El 13 de marzo anterior, siete días después del anuncio del primer caso del nuevo coronavirus en Costa Rica, el doctor Mario Ruiz Cubillo se dirigió por primera vez al país en una de las conferencias de prensa que durante meses acompañaron el almuerzo de cientos de miles de ticos que, al menos al inicio, seguían atentos las recomendaciones y el avance de la pandemia.
Hasta entonces, el cirujano que siempre había preferido mantenerse tras bastidores y lejos del ojo público, había logrado “esquinearse” de ese rol mediático, a pesar de la trascendencia del cargo de gerente médico de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), el cual ostenta desde abril del año anterior.
Ese mismo día en que se anunció la suspensión del curso lectivo, Ruiz (al igual que una decena de trabajadores del Hospital San Rafael de Alajuela) pasaba lo que hasta ahora describe como uno de los momentos más difíciles que ha enfrentado durante estos nueve meses, no solo porque el virus se había comenzado a propagar entre el personal de ese centro médico, sino por la condición crítica en que se encontraba uno de los colegas más apreciados y que posteriormente sería el primer médico en perder la batalla contra la covid-19 en el país.
En los días y semanas siguientes, la empatía y facilidad para comunicar incluso los mensajes más duros, lo consagraron como uno de los rostros principales en las ruedas de prensa oficiales.
La genuinidad en sus intervenciones, como cuando dio la bienvenida a la primera bebé in vitro nacida en el país con un “saludos a Isabel Lucía”, el “papi te quiero mucho” que envió a su progenitor Alexánder Ruiz, en la víspera del Día del Padre o más recientemente cuando invitó a los ticos a que “salvemos la Navidad”, así como sus constantes mensajes de esperanza, lo hicieron también ganarse el cariño de la gente.
El reconocimiento al que se le había escapado, ahora llega incluso en forma de memes que sus hermanos aprovechan para hacerle bromas y que él más bien aprecia como un “bonito recuerdo”.
Al inicio de la emergencia sanitaria fue a él quien le tocó revelar la cantidad de bolsas para cadáveres que debieron encargarse, apenas a un mes de confirmado el primer caso. “3.000″ dijo en ese entonces, y luego confesó que mientras firmaba la orden de compra rezaba porque no tuvieran que llegar a necesitarlas.
Aunque para ese momento había proyecciones en todo tipo de escenarios, en su mente (igual que la mayoría de la población) no se dibujaba ni remotamente lo que se venía.
Lejos de arrepentirse de haberse embarcado como parte de la tripulación que desde marzo lucha por mantener a flote los servicios de salud, Ruiz asegura que es fiel creyente de que todo pasa por algo en la vida y más bien cuando las fuerzas flaquean, trata de recordar que está a cargo de una misión que le fue encomendada.
" A veces nos hemos cuestionado ‘¿Dios mío, por qué está pasando esto?’, lo que creemos y lo que nos da ganas de seguir. Es una misión que nos puso la vida, para salvar muchas vidas, esas es nuestra misión, hacer más camas, contratar más personal, tener los mejores medicamentos, fortalecer el primer nivel y así hacer que el covid no afecte a tantas familias”, afirmó.
Dolor, preocupación, ansiedad, miedo... Son algunos de los estados por los que ha pasado el cirujano, que carga nada menos que con la responsabilidad de procurar que todos los que se enferman encuentren un espacio en un salón de hospital o una unidad de cuidados intensivos.
A pesar de esa misión, como él llama a la descomunal tarea que le fue encargada, en su ya característico optimismo, el médico de 41 años asegura que la covid-19 también le enseñó a valorar los momentos con su familia, el soporte de sus amigos y a comprender lo vital del trabajo en equipo, porque como bien dice, ni siquiera Superman es capaz de hacer todo solo. “Él ocupa a los Superamigos”, añade.
También le enseñó a no guardarse sentimientos y dejar fluir sus emociones, aunque luego lo haga sentir incómodo.
“Ahora digo más fácil que lo quiero mucho, que la quiero mucho, es algo que no pierdo la oportunidad cada vez que estoy con alguien que quiero mucho y que lo quiero decir se lo digo”, cuenta.
La pandemia además fue la responsable de hacerle subir de peso a causa de la ansiedad y el ritmo que le impedía llevar una dieta saludable, pero el mismo miedo a enfermarse y que ese factor de riesgo jugara en su contra, lo tiene ya con 11 kilos menos en dos meses y con una firme meta de completar 34 kilos menos el pŕoximo año.
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“Me ha vuelto una persona más paciente, antes quería todo para ya, en el momento, ojalá antes, ahora creo que uno va madurando con el tiempo y se va dando cuenta que hay cosas muy importantes, importantes y cosas que pueden esperar y que lo que uno tiene que hacer es priorizar y ver las cosas importantes” concluye en su reflexión sobre los puntos a favor que ha logrado ganarle a la covid-19.
Un gran suspiro se le escapa cuando se le pregunta qué le quita el sueño y en qué se despierta pensando a media madrugada a causa del insomnio que también le trajo la pandemia.
“Me quita el sueño el conteo de pacientes y el conteo de camas, es algo que todos los días es lo último que veo antes de dormirme y lo primero que veo al día siguiente” , dijo.
Incluso, asegura que frecuentemente sueña con números y no precisamente de esos que sirven de “agüizote” para pegarle al Gordo de la lotería. Son los números de las camas que hay en los centros médicos destinadas a los enfermos de covid, el porcentaje de ocupación en las unidades de cuidados intensivos.
Otras veces se despierta pensando en las aglomeraciones que vio durante el día, recuerda los rostros de las personas que vio amontonarse sin medidas sanitarias al pasar por algún lugar y teme imaginarlos en una cama de hospital. Tampoco logra conciliar el sueño cuando conoce de casos de trabajadores de la Caja hospitalizados a causa del virus o el temor a que los hospitales se queden sin equipo de protección para el personal.
Cuando eso ocurre, recuerda las enseñanzas de su abuela y se pone a rezar. Solo así logra volver a dormir.
Los puntos de quiebre
Ruiz no se imagina en otro lugar que en el que ocupa actualmente, pues afirma que sería muy difícil ver lo que ocurre sin poder hacer nada, aunque reconoce ha habido momentos en los que se pregunta para qué los está preparando Dios, al hacerlos enfrentar situaciones como las vividas hasta ahora.
Entre esos puntos de quiebre, recuerda lo ocurrido en el Hospital de Alajuela, en los primeros días, donde no solo hubo una explosión de casos entre el personal, sino que posteriormente debieron enfrentar la muerte de uno de los colegas más queridos. El primero del personal de Salud en perder la batalla contra el virus.
“Cuando murió el doctor Albernaz fue todavía más difícil porque era una persona muy querida, antes de que él falleciera fui a hablar con todo el personal, nos reunimos en el auditorio, fue una reunión muy complicada porque todos estábamos muy preocupados, todos eramos uno mismo, cada día había más pacientes y más funcionarios enfermos y ellos y todos dijimos vamos a seguir trabajando”, recordó.
El segundo golpe llegó con el fallecimiento del médico intensivista Jaime Solís a finales de octubre, quien había sido su profesor en el San Juan de Dios.
“Cuando él se enfermó, siempre esperé que fuera a salir adelante, él iba bien y yo pensaba que iba a salir, todos los días llamaba al subdirector para preguntar por él, cuando me contaron que falleció fue un balde de agua fría”, confiesa.
También recuerda haberse derrumbado cuando se enteró del fallecimiento de un funcionario que estaba a punto de pensionarse y sintió muy de cerca el sufrimiento que enfrentó otro colega que perdió a ambos padres a causa del virus en menos de una semana.
En todos esos momentos, afirma que el apoyo de sus compañeros de equipo ha sido clave y destaca como punto a favor que si bien todos han flaqueado en algún momento (o varios), no ha sido al mismo tiempo, por lo que siempre ha habido un brazo para ayudar a levantarse o un hombro en qué apoyarse y continuar lo que describe como una maratón que se extendió al doble de la distancia cuando ya estaban por llegar a la meta.
La burbuja de los Ruiz Meza también sufre por el distanciamiento
La burbuja del doctor Ruiz la conforman él y su esposa France Meza, su hijo Mario Adolfo, de 17 años, y Alexandra que tiene 6 años recién cumplidos.
Aunque reconoce que en ocasiones es muy estricto, su familia no se ha escapado de los dilemas que desde hace meses se repiten en miles de hogares de Costa Rica y el mundo, cuando de cumplir reglas de oro y protocolos se trata.
“Tratamos al máximo de seguir los protocolos y lineamientos, es complicado y difícil. Los chiquitos quieren salir a jugar y para un niño es muy difícil, porque es antinatural no poder compartir con otros niños; para mi hijo mayor, Mario Adolfo ha sido complicado porque él está en la adolescencia y a él le gusta salir con los amigos, andar de fiesta y en eso yo he sido muy estricto, porque principalmente con los bares, con todas estas zonas es un área de contagio difícil, lo que le he pedido al máximo es que cumpla los protocolos , que use la mascarilla si se va a reunir, que trate de evitar exponerse porque al exponerse, expone al resto de la familia”, afirma Ruiz.
El médico cuenta que su familia es de las que disfrutaba las celebraciones en las que se reunían hermanos, primos y abuelos y es precisamente de las cosas que más extraña.
A sus papás los ha visto en algunas ocasiones, siempre manteniendo distancia y el uso de la mascarilla, y procura hablar con ellos todas las noches.
“Creo que independientemente de la profesión de los familiares es un tema de que todos somos seres sociales, que nos encanta dar abrazos, que nos encanta que nos apapachen y eso hace falta, es algo que es parte de la vida y que en este momento tenemos que tener muchísimo cuidado”, dice.
De hecho uno de los temas que aún no había sido resuelto cuando atendió esta entrevista, era decidir con quién de los cinco hermanos pasarán sus padres, don Alexánder y doña Eraida, la noche buena, pues por primera vez la tradición de reunirse los cinco hermanos con sus hijos y esposas a abrir los regalos el 24 a medianoche no podrá ser.
Con su papá cada llamada concluye con un “cuídese mucho y no se exponga” y el respectivo “sí señor” , mientras doña Eraida se despide con un “Dios lo cuide mucho”.
“Obviamente están preocupados pero también siento que cada vez algo sale bien se lo dedico a ellos y a todo lo que se esforzaron para que estudiamos y para que estemos tomando decisiones que pueden ayudar a otras personas- Un día le dije a mi papá que le agradezco muchísimo las regañadas porque yo era muy inquieto en el colegio y en la universidad y no crea, mi papá era muy estricto; todo eso se lo agradezco mucho”, confiesa Ruiz.
Los sueños siguen intactos
Al igual que a millones de personas, el nuevo coronavirus truncó planes, sueños y varias promesas en la familia Ruiz.
Uno de ellos era llevar a Mario Adolfo, el hijo mayor del doctor a un torneo de fútbol en Estados Unidos, que aunque se canceló al final, era un compromiso adquirido ya que el año anterior el doctor no lo pudo acompañar, pues recién había asumido el puesto de gerente médico.
Irse de vacaciones y apagar el celular, es lo primero que haría una vez que la propagación del virus deje de ser una amenaza.
Lo siguiente será volver a operar.
“Voy a operar, quiero volver a operar y salvar muchísimas vidas pero operando”, dice con total convicción y un brillo en sus ojos verdes, que hasta ahora no había sido tan notorio.
En el futuro cercano, como parte de eso que llaman propósitos de año nuevo en un año donde todos aprendimos a ser más austeros con lo que plasmamos en la lista de metas y promesas personales, Ruiz solo añora completar con el proceso de pérdida de peso que inició en setiembre y alcanzar los 34 kilos menos, pues además del temor al virus, es un compromiso que asumió por la menor de la casa Alexandra, quien le hizo notar que había ganado peso.
Estar más con la familia y amigos y volver al ritmo de lectura que llevaba antes de que un virus lo pusiera a soñar con números de camas de hospital, son parte de los destacados de su lista.
A nivel profesional, su mayor sueño es que se logre vacunar la mayor cantidad de población y regresar a la normalidad en la mayoría de servicios que tuvieron que ser suspendidos, para así avanzar en la meta original que llevaba el cargo que asumió en abril del 2019: reducir las listas de espera en la Caja y entonces sí encaminar su sueño de volver a tener un bisturí entre sus manos.
