Con la meta de labrar un mejor futuro para 600 menores en riesgo social, la organización FundaVida hará el jueves una cena benéfica para recaudar fondos para sus programas de ayuda.
Con 18 años en el país, la Fundación ofrece a una población de niños y jóvenes en comunidades sacudidas por la violencia, la pobreza y el narcotráfico, clases de computación, robótica, tutorías en materias como Matemática e Inglés, deportes, alimentación y consejería variada a sus familias.
La cena será en el Costa Rica Country Club a las 7 p. m. Los organizadores esperan recibir a 200 comensales, cada uno de los cuales dona $150 para acudir.
La cena estará amenizada por música en vivo del grupo Malpaís. Para más información, los interesados pueden comunicarse al teléfono 8822-3628 con Erica Johanning o escribir a erica@fundavida.org.
La recaudación fortalecerá programas que la entidad desarrolla en sus centros en Linda Vista de Patarrá, Concepción de Alajuelita y la ciudadela Veinticinco de Julio, en Hatillo, precisó Christhoper Dearnley, fundador y presidente de FundaVida.
Recalcó que en sus barrios los menores están sumidos en la pobreza, y expuestos a las drogas, la violencia y el sexo a temprana edad. Muchos son parte de familias disfuncionales.
“El mayor reto es la deserción escolar, pues estos chicos vienen de hogares con grandes carencias materiales. Está comprobado que cuanto más temprano dejan las aulas, más rápido caen en drogas o venden sus cuerpos por dinero”, dijo Dearnley.
Rompiendo el círculo. Los centros buscan destruir el círculo de violencia y explotación. En vez crecer cobrándole a la sociedad sus carencias y reclamando atención a punta de pistola, la entidad busca inculcar valores en los jóvenes para que se apoderen de su destino y lo lleven por otro camino.
“Es un proceso largo, de años. Cuando llegan, solo piensan en qué les van a regalar, están acostumbrados a pedir. Nosotros ayudamos a cambiar eso”, apuntó Ninoshka Nieto, coodinadora de centros interactivos y profesora en la ciudadela Veinticinco de Julio. Los menores (entre 5 y 17 años) no pagan nada por los cursos, pero deben ser puntuales, comprometerse, mostrar progreso y cumplir objetivos. La metodología es trabajo con metas cumplidas.
Cada cuatro meses, al terminar un curso, tienen que presentar un proyecto final y exponer qué hicieron. Solo así reciben un diploma en una graduación. Quien falte tres veces al curso, lo pierde y deberá repetirlo.
“Cuando vengo aquí, me siento bien, tengo un propósito y tengo el apoyo de Andrea, la profe Nina y la profe Daniela, jugamos y nos motivan”, relató Maykol Herra Morales, de 12 años.
Enfundado en su uniforme escolar (está en sexto grado en la Escuela Pacífica Fernández), Maykol asiste hace dos años, antes o después de clases. Ayer por ejemplo, tuvo una sesión de asistencia psicológica luego de un reciente episodio de violencia en su hogar, por el cual murió un familiar.
Maikol dice que si mañana pudiera trabajar en Fundavida o ayudar a otros, le gustaría hacerlo. Animado y mirando de frente, se emociona al decir que en el centro (‘La Nación’ visitó ayer las instalaciones en la ciudadela Veintincinco de Julio) “nos enseñan y nos sacan adelante, nos dicen cosas que no sabemos. A mi prima, yo le dije que se metiera conmigo en Matemática porque a ella también le costaba, también se metió conmigo en Inglés y en el club de jóvenes”, enumeró.
Nieto y Dearnley explican que esta clase de sueños son la clave de lo que promueven en los centros. Según cuentan, cuando empiezan con un niño o una joven, parte del progreso es soñar, imginar metas, trazar planes y contemplar cosas que creían imposibles.
“Cuando empiezan a construir un robot que pueden programar o crean un carrito que pueden controlar, esa experiencia los empodera. Esto cambia su mentalidad”, refirió Dearnley.
Ahí está Génesis Valeria Navarro Sequeira, de 11 años, para probarlo. Ella cursa sexto grado en la Escuela Quince de Setiembre y hace cuatro años asiste a FundaVida. Al principio, Génesis no hablaba con nadie.
“Yo aprendí a comunicarme con todos, a acercarme. Antes me hablaban y me ponía roja, no les contestaba, me intimidaban, pero ¡diay!, empecé a hablar en clase. Un día sí me puse a llorar porque estaba haciendo el avión en robótica y una chiquita me empezó a gritar que así no se hace y otras cosas. Yo le dije a la profe: ‘No profe, yo ya me voy de aquí’”, relató una desenvuelta y parlanchina Génesis ayer.
Sin embargo, la profesora Nieto tenía otros planes: ese día le prohibió salir del centro y a Génesis no le quedó otro remedio que devolverse al salón y ponerse a llorar desconsoladamente. Entonces cuenta que vino Nieto a explicarle que no importa lo que la gente diga, le trajo un vaso con agua y después, ese mismo día, la separó de la otra chiquita y la puso a hacer otra cosa.
Destrezas para vida. Nieto y los demás instructores podrán enseñar Inglés, Robótica, Computación o dar tutorías en Inglés y Matemática, pero su principal meta es cultivar habilidades para la vida: el hábito de la responsabilidad, del cumplimiento, de seguir un horario, de soportar una cierta rutina laboral, de resistir e insistir para no darse por vencidos rápido y de subir la autoestima de los menores.
Joshua Reyes Navarro, del Colegio Liceo Édgar Cervantes, está en sétimo año. Acude hace ocho años al centro. Empezó de cinco años y básicamente no quería hacer nada al principio. Pasó unos años pensando que no podía hacer nada. Hoy, ya de 12 años, la canción es otra.
“Ahora soy el asistente de la profe Ninoshka y hasta doy clases. A los chiquitos nuevos que entran, yo les enseño cómo usar una computadora, qué es el ‘mouse’ y para qué sirve. Como son de kínder o de escuela, también les enseño a leer con juegos en la computadora y esto es parte de lo que hago”, señaló Reyes sonriendo de oreja a oreja.
Para Joshua, las cosas han sido cuesta arriba desde siempre. Su familia ha soportado varias mudanzas veces forzadas debido a problemas diversos. Sin embargo, el jovencito, hoy vecino de La Florida Sur de Hatillo, tiene sus metas claras: quiere ser ingeniero civil y crear sus propios productos para luego venderlos.
El centro en la ciudadela Veintincinco de Julio es un antiguo antro de drogadictos que, apenas hace 12 meses, fue remodelado gracias a una donación de la empresa de ferreterías EPA. Ahora hay allí cuatro salas para clases, una de ellas equipadas con computadoras y equipo para realizar proyectos de robótica. En el sitio, los menores también reciben meriendas y hacen deporte.
Sin embargo, los recursos siempre son limitados y dependen únicamente del ritmo de las donaciones y patrocinios que pagan los sueldos de los profesores, los servicios básicos de cada centro y renovar equipos. Si usted está interesado en averiguar más sobre cómo funciona FundaVida, puede comunicarse al teléfono 2214-5656. Si estuviera interesado en hacer alguna donación, puede acudir a las siguientes cuentas:
Cuenta en colones Banco Bac San José: 10200009117568801911756880, cuenta en dólares: 10200009117569141911756914. Cuenta en colones Banco BCR: 15201001023546833001-0235468-3 y en dólares: 15201001023812737001-0238127-3. Para donar, la cédula jurídica de la organización es: 3-006-314968 y debe hacerse el donativo a nombre de Fundación FundaVida.
Dearnley recordó que el año pasado, por ejemplo, un equipo de jóvenes participó en la Olimpiada Nacional de Robótica y quedó de segundo lugar, por encima de varios colegios privados.
“Esto fue en particular importante no solo para quienes fueron, sino porque los otros chicos vieron en sus compañeros una inspiración para ellos y toda la comunidad. Antes estas comunidades donde estamos eran reconocidas por noticias negativas, pero eso va cambiando y ahora son más conocidos por la calidad de su juventud. Esto genera una sensación de valor”, recordó.
Para Dearnley, todos los menores son en realidad “chicos muy listos”, pero que no han tenido una oportunidad. Su propósito es acercarles las oportunidades para que no sientan tan lejos las posibilidades de surgir. Ahí está de ejemplo Joshua.
“En robótica, hemos aprendido que un robot es como una persona, tiene sus cuidados, sus reglas, está expuesto a daño y requiere estudio. En robótica, uno requiere mucho aprendizaje de la Matemática que a mí me cuesta mucho pero, con la robótica, se me hace más fácil. También los robots tienen diferentes usos: unos se usan para avanzar con ruedas, otros con extremidades. Yo he aprendido a armarlos y programarlos, y para ello hay que estudiar mucho. Los robots en FundaVida son como las personas que vienen aquí, todos tenemos nuestra historia”, relató Joshua con una sonrisa rotunda en su cara.