Atendió 501 partos. Los tiene todos registrados, por lo que la cantidad y los nombres de las madres no la dejan mentir.
A los 20 años, se hizo cargo del primer parto de esa lista. El bebé que vino al mundo se llama Bernardo Salazar y hasta nietos tiene hoy. El número 501 es ahora un muchacho de nombre Manrique Salazar quien “debe tener unos 30 años de vida” y cuyo nacimiento se dio en medio de una emergencia.
María Francisca Morales Matamoros ya está retirada del oficio de partera, pero guarda con mucho cariño los recuerdos de tantos alumbramientos que sus manos resolvieron.
Hace un recuento de las anécdotas fuera de su casa, en el barrio Lourdes de la Palmera, donde vive con una cantidad inexacta de perros. Estos no tienen nombre, mas sí su chompipe Pipe, el que habita en la parte trasera de la propiedad.
Francisca tomó el papel de partera de la zona para sustituir a la memorable doña Clemis, una señora amiga de su tía que estaba a punto de retirarse por aquellos días.
Llegaban madres de muchos kilómetros a la redonda, a quienes se les facilitaba más ir a buscar a doña Francisca que viajar a caballo hasta Ciudad Quesada o esperar a que llegara una ambulancia, que se demoraba entre tres y cuatro horas.
Ya con la mujer encinta, ‘ña’ Francisca usaba tijeras, gaza, merthiolate , guantes y pinzas. Amarraba los ombligos con una cinta especial y esterilizaba los instrumentos en una olla. Si era de noche, no le quedaba más que alumbrar con candelas, pero a veces los partos sucedían en los lugares más insospechados y no le quedaba más que atender en plena calle o en un punto cualquiera de un potrero.
Una vez al mes viajaba al hospital de Ciudad Quesada a rendir informes de los bebés que había visto nacer. Tenía que llevar un registro del peso y la altura de cada neonato.
Bajo su tutela, ninguna madre murió en labores de parto, aunque sí tuvo que sacar a bebés que murieron minutos después, pues venían con problemas “porque las mamás no comían bien”, dice esta señora de trenza larga y blanca, tez morena y manos gruesas y arrugadas, de venas bien marcadas.
Los ingresos no le llegaban por los partos sino porque doña Francisca mantenía un chancho, tenía gallinas y ordeñaba las vacas de uno de sus 19 hermanos menores que vinieron al mundo gracias a la ayuda que ella le daba a su mamá en los partos.
Será irónico, pero Morales solo un hijo trajo al mundo, el único que le permitió su cuerpo a los 43 años de edad, después de que la operaran de un ovario. “Una pareja sin hijos no es nada y por eso yo quería tener un hijo”. Su retoño nació hace 38 años, con todos los servicios de natalidad brindados en el hospital de Ciudad Quesada.