Sábado de verano rabioso. Indudablemente, conformábamos una pareja atípica en aquel paraje destinado a albergar nudistas, swingers o voyeuristas. El fotógrafo Adrián Arias y yo ingresamos a este submundo creyéndonos los únicos cubiertos por nuestras prendas. Luego descubriríamos que, aún vestidos, seríamos los dos visitantes con mayor desnudez. Al menos en un sentido emocional.
Sábado de verano rabioso. Mientras nos acercamos sin apuro al amplio hotel empotrado en una montaña de Rosario de Naranjo, en Alajuela, el que sería nuestro destino todo el fin de semana, notamos cómo el paisaje urbano se va difuminando para dar paso a verdes lomas, pronunciadas hondonadas a la vera del camino, pintorescos caseríos como de cuentos de antaño.
La calle se vuelve más sinuosa aún conforme nos acercamos al punto.
–De veras que aquí no lo encuentra ni el diablo a uno...– murmulla Adrián, quien desde semanas atrás se había apuntado entusiasta a la idea de pasar un fin de semana en el High Dreams Club, Hotel y & Spa (HD), un hotel único en su especie en el país y que básicamente es un lugar conceptuado desde su construcción (cinco años atrás) para el disfrute natural de la desnudez y del intercambio sexual de parejas (tendencia conocida como swinger).
Por más viajaditos y open mind que nos creamos tras haber visto y vivido mucho, el morbo normal de sumergirse en un submundo reservado solo para quienes eligen el nudismo y la opción swinger como un estilo de vida no deja de carburar nuestras ínfulas periodísticas.
Lo que no sabíamos era cuánto octanaje le agregaría esa experiencia a nuestras hojas de vida.
No, no es nada del otro mundo. Justo ahí está parte del meollo. Una vez que se ingresa al parqueo, la magnificencia de la construcción de tres o cuatro pisos distribuidos a lo alto y ancho de 17 mil metros cuadrados, aunado al cálido recibimiento de los encargados, elimina de momento el componente sexual que impera 24/7 en el lugar y por lo cual, justamente, estábamos ahí.
Ocho años atrás yo había tenido acceso irrestricto a una noche en uno de los club swinger pioneros en la capital en ese momento, Pareja Total.
Sin embargo, en aquella ocasión la apertura fue únicamente para la crónica escrita, no hubo margen de negociación para el área gráfica por razones entendibles hasta el día de hoy: por más liberados de mente que sean quienes integran este estilo de vida, a la mayoría no le interesa pregonarlo, más allá de juzgamientos.
Total, se trata de una decisión privada sobre un tema visto con morbo, como mínimo, por la mayoría.
En esta ocasión, en cambio, no hubo restricciones a la hora de ingresar a las muchas áreas de solaz y relajamiento de todos los tenores que existen en el lugar.
Corresponde supeditarse a la información en la página de Internet en la que se anuncia como un hotel nudista a 32 kilómetros del Aeropuerto Juan Santamaría, que cuenta con habitaciones rodeadas por espacios naturales, con balcón o terraza y televisión, pero esto es solo lo básico.
Los grandes pluses (hablando de infraestructura) del hotel HD están en su piscina panorámica (en una especie de terraza gigantesca provista de bar y jacuzzi); otras piscinas interiores, spas con sauna y baño turco rodeados de pequeñas habitaciones amuebladas, por supuesto, con grandes camas, cómodos sofá destinados a albergar espectadores y la pantalla de televisión que no falta casi en ningún rincón del lugar y en el que habitualmente se transmite pornografía.
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Acá todo es amplio. Empezando por el sentido de liberación que se percibe no bien uno cruza el portón.
La estructura está cuidadosamente concebida para ser un refugio privado “con un ambiente romántico, liberal, seguro, cálido, natural y relajante para parejas; dedicado al placer y respeto, único en Costa Rica”, según se lee en su discreta publicidad en Internet.
Si será discreta, que la existencia de este lugar, a pesar de haber arrancado desde hace un lustro, es prácticamente desconocida por buena parte de la población. Salvo, por supuesto, por el “boca en boca” que se va dando con un discreto efecto multiplicador entre los visitantes asiduos.
Todo está rodeado de verdor, de fuentes, de gradas y rampas (insisto, está literalmente empotrado en una montaña), de amplias áreas cubiertas y de diversas zonas que jamás ven la luz del sol.
Como la espaciosa club-discoteca (con tubo de stripper al centro, como era de esperarse), que queda prácticamente en un área subterránea y que parece traslapada en espacio y en tiempo: si no fuera por los televisores del bar –donde habitualmente también se transmiten videos pornográficos– bien pasaría por uno de esos acogedores bares de parroquianos en cualquier vecindad rural de Latinoamérica, en un rincón de Santos (Brasil); de alguna barriada de la indómita Medellín (Colombia); de La Cruz de Guanacaste o de Pejibaye de Cartago; de Tijuana o Xalapa en México.
Sueño de luna, se llama. Y a nuestro modesto entender (y a nuestro corto sentir, solo un fin de semana estuvimos ahí) aquel lugar constituye –al menos, para los principiantes– el corredor de la transición entre la civilización como la conocemos, y la de aquellos que se han atrevido a despojarse de sus ropas y sus prejuicios e ir más allá, en la búsqueda de su autenticidad sexual, del aquí y el ahora, de la ruptura de la rutina y de un territorio inexplorado.
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Acontece la tarde, tras el recio sol del mediodía. Adrián y yo bajamos los maletines aparatosamente llenos de prendas, especialmente el mío, hasta con sudadera incluida, vaya usted a saber con qué nos iríamos a topar. Lo siento algo inquieto.
– Adrián, tranquilo. Yo ya hice el reportaje swinger más revelador que se ha hecho hasta ahora. No es nada del otro mundo. Menos para mí. Pero igual, es solo una forma diferente de disfrutar la sexualidad. No te asustés– le dije una vez más.
Ingresamos al hotel. Nos recibe una pareja: él nos ayuda con el equipaje; ella con el check in . Todo en minutos. Pueblerinamente pensé, mientras él nos auxiliaba con el chunchero y ella nos daba un mapa del lugar y las llaves de la habitación: “Uyyyyy ¿ellos serán swingers? Qué raro trabajar aquí... viendo gente sin ropa y luego en intimidad. Ahorita les pregunto... ¿querrán hablar?” .
Apenas un rato después, me percataría de lo artesanal de mis deducciones. Pero eso, un rato después.
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Cruzamos el umbral del tiempo al entrar a la disco-bar. Por ahí anda el propietario, el abogado Víctor Hugo Mora, pero quien nos recibe es un personaje que, de entrada y de salida, es como extraído de una película de Pedro Infante... o bien, de Almodóvar.
Al día de hoy, le llamamos el “Tío Carlos”. Tiene 50 años de vivir en Los Angeles y solo está acá de paso, pues vino para una boda y por esos días, estaba a cargo de la barra de la discoteca esta, la del túnel del tiempo.
A sus 70 y tantos, tiene un pintón de guapo que muchos se desearían a sus 50. Se nota que está por encima del bien y el mal. Mientras nos recibe, afable, seguro y centrado, con su atuendo de Miami Vice reloaded , nos ofrece una cerveza mientras aliviana el ambiente de sustillo que tenemos el tal Adrián y yo.
Ni toca el tema-temático del hotel. No viene al caso. En realidad, nunca viene al caso, salvo por nuestra visita. Es decir, lo que ahí ocurre transcurre de una forma tan natural que casi le quita el morbo... casi. Porque tampoco. Es imposible mantenerse incólume, imperturbable, inexorable, inescrutable. Pero ya llegaremos a esa parte.
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Es tarde-noche de margaritas. Tío Carlos nos recibe con un par, mientras Hellen nos da las llaves de la habitación. Entramos y la inquietud se convierte en carcajadas cuando vemos que disponemos de una cama para los dos. Con Adrián todo bien pero ¿dormir con él después de pasar una noche-madrugada viendo gente teniendo sexo grupal sin inhibiciones?
No había nada qué decir pero ese tema fue una carga emocional y humorística adicional a lo que vendría después.
Las reglas en HD son similares a las del resto de establecimientos swinger –eso sí, de cierto nivel para arriba– que hay en el mundo.
Esencialmente, se trata de un hotel nudista predispuesto para el voyeurismo (observación de otros mientras tienen sexo) y el estilo swinger (intercambio de parejas). No se permiten, eso sí, visitantes solos. Todo lo que se dé entre los participantes debe ser consensuado y un no es un NO.
Sobra decir que no hay espacio para la prostitución ni para drogas de ningún tipo. Expenden todo tipo de licores y ofrecen servicio de restaurante casi las 24 horas. Según esté la movida nocturna, que los fines de semana suele ser muy intensa.
Hasta ahora, el lugar no había permitido el acceso total a la prensa pues Víctor Hugo tenía algún recelo sobre el tratamiento del tema que cada vez es menos tabú pero, hay que decirlo, sigue siéndolo.
Sin embargo, finalmente aceptó abrir las puertas de par en par debido a que la filosofía swinger siempre genera curiosidad e interés, y decidió que la Revista Dominical podía ofrecer una visión integral y seria de un estilo de vida que, a estas alturas del siglo XXI, cada vez parece tener más adeptos.
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Otra de las reglas para transitar por las áreas de piscinas y los spa (que son las áreas de mayor actividad sexual, aunque en la discoteca también se pueden dar encuentros) es andar, a lo sumo, con un paño en la cintura (los hombres) o en el torso (las mujeres).
Ver gente vestida en HD evoca el asombro de aquella famosa frase en la cinta El sexto sentido (“veo gente muerta”). Es decir, la desnudez es parte intrínseca del paisaje y de la dinámica.
Al final de la tarde ya yo había conversado con varias parejas sobre sus vidas como swingers, cómodamente ubicados en las mesitas dispersas en la discoteca.
Sin embargo, Adrián estaba sumamente inquieto porque sentía que carecía de insumos gráficos que acuerparan las revelaciones de los entrevistados.
Ya un poco desesperado, a la altura de las 8 de la noche y con cara de angustia me espetó: “Yuri, vamos a tener que ponernos los benditos paños. Vestidos no vamos a lograr entrar a los spa...”.
Y yo “(Glup) ¡Eeehhh ya yo estoy haciendo mis entrevistas, se lo pondrá usted!”.
Pero no. En el fondo, sabía que tocaba. Especialmente cuando Víctor Hugo se acercó a pedirnos que “por favor” nos quitáramos la ropa (opcional era envolvernos en los paños), pero que era muy extraño y hasta intimidante para los clientes ver gente vestida y para peores, ensuetada.
Veinte minutos después, como quien va para el patíbulo y en uno de los episodios de mayor vulnerabilidad en la noche, regresamos a la discoteca, cada uno envuelto en su bendito paño azul.
– “Somos los swinger más trash de este lugar”, dijo Adrián. Y de nuevo, nos reímos por no llorar... del susto.
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Llegó el momento del recorrido por las áreas de mayor actividad. Horas antes, en la tarde, habíamos conversado con Hellen Miranda y su esposo, Gerardo Marín (los administradores del lugar, de los restaurantes, etc, una especie de ujieres que manejan el sitio con gran eficiencia). Fue la entrevista más fallida de mi vida.
A la segunda o tercera pregunta me percaté de que no había caso en indagar sobre aquello de “qué se siente trabajar viendo gente chinga” o “no les afecta como pareja, ¿ustedes son swingers también?”. Hellen se encogía de hombros mientras contestaba que no y que ellos estaban habituados, que era algo “normal”.
Exactamente por la misma razón, cuando fuimos ingresando a las áreas de acción, nos tuvimos que despojar del pudor, sí o sí... simplemente porque ahí todo fluye tan natural, que el pudor parece no existir.
Mientras Víctor Hugo nos mostraba los aposentos y los spa, varias parejas permanecían sumidas en lo suyo y ni siquiera parecieron percatarse de nuestra presencia.
Dos parejas departían relajadamente en la esquina de uno de los jacuzzis. Mientras los caballeros conversaban animadamente entre las burbujas calientes, las mujeres se acariciaban sin apuro, al tiempo que se besaban en la boca. De cuando en cuando, se incorporaban a la conversación de los muchachos.
Aunque el voyeurismo se da por sentado, nosotros nos sentíamos un tanto incómodos observando porque no era por las razones “correctas” en el lugar, no era por el voyeur habitual ahí, si no para luego contar lo que veíamos. En el fondo, nos sentíamos como gallinas en fiesta de zorros. Casi como una suerte de impostores.
Tratábamos de orquestar una torpe conversación sobre cualquier tema mientras en el jacuzzi la cosa iba in crescendo , cuando observamos a un compa a quien habíamos entrevistado antes, todo un personaje, por cierto.
Cliente habitual del lugar desde hace dos años, visita el país invariablemente cada 15 días, pues está domiciliado en Texas, donde tiene varios negocios de importación y exportación, e invariablemente, cada 15 días viene a relajarse a HD.
Precedido de una tremebunda fama por las dimensiones de su virilidad, Javier (nombre ficticio) nos había autorizado antes a ingresar en una de las habitaciones en las que él y su pareja swinger iban a departir con otras personas.
Javier abrió de par en par la puerta de un aposento al otro lado del jacuzzi, se plantó totalmente desnudo y nos hizo vehementes señas con las manos para que bordeáramos el jacuzzi e ingresáramos a la habitación.
Adrián, quien a esas alturas tenía líos tremendos para sostener el paño en su cintura sin que se le resbalara mientras cargaba todo el equipo fotográfico, me miró con cara de desconsuelo (supongo que le devolví una mirada idéntica) y de nuevo, ruta hacia el patíbulo.
Ojo, no porque estuviéramos juzgando lo que estábamos presenciando, simplemente porque nuestro mood era totalmente distinto al de todos los presentes y no había forma de no sentirnos un poco intrusos.
Pero bueno, alguien tenía que hacer el trabajo duro... y así caminamos hacia la puerta. Entramos.
Javier y su pareja departían apasionadamente con otra pareja en una cama que parecía haber sido ajustada exacta para los cuatro. Nuestra presencia no los interrumpió en lo más mínimo, tan concentrados estaban en su asunto... y en todas las variaciones imaginables sobre el tema.
Yo me senté a observar en el sofá dispuesto para ello, mientras Adrián buscaba el lente adecuado y lo colocaba trabajosamente en la cámara. Era la torpeza andando, hasta que pronto su lado personal se apaciguó y dio espacio a su faceta de artista. Se transmutó y ahí, sentada en el sofá de voyeurista presencial novata, finalmente pude tomar un poco de distancia al observar al fotógrafo concentrado en ángulos prudentes, sin rostros, escenas no tan crudas, composición de la foto, etc.
Hay que decir que la fama de Javier, efectivamente, tenía asidero. Más allá de gemidos y piernas y pechos y besos y dedos y de todo separado y todo junto, se percibía una gran comodidad entre los cuatro, un gran confort.
Cuando intuí que los clímax estaban por asomar, por una suerte de recato – aún no sé bien por qué– salí silenciosamente de la habitación y dejé a Adrián documentando el suceso.
Un rato después, ya en franca conversación con los protagonistas de ese episodio, supimos las razones de su lado swinger. ¡Ah! También descubrimos que las dos muchachas se habían conocido minutos antes del encuentro; de hecho, se presentaron formalmente una vez que estábamos, ellos desnudos y nosotros con nuestros pañitos, bajándonos la impresión de un tirón con una cerveza en la barra de Tío Carlos.
Javier descubrió el mundo swinger en un bar de Las Vegas al que entró por accidente, hará unos 7 años. Como viaja tanto, pronto exploró opciones en diferentes lugares y, en Costa Rica, según afirma, encontró en HD algo integral que no tiene ningún otro lugar.
“Yo trabajo 16 horas diarias. Nunca me canso. Tengo que venir por trabajo pero religiosamente paso al menos una noche en el hotel, cada quincena. Uno aquí se relaja completamente, se despoja de tabúes, se siente cómodo con la desnudez propia y con la ajena. Aquí nadie busca defectos, aquí la gente viene y simplemente es”, dice el empresario de 42 años mientras agota un cigarro.
Curiosamente, su compañera de la noche es una amiga con la que sale desde hace un año pero, desde el primer día, el único lugar al que han ido juntos es a HD. Es decir, son amigos, no mantienen un vínculo amoroso, su relación se supedita a sus encuentros swinger: jamás han ido a cenar, al cine, ni siquiera a comer un helado o tomarse una cerveza. Pero se les nota muy cómodos.
“Para mí es la relación perfecta”, dice la muchacha de 35 años y quien tiene una empresa de peluquería canina. “Yo tuve un divorcio muy traumático y no quiero tener ninguna relación seria, estoy dedicada a mí. Con él la paso muy bien, no siempre compartimos con otras parejas, a veces nos limitamos a observar pero él es un amante extraordinario. Antes del amanecer me lleva a mi casa y amanezco relajada y tranquila, dedicada a mí... hasta dentro de 15 días”, narra la mujer.
Por supuesto, el abanico de quienes asisten al hotel incluye parejas de matrimonios y de novios que buscan revitalizar su vida sexual.
Por ejemplo, dos treintañeros que se dedican a la industria del turismo, llevan tres años de vivir juntos y como mínimo van a pasar un fin de semana al mes en HD.
Sumamente atractivos los dos, ya vestidos para retirarse el sábado por la noche tras haber pasado todo el día ahí, cuentan que son más desnudistas y voyeuristas que swingers. Solo han tenido una qué otra experiencia de “tocamientos” con otras personas, pero lo que más disfrutan es tener relaciones mientras otros los observan.
“Uno por entrar en este mundo aprende a ver las cosas desde otra perspectiva. Primero que todo, a aceptar su cuerpo como es, y el sexo como algo espontáneo y natural. Es muy sensual todo lo que vivimos aquí, nos saca de la rutina y nos mantiene la pasión viva durante varios días, pues regresamos a la casa muy estimulados. Esto nos ha ayudado mucho a no caer en una rutina, pero además no todo tiene que ver con sexo, el lugar es muy bonito, los spa muy relajantes... los olores. Es como salirse del planeta por un fin de semana”, dice el joven mientras ella asiente.
Al filo de las 4 a. m., finalmente Adrián y yo pudimos irnos a descansar, con el cerebro un poco licuado y con la certeza de que habíamos redefinido para siempre lo que se considera “normal”, un adjetivo demasiado relativo.
Adrián tenía un prontuaro de fotos impresionantes; tanto lo fueron que resultaron impublicables por ser inapropiadas para un medio de comunicación masivo. Así de fuerte, así de claro.
Total, amanecimos en la terraza, desgranando el anecdotario y las sensaciones tras todo lo ocurrido. Ambos fuimos invitados, por separado, a asistir más adelante ya no en calidad de periodistas, si no de visitantes “normales”. Adrián todavía lo está pensando.
Actualización: debido a la cantidad de consultas que hemos recibido sobre la forma de contacto, compartimos el número del High Dreams Club, Hotel y & Spa (HD): 2450-5544.