Sitio Hilda es la única comunidad indígena que se ubica en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional Chirripó.
3:25 a.m. El olor a comida llega por el pasillo, a unos 15 pasos de la habitación en la Estación de Vigilancia del Parque Nacional Chirripó, en Rivas de Pérez Zeledón. En pocos minutos iniciamos la caminata a Sitio Hilda. La travesía tarda cerca de dos días y medio a pie. La zona es calificada como una de las localidades de mayor complejidad de acceso del país, tanto que en época de lluvia el paso de los aldeanos es mínimo.
El trayecto no permite el ingreso de caballos, por lo que debemos cargar la comida de los días que nos internamos; además de los medicamentos y lo necesario para levantar refugios.
Somos nueve personas entre guardaparques, Bernal Valderramos; brigada de paramédicos y rescatistas Gilbert Dondi, Diego Meza y Alexánder Cruz; dos indígenas cabécar Maryuri Jiménez y su hijo Adrián Luna, y la revista Perfil los fotógrafos Jose Díaz, Alonso Tenorio y quien escribe estas líneas.
Esta ruta es llamada El paso de los Indios, se trata de un pequeño trecho ancestral utilizado por los habitantes de Sitio Hilda para salir a Rivas en busca de comida y trabajo.
Bernal Valderramos, director del Parque Nacional Chirripó, advirtió que el paso a Sitio Hilda por el parque es de uso restringido, habilitado únicamente para el tránsito de indígenas y para labores de protección, control de turismo ilegal, monitoreo ecológico, reconocimiento, paso de grupos voluntarios y trabajos operativos.
"El ecosistema del Chirripó es sumamente frágil y el área de páramo por donde pasa esta ruta no ha sufrido impacto, lo que la reviste de mayor importancia. No sabemos cuál puede ser el impacto de habilitarse esta ruta al turismo, pero sí puede ser importante. Además, la comunidad no está preparada para recibir foráneos", comentó Valderramos.
La visita hasta aquel sitio no fue simplemente antojadiza. El equipo de expertos que asistió se encargaría de documentar los requerimientos de los habitantes de aquella lejana sociedad.
"Estas giras de campo son fundamentales para determinar las condiciones de estas comunidades y definir en qué podemos colaborar e incorporarnos en el desarrollo del pueblo. Hay un principio que usamos que es la gestión participativa de la conservación de la biodiversidad, eso implica que nosotros tenemos que incorporar a las comunidades vecinas, básicamente porque ahí es donde se pueden generar presiones o problemas a la conservación y también porque deben ser las comunidades las que reciban esos beneficios", agregó el funcionario.
Paso de los Indios. Como si se tratara de hormigas cargadas con comida, así avanzábamos hacia Sitio Hilda. La Chispa es la primera prueba, se trata de una cuesta de cerca de 11 kilómetros con pendientes pronunciadas en medio de un bosque nuboso influenciado por el clima seco del Atlántico.
La verde vegetación, el musgo en los árboles y el trillo alfombrado de hojas secas y tierra suelta hacían mágico aquel camino, pero no fácil. Me disculpo si soy un poco enfática en esto, pero realmente subir La Chispa no es cuestión de tener buena condición física. El camino es arduo y como dice el rescatista Gilbert Dondi "esta travesía no se puede comparar con el Chirripó. Es mucho más técnica y compleja, este es un proceso de supervivencia".
Tardamos un día en llegar al primer refugio ubicado como a 15 minutos del páramo del cerro Urán, donde por la noche la temperatura alcanza algunos grados bajo cero.
Mi paso no podía ser lento, Maryuri Jiménez Luna, indígena cabécar de ojos negros y tez morena, era quien marcaba el ritmo. Claro, siempre con la comprensión de que un simple blanco (como se le llama al foráneo) tardaría un día y medio más que ella en llegar al destino final.
Me sorprendí. Me habían dicho que nos quedábamos en un refugio, pero lo que había era un espacio de tierra con un toldo de bolsas de basura ya agujereadas por el tiempo. El frío fue nuestro leal compañero aquella noche, pese a que ya estábamos bajo la influencia del mar Caribe, al otro lado del cerro.
La última fuente de agua estaba lejos, al kilómetro seis de La Chispa. Por eso, Maryuri, su hijo Adrián y Alexánder, un joven de rescate, se dieron a la tarea de recoger agua en una pequeña quebrada escondida en el matorral.
–¡Juepucha!, se escuchó, era la mujer que cayó al pozo de agua y se mojó su media. Fue la única ocasión en que la experimentada lugareña manchó sus pantalones con barro.
"Dos veces al año vengo. Duro un día. La otra vez jalamos chancho como perro. La chiquitita de cinco siempre viene, pero llora mucho", contaba la mujer de 38 años y madre de siete hijos.
En el segundo día la caminata que nos esperaba se suponía no era tan intensa, pero nos equivocamos. El trillo se volvió peligroso y lleno de lodo. Las caídas, sentonazos y golpes con las ramas eran constantes. La idea era llegar esa misma tarde a Sitio Hilda, siempre y cuando el río Chirriposito no estuviera muy alto. Sin embargo, nos topamos con un contratiempo: turistas ilegales.
En principio parecían cazadores, ya que en la zona es común encontrar cerdos de monte y felinos como jaguares. No obstante, se trataba de tres sujetos, dos de ellos decían estar vinculados con la Asociación Costarricense de Turismo Rural Comunitario (Actuar) y un sujeto más que aseguró ser funcionario del refugio de vida silvestre La Marta, quienes viajaban sin autorización por la zona y en compañía de dos baquianos.
"El impacto de estas personas es importante. Porque un turista ilegal va a tener que utilizar el fuego para protegerse, situación vulnerable para un incendio forestal. Igualmente no todos tienen las condiciones para realizar esta ruta. Hemos tenido que extraer a estos grupos por emergencias, esto implica costos de operación".
"Contamos con información de esta comunidad donde nos piden ayuda porque no desean que personas foráneas ingresen a la zona", comentó Valderramos, quien fungió como oficial del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) para poder realizar actas de decomisos de armas y exigir el regreso de los hombres.
La noche y el cansancio extremo nos atraparon en medio de los árboles. Cansancio, esta palabra queda corta para describir cómo nos sentíamos al caminar por aquellos declives. Una caída tras otra, sin importar habilidad, edad o peso.
Ni los tres hombres ni nosotros cruzamos el río esa noche. Ahí dormimos, con menos frío. Agotados.
A las cuatro de la mañana los sujetos se fueron y una vez abajo se encargaron de alarmar a la comunidad al decir que los blancos se acercaban para robar y matar a sus niños y animales.
Comunidad. La población de Sitio Hilda es pequeña, aproximadamente de 60 personas. No es como las zonas rurales tradicionales, no tiene iglesia, ni cuadras, ni calles y mucho menos aceras. Las casas son de pisos de tierra, techos de lata y paredes de madera con bambú poco alineadas y con grietas suficientes para que los animales entren como "perro por su casa".
La religión católica evangélica ha tocado puertas, pero no lo suficiente como para dejar de creer en Sibú y en que su origen viene de las montañas.
Ahí todos son familia, la mayoría con una combinación de apellidos entre Luna, Jiménez, Obando o Sanabria.
La comunidad está segmentada en clanes, los más predominantes son los Cacao y Quetzales. Herbáceo Sanabria, profesor de lengua de la escuela de Jamö, cuenta que como educador cabécar debe explicar a los niños que no se permite la unión dentro de las tribus. Vea nota sobre educación en Sitio Hilda
"Tengo que explicar a niños que Cacao entre Cacao no se pueden casar; Quetzal entre Quetzal no se puede casar y así".
Sitio Hilda no tiene un líder local que ayude a dirigir procesos de desarrollo en la zona. Aunque sí es parte del Territorio Indígena Chirripó, encabezado por una junta directiva que juega el rol de gobierno local, similar al municipal, debido a que se trata de territorios autónomos. No obstante, por su lejanía las obras en la comunidad no son de todos los días.
Lo que sí tiene es una plaza de fútbol que se convierte en uno de los principales puntos de encuentro de los domingos, donde por dos horas la bola rueda entre pies descalzos y unas cuantas tenis rotas.
Muchos dirían que la vida en esta zona es compleja y llena de necesidades; sin embargo, el estrés, el bullicio, la prisa y el encadenamiento a elementos banales no han podido llegar a Sitio Hilda.
Aquí, donde los niños son felices y los hombres y los animales disfrutan de algo que por falta de adjetivos locales, se parece a lo que conocemos como libertad, se vive al día. Es decir, se siembra lo que se come y se ordeña lo que se bebe. Poco es lo que queda para vender.
Zacarías Jiménez Luna, hermano de Maryury y vecino de la comunidad a la que llaman Jakjüe (al otro lado del río Chirripó), comenta que una vez al mes viaja a Paso Marcos, en Turrialba, a dejar cerca de tres quintales de lo que cosecha; por lo general maíz, frijoles, yuca o plátano. Para trasladar la carga paga un caballo que cuesta alrededor de ₡35.000.
La disponibilidad de tierra, cerca de 100 hectáreas, les permite utilizar el sistema de siembra llamado roza, que consiste en talar una sección del bosque, sembrar y mudarse a otro tramo una vez que esta haya perdido rendimiento.
"La siembra está arriba en el monte. Aquí los chanchos se lo comen", explica Zacarías al preguntarle dónde estaban sus sembradíos.
Solo en ese lado de la comunidad se crían cerca de 180 cabezas de ganado para carne, unos cuantos para leche y un sinnúmero de cerdos "enanos" y gallinas. Los primeros pueden costar ₡30.000 mientras que las segundas ₡9.000.
"La leche solo para tomar, queso se pone feo", dice el hermano de ocho y padre de cuatro mujeres y cuatro hombres.
Los ingresos no llegan solo por lo que siembran y logran vender. Aquella comunidad situada entre cerros queda casi inhabitada entre diciembre y febrero, periodo en el que tanto hombres como mujeres aprovechan para coger café en fincas de Turrialba y Orosi.
Zacarías asegura que para que valga la pena "salir" deben recolectar cada uno mínimo diez cajuelas por día. "Ese dinero no dura mucho. Se gasta de regreso en comida, ropa y botas, calzado indispensable para absolutamente todo: trabajo, jugar, ir a clases, cocinar". La compra de insumos debe ser suficiente para el invierno, porque ahí es duro. Llueve todos los días y los ríos crecen al punto de impedir el paso, este es el caso del Chirripó que divide a las comunidad en dos.
El respeto entre géneros es evidente, existe un machismo clásico de culturas ancestrales. En toda familia existe la figura del hombre como líder y protector.
Conversar con esta población indígena no es simple. La barrera idiomática es el principal factor, además de la desconfianza y temor por los foráneos. Me atrevo a decir que mi condición de única mujer en la brigada, enternecieron a Maryuri y a su madre y profundizaron ese vínculo necesario para observar, acompañar y no invadir. Precisamente, la primera casa en visitar fue la de doña Irene Jiménez Luna, madre de Zacarías.
"Doña Irene se cayó hace un tiempo y se dislocó un brazo. Está con dolores y por esoestá programada una visita. Desde hace mucho tiempo no recibe atención médica", comentó Gilbert Dondi, en su condición de paramédico. Luego de examinarla descartó cualquier condición de gravedad, afortunadamente. Lea nota sobre salud en Sitio Hilda.
Ella es una de las más longevas de la comunidad. Pese a que no se registra oficialmente en qué fecha nació, se le calculan 62 años de edad. Su esposo ya falleció y ahora vive con su hijo menor, seis más viven en las cercanías.
Su casa fue la única a la que nos permitieron ingresar, primero a mí, desde aquel medio día y sin ningún esfuerzo, y luego a mis compañeros dos días después. La autorización de ingreso la giró Alejandro Jiménez, hijo de doña Irene.
El ambiente dentro de aquellas cuatro paredes es fresco, el piso es de tierra y hay en el centro de la habitación un fogón empotrado en el suelo.
Para lavar la ropa se usa el agua, traída desde una naciente cercana, esa misma agua la utilizan para preparar los alimentos, pero no para ducharse. El baño está frente a la casa en el río Chirripó.
La electricidad no existe, solamente las dos escuelas tienen paneles solares, las familias se las arreglan con candelas y baterías. En casa de doña Irene las pilas se usan para el pequeño radio y así ponerle sabor a la vida entre montañas.
Roy Brenes, profesor de materias básicas de la escuela de Jamö, explica que desde el 2013 y luego de una constante lucha ambas escuelas cuentan con Internet y teléfono público.
El plan era durar dos días en Sitio Hilda y continuar por la ruta indígena hasta Alto Quetzal, un paso que, según nos alertan, es igual de complicado al que utilizamos para llegar. Pero la tarde del segundo día en la comunidad nos alertaron de posibles amenazas de agresión camino abajo, no se trata de intimidaciones de la población, si no de quienes protegen siembras de marihuana en la zona. La alerta era concreta, mensajes escritos en papel con dibujos y frases sueltas con avisos como: "amigo no pasemos en el camino", "es privado", "peligro".
"Sabemos que es una ruta de narcotráfico utilizada para traficar droga. Manejamos cierta información de que probablemente se esté comenzando a dar en la comunidad con el establecimiento de plantaciones de marihuana, básicamente porque se utiliza a los vecinos de las comunidades para establecer la plantación, se les paga un poco y entonces les sirven a un tercero", comentó Bernal Valderramos, administrador del Parque Nacional Chirripó.
Según Valderramos, esa situación se evidenció en el 2014, luego del primer incendio forestal en la zona, debido a que el área caribe del Parque y anexos a la reserva forestal Río Macho históricamente no habían sido vulnerables a las llamas.
"Es necesario hacer alianzas con otras instituciones como Seguridad Pública para poder tener presencia institucional y tratar de abordar el tema de una forma integral", comentó Valderramos, quien recordó que esta problemática ya se vive en el resto de la cordillera de Talamanca.
En peligro eminente nunca estuvimos; sin embargo, salir de Sitio Hilda caminando ya no era una alternativa. Toda la brigada que ingresó seis días atrás salió vía aérea hasta Grano de Oro de Turrialba. Una salida física, porque se construyó un puente mental de cooperación que no acaba con el punto final de este texto.