Luego de pensionarse como bailarín profesional, don Jorge Hernán Castro Dávila comenzó la construcción de una casa en Playa Coyote, en Bejuco de Nandayure, Guanacaste.
El viernes tras anterior ingresó a la zona en un vehículo todoterreno que había adquirido dos meses antes, pero el sábado al mediodía, cuando intentaba salir, los ríos que el día anterior cruzó sin dificultad estaban crecidos. De un momento a otro, quedó a merced de una corriente en el río Vainilla, en Pilas de Canjel, Lepanto, que casi le cuesta la vida.
La imagen de su carro del año se viralizó en redes sociales. Ese sábado 7 de setiembre fue el día más lluvioso del mes y Lepanto fue uno de los puntos con aguaceros más intensos. Solo cuatro días antes, ese distrito puntarenense había registrado 47 de los 60 incidentes reportados por la Comisión Nacional de Emergencias. El desbordamiento de ríos afectó a muchas familias, lo que incluso motivó la habilitación de un albergue.
Ya recuperado de los golpes y raspones que sufrió, y mientras su carro está en el taller para determinar si será declarado pérdida total, don Jorge, de 63 años, alza la voz para evitar que otras personas sufran lo que él vivió y para que las autoridades atiendan la lucha por puentes que han desarrollado las comunidades afectadas durante varios años.
Castro comenta que viajaba solo y que en los últimos meses ha visitado varias veces la zona, pues recientemente terminaron de construirle una casa cerca de playa Coyote. El sábado por la mañana observó el cielo nublado y decidió salir temprano hacia su hogar en Hatillo, San José. De camino, comenzó a llover. Al llegar al río, calculó si podría cruzarlo con su vehículo, por lo que activó la doble tracción y, confiado en que su Nissan Frontier era alto, pensó que podría pasar. Sin embargo, una fuerte corriente arrastró el vehículo unos 500 metros aguas abajo.
El agua entró en la cabina y don Jorge pensó que, en cualquier momento, se desmayaría debido a la impresión. El auto se fue dando tumbos hasta que se estancó en una poza. Un giro repentino lo lanzó a él fuera del carro. La corriente continuó arrastrándolo hasta que logró asirse de unas ramas o lianas de un árbol, lo que le permitió llegar a la orilla.
Afirma no saber de dónde sacó fuerzas, ya que, aunque sabe nadar, la corriente era tan fuerte que le impedía hacerlo, y optó por dejarse llevar flotando boca arriba. Al salir del cauce no tenía idea de dónde estaba, ni hacia dónde caminar, pues se encontraba en una finca. Minutos después, dos lugareños, Fernando Rosales Gutiérrez y Hernán Obando Porras lo auxiliaron, informándole que su carro estaba atascado a unos 400 metros de donde él logró salir.
Ellos alertaron a la Cruz Roja, que envió socorristas al sitio. Con una retroexcavadora, un vecino ayudó a recuperar el vehículo, que quedó severamente dañado por los golpes con piedras y palos, además salió lleno de barro en la cabina y el motor. A las 8 p. m., agentes del Instituto Nacional de Seguros se hicieron cargo del auto dañado y del conductor. Al día siguiente, con una grúa lo sacaron hacia un taller en San José.
Don Jorge menciona que fue una experiencia física muy exigente, y que probablemente su resistencia es derivada de sus años como bailarín de ballet y danza moderna, formación que recibió en el Conservatorio Castella y que luego desarrolló en la Universidad de Costa Rica, la Universidad Nacional y la Compañía Nacional de Danza.
Casado hace 40 años, padre de dos hijas y abuelo de dos nietos, don Jorge admite que a veces llora al recordar lo sucedido y al pensar en la ayuda desinteresada que le ofrecieron los vecinos. Tras evaluaciones médicas posteriores con ultrasonido y radiografías, se descartaron lesiones graves, por lo que solo sufrió algunos golpes y raspones en el abdomen y la espalda.
Castro advirtió a las autoridades sobre el peligro que enfrentan muchos turistas nacionales y extranjeros que visitan las playas en Costa de Oro, Coyote, San Miguel y Punta Islita, así como los vecinos que deben aventurarse en la zona para sacar sus cosechas de melón, sandía y otros productos. Lo anterior porque durante la estación lluviosa, los ríos crecen repentinamente.
Esa es la ruta que la aplicaciones en los teléfonos celulares sugieren a los turistas, ya que permite llegar de Lepanto a playa Coyote en 50 minutos, mientras que por otra carretera, alrededor de la península, el trayecto dura más de dos horas. Eso sí, en la ruta corta faltan puentes y los conductores se la juegan cruzando los cauces.
Una ruta nacional en el olvido
Según Carolina Méndez, dirigente comunal de Pilas de Canjel, Lepanto, en la época lluviosa, dos o tres carros quedan atascados en los ríos cada semana, y al menos uno es arrastrado mensualmente.
Señala que don Jorge Castro se salvó de milagro y que, probablemente, las autoridades esperarán hasta que ocurra una tragedia para atender las solicitudes que han hecho desde hace años para la construcción de tres puentes.
Dijo que las comunidades quedan aisladas durante la temporada de lluvias y se cierra el paso hacia zonas turísticas. Méndez explicó que se trata de la ruta nacional 623, responsabilidad del Ministerio de Obras Públicas.
La dirigente comunal comentó que las personas que llegan del Valle Central desconocen el peligro que representan esos ríos, especialmente cuando es de noche y ha llovido durante horas previas. Los vecinos, con frecuencia, deben acudir a ayudar a quienes quedan atrapados en sus vehículos en el río Vainilla o en las quebradas Vainilla y La Sierra.
Afirma que en 2022, el ministro Mauricio Batalla, cuando era director ejecutivo del Consejo Nacional de Vialidad, visitó la zona y constató la urgencia de esos puentes para las comunidades de Juan de León, Vainilla de Canjel, La Sierra, San Francisco de Coyote y Costa de Oro. Desde esa época se les prometió gestionar las obras, pero aún no hay respuesta, por lo que insisten en una solución.
Estas comunidades dependen de esa ruta para sus trabajos, hogares y fincas, y en muchas ocasiones arriesgan sus vidas, pues deben transitar por ella para trasladar a mujeres embarazadas o adultos mayores. Méndez enfatizó que, en caso de un infarto o una mordedura de serpiente, la ambulancia no puede pasar, obligando a dar una vuelta de dos horas por Jicaral, un tiempo que podría ser letal en una emergencia de esas. Aproximadamente 500 personas que viven cerca son las más afectadas y dicen sentirse desamparadas y olvidadas.
“Yo cada vez que paso por esos ríos me encomiendo a Dios, porque me da terror”, expresó Méndez. La Asociación de Desarrollo está intentando colocar señales de advertencia para evitar que alguien cruce los ríos cuando están crecidos, pues es una zona despoblada y casi no hay nadie que alerte sobre los riesgos, puntualizó.