La piedra gigante impresiona. Es un roca que se mira lejos pero que parece cerca. Y se mezcla con las magníficas olas que se convierten en túneles. La piedra y las olas son justamente los atestados más conocidos de playa Naranjo, apodada como ‘Roca Bruja’, en el Parque Nacional Santa Rosa.
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Pero... qué pasaría si le digo que yo no soy surfista y, aún así, considero esta playa como uno de mis lugares favoritos en Costa Rica. Puede que le parezca extraño, pero los constantes cierres, a causa del mal estado del camino, a veces le hacen bien a esta playa.
La transforman en un sitio ‘desconocido’, casi como una galaxia que solo algunos pocos tienen el privilegio de conocer.

Me adentré en Roca Bruja sin saber que ofrecía algo más que surf. Imagine mi cara de sorpresa, cuando el carro 4x4 empieza a caminar por las piedras sueltas y se topa con un venado.
Así, de frente, cruzando la calle como si hubiera un semáforo en rojo. Y de pronto aparece otro, y otro y otro más con su cría. Sí no se llamara Roca Bruja podría llamarse playa Venado.
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Al llegar, un amable guardaparques me empieza a explicar todo lo que se puede hacer aquí. Resulta que en ciertas temporadas del año, los turistas acampan para disfrutar del espectáculo de la luminiscencia.
La playa se alumbra de noche a causa del fitoplancton.
Imagínese caminar por la playa de noche, sin necesidad de utilizar un foco, solamente iluminados por el propio entorno natural.
Sí esto no le sorprende, tal vez sí lo hagan las enormes tortugas baula que llegan a desovar aquí por las noches.

Algunas parecen un ‘bocho’ por su tamaño. Gigantes y a paso lento caminan por la playa, ante la mirada curiosa de los turistas que disfrutan del espectáculo.
Este animal, en peligro de extinción, llega a Roca Bruja cada cierto tiempo, junto a otras especies, como la tortuga lora (yo no la menosprecio, todavía me asombro cuando veo una).
Después de hablar con el guardaparques, hay que caminar por un sendero de casi 1 km para llegar a la playa.

Es un trayecto rodeado por árboles secos, decenas (para no decir cientos) de garrobos que se plantan sobre los palos caídos y los venados; sí, de nuevo, ahí están.
El trayecto se hace corto. Y luego, está la playa. Enorme, con su roca gigante y árboles que dan sombra en la orilla. Es que realmente deslumbra.
Es un spot que entremezcla arena gris, pero el tono es distinto al de cualquier otra playa. Me atrevo a decir que es una belleza distinta, salvaje.
De pronto, parece todo muy pequeño, como si fuéramos hormigas, con el paisaje montañoso que cubre en ambos costados, la arena que parece infinita (no pude caminar la playa completa) y las olas que revientan mar adentro.
Hace poco, se informó que el sitio estaba cerrado a causa de los daños provocados por las tormentas, principalmente en el trayecto, que ya de por sí está en muy mal estado.
Pronto anunciarán su apertura. Desde ya estoy alistando las maletas. Y, por qué no, la tienda de campaña. Debo reconocer que no soy el más fiebre para acampar, pero aquí si lo haría.
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