios activamente organizados solo en San José, gracias al programa Comunidad Organizada de la Fuerza Pública, Ilama indicó que hay todavía mucha segregación entre las personas de una misma comunidad.
“Hay una afectación extrema en la calidad de vida, porque ahora hay un proceso de encierro paulatino, como con el modelo importado de los condominios”, dijo.
Este acto de encerramiento, en palabras de Ilama, hace que los barrios se vean solos. “El problema social está en el aislamiento, y ahora ni siquiera se conocen los vecinos; la tecnología y los vehículos entorpecen el contacto”, agregó.
De acuerdo con Negrini, la desvinculación se da tanto en barrios ricos como pobres, en zonas comerciales y residenciales.
“Estamos cayendo en comunidades cerradas, condominios, y esto es un enorme problema, pues crean una sensación mayor de inseguridad y separación. Los elementos de seguridad tienden a homogeneizar la ciudad, porque muchas veces no se hace ese encerramiento incorporado desde la arquitectura, salvo algunos casos. El color le da diversidad”, indicó el paisajista.
Este es el caso de Adriana Jiménez, vecina del barrio La Guaria oeste, en Moravia. “Los muros y verjas de mi casa fueron decisión de mis padres. Nosotros pusimos el sistema de alambre navaja hace diez años, pues no había guarda”, manifestó Jiménez. “El parque de enfrente también era inseguro, y pedimos permisos a la municipalidad para iluminarlo”, añadió.
Chinchilla y su esposa, Marta Eugenia Gutiérrez, tomaron la decisión de no romper su tradición de casa abierta, y allí mantienen un pequeño cafetal y algunas gallinas. Como únicas medidas de protección tienen una pequeña valla que demarca la línea de su propiedad y un par de perros, que avisan si alguien llega. “Sin embargo, el que más avisa”, agregó Chinchilla, “es el perico”.