
Si usted está en al menos un grupo de WhatsApp, ya vio esta escena: alguien comparte un video de Bad Bunny, en segundos aparecen los corazones, los “TE AMO BENITO” y, casi al mismo ritmo, los “qué pereza ese mae”, “eso no es música”, “¿dónde quedaron los verdaderos cantantes?”.
Llevo meses viendo esa misma discusión en redes, en chats, en reuniones con amigos y hasta en la fila del súper. Y cada vez estoy más convencida de algo: lo que opinamos de Bad Bunny dice más de nosotros que de él.
A estas alturas, discutir si “canta bien” o “canta mal” se queda cortísimo. Lo interesante es todo lo que le colgamos encima: nostalgia por la música con la que crecimos, miedo a sentirnos fuera de época, prejuicios sobre lo que es “bueno” o “malo”, orgullo latino, ganas de vernos representados o, al contrario, vergüenza de que “ese” sea el que nos representa. Bad Bunny se volvió un espejo: cada quien ve ahí lo que carga por dentro.
El escándalo de que alguien suene como la calle
Hay un grupo de personas que no soporta su voz: que “habla gangoso”, que “no vocaliza”, que “solo dice cosas encima de una pista”. Detrás de esa crítica hay un tema estético, sí, pero también un choque generacional clarito.
Para un oído educado en baladas perfectas, rock de radio o pop súper afinado, el reguetón y el trap siempre sonarán repetitivos, simples, casi insultantes. Y si, además, el artista no plancha el acento, no “neutraliza” nada y suena a calle, a barrio, a Caribe… hay quienes sienten que el mundo se les dio vuelta: “¿De verdad ESTE mae es el artista más escuchado del planeta?”
Súmele algo más: la saturación. Entra a Spotify: ahí está. Abre TikTok: ahí está. Historias de Instagram: ahí está. Memes, camisetas, titulares, reels… ahí está. Ser omnipresente tiene un costo: cansa. Y mucha gente usa a Bad Bunny como símbolo de todo lo que detesta de la música actual: ruido, velocidad, algoritmos, industria, likes.
El alivio de ver a alguien que no pide permiso
Del otro lado, están los y las que no lo escuchan solo de fondo: se ven en él. Ven a un mae que habla como ellos, que no le baja el volumen al acento ni al vocabulario para entrar a “mercados internacionales”. Ven a alguien que mezcla perreo, despecho, rockcito emo, nostalgia, política y drama de WhatsApp en un mismo universo.
Y, sobre todo, ven a un hombre en un género hiper machista que se sube al escenario con falda, uñas pintadas, peinados rarísimos y un montón de gestos que hace unos años habría sido impensable ver en la cima del reguetón.
Para esa generación, eso no es solo show: es permiso. Si el artista más escuchado del mundo puede salirse del molde, quizás yo también.
Cuando, además, mete en sus videos y letras protestas en Puerto Rico, gentrificación, corrupción, diversidad, todo eso se vuelve algo más que perreo: una forma de decir “aquí estamos, así hablamos, así vivimos, esto nos duele y esto celebramos”. Sin pedirle disculpas a nadie.
Y en el fondo hay algo que como latinos nos toca una fibra muy particular: alguien que llena estadios hablando en español, con referencias súper locales, sin traducir ni subtitular para que lo entiendan “allá afuera”.
Hice un test de Bad Bunny (y no es solo para fans)
Con toda esta novela montada, un día se me ocurrió hacer lo menos científico del mundo, pero muy honesto: un test de seis canciones para medir de qué lado está cada quien. No pretende definirlo como persona, tranquilo 😂, pero sí ayuda a bajarle drama a la discusión y a ver qué tanto de verdad lo odiamos… o cuánto lo escuchamos a escondidas.
La idea es sencilla: por cada canción, usted se da una nota y al final suma. Más terapia grupal que estudio académico, pero funciona.
Cómo funciona el juego
Piense en estas seis canciones (o escúchelas otra vez) y, para cada una, elija:
- 2 puntos → “me encanta / la guardaría en mi playlist”.
- 1 punto → “está bien, la soporto, pero no la pondría yo”.
- 0 puntos → “apenas suena, la quito”.
Las elegidas son:
- “Tití Me Preguntó” y “Yo Perreo Sola”: el lado fiesta, boda, despedida de soltera, after de concierto y todo lo que implique cantar a gritos.
- “Callaíta” y “Yonaguni”: mood “me hago el fuerte pero me duele”, el despecho que se disfraza de vacilón en la playa.
- “Andrea” (con Buscabulla) y “El Apagón”: el Benito que cuenta historias, que habla de Puerto Rico, de quién se queda, quién se va, quién tiene el privilegio de marcharse y quién no.
Sume los puntos. Máximo 12.
- 9 a 12 puntos: Team Benito FAN. Lo siento, usted ya está adentro, aunque diga que no.
- 5 a 8 puntos: Team “lo escucho si suena”. No milita, pero tampoco huye.
- 1 a 4 puntos: Hater con riesgo de conversión. Habla mal, pero tararea. Peligrosísimo.
- 0 puntos: Team “quítenlo de mi lista”. Nada que hacer. Igual, mínimo ya hizo el ejercicio.
Lo interesante no es tanto dónde cae, sino las pequeñas confesiones que uno se hace en el camino: “Esta no la soporto… pero esta otra sí me da algo, la verdad”.
Al final, el fenómeno somos nosotros
Bad Bunny no necesita que usted lo defienda ni que lo destruya en comentarios de Facebook. Los números le dan igual. Pero la conversación alrededor de él sí nos sirve para algo: para entender cómo cambiaron los gustos, qué nos ofende, qué nos libera, qué nos da vergüenza admitir y de qué cosas no queremos soltar la mano.
Cuando alguien dice “odio a Bad Bunny”, muchas veces está diciendo otras cosas:
- “Odio sentir que el mundo cambió y yo ya no lo entiendo”.
- “Odio que esto sea lo que representa a mi generación / mi país / mi idioma”.
- “Odio que lo nuevo arrincone lo que yo amaba”.
Y cuando alguien lo defiende como si fuera familia, tampoco está hablando solo de música: habla de identidad, de clase, de género, de orgullo latino y de la necesidad de ver a alguien que se pare en un escenario gigante y diga, con todo: “así soy, así hablo, así me visto, y si no le gusta, haga scroll”.
Entonces, más que seguir peleándonos por si es “bueno” o “malo”, valdría la pena hacernos otra pregunta: ¿qué dice de nosotros el lugar que tiene Bad Bunny en nuestras playlists, en nuestros chats y en nuestras rabias?
Tal vez, la próxima vez que suene una canción suya —en una fiesta, en el carro o en el ‘status’ de alguien—, antes de cambiarla indignado o subirle emocionado, podríamos escuchar un poco más… no solo a él, sino a lo que nuestra reacción está diciendo de nosotros mismos.
Y si después de todo igual lo odia, pues bueno: al menos ya tiene argumentos para la próxima pelea en el grupo de WhatsApp. 🐰💬
