En mis años de mocedad seguía a los ídolos de la canción en los diarios y en las carátulas de los discos; los oía por la radio y los miraba en la televisión. Me fascinaba el Conjunto Show de Paco Navarrete, el artista más importante de Costa Rica por más de tres décadas, desde el año 1962.
El prodigio del entonces joven director, desplegaba en el teclado las notas musicales del grupo en las voces de Asdrúbal Zamora, Chico Brenes, Cali Alemán... Inspirado en ellos y en otros intérpretes, yo, un flaco veinteañero con una historia de amores contrariados, ilusiones fallidas y proyectos sin terminar, soñaba con ser cantante.
Vamos, a mi modo lo era, pues les cantaba a las chiquillas que me gustaban y serenateaba a las novias de mis amigos, con el “marco musical” de mi primillo Javier Barboza Herrera, quien tocaba la dulzaina con un talento que le venía de la cuna.
Escalera del triunfo. Un día, alentado precisamente por mi primo Javier, decidí realizar una prueba en el club Bocaccio, propiedad de Navarrete, donde el maestro seleccionaba a los aspirantes a participar en la Escalera del triunfo, programa de aficionados que se transmitía en vivo de jueves a jueves, por Teletica Canal 7.
En la fecha señalada, tuve que dar varias vueltas a la manzana para tomar valor y entrar a Bocaccio, 25 metros al este de Chelles, en la Avenida Central. “Ahora o nunca”, por fin me decidí. Ilusión, temor, expectativa… Hay instantes que perduran en la memoria. Apenas mis pupilas se habituaron al claroscuro del salón, identifiqué al gran Paco Navarrete, el hombre del piano, para mí una especie de divo a quien, dada su fama, suponía en el olimpo…
--¿Qué tal, muchacho?, ¿cómo estás? Bastó ese saludo para disipar, al instante, mi equivocada percepción del “divo”.
--Bien don Paco, respondí con un hilo de voz.
--¿Cuál canción vas a cantar?, preguntó, sin dejar de sonreír.
--Se llama Cuidado, es esa que canta Mario Chacón Jr.
--Es un temita muy lindo. A ver, dame el tono…
--Cuidado, con el brillo de la luuuna…
--Tenés buena voz. Será cuestión de seguir ensayando y que te soltés un poco, vas a ver que te irá muy bien. Estás clasificado para participar de hoy en ocho, jueves 30 de agosto (1973).
Un apretón de manos y la nobleza en su mirada me confirmaron al personaje accesible, sincero y cálido; dueño de la sonrisa que le caracterizó siempre, tanto en la cima de la popularidad como en los escarpados riscos de su azarosa existencia, un ángel del teclado mítico y mortal a la vez, de quien estuve cerca de convertirme en uno de sus biógrafos, si hubiésemos concretado el proyecto literario que, juntos, planeábamos escribir.
Llegó mi gran noche. Me presenté en el edificio de Teletica, en el barrio Cristo Rey. Me reporté con Santiago Ferrando, el productor, y ya confirmado en la lista de participantes, me acerqué a Asdrúbal Zamora.
Pedí su consejo de cómo manejar el micrófono, pues era la primera vez que iba a cantar de esa forma. Gentilmente, Asdrúbal dedicó varios minutos a explicarme cómo acercar y alejar el micrófono, según los niveles de la tonada. “Abrimos con usted, García”, me comunicó Ferrando al tiempo que colocaba el pedestal en el set. Respondí que yo quería cantar, micrófono en mano. “Es un error” --replicó--, pero usted decide”. Empezó el programa. El conductor Carlos Luis Jara me presentó en cámaras. Paco inició la introducción de la pieza y entré en acción.
Caramba, eso fue hace casi medio siglo y aún se me eriza la piel al evocar los insospechados matices que adquiría mi voz, gracias a la magia del tecladista. En el intermedio instrumental, capté de reojo un guiño del maestro. ¡Íbamos muy bien! Fin de la interpretación. El jefe de piso ordenó el corte y de inmediato se acercó Santiago Ferrando… “¡Excelente, muchacho, excelente!”.
Salí levitando del canal, tomé el bus de Guadalupe y me recibieron mis amigos del barrio con una enorme alegría, mis papás ampliamente satisfechos y mi motivación al tope. Meses después, el 22 de enero de 1974, conocí a doña Flory Navarrete, hermana de Paco. Yo deseaba tomar clases de guitarra con ella, pero no era posible. Sin embargo, esa tarde me invitó a presenciar el ensayo del Clan de Mamá, el grupo que la educadora y artista lideraba con sus hijos Manuel Francisco, Marianella, Jorge Arturo, Alfonso, y sus sobrinos Alfredo Campos y Alicia Quirós.
Canté en el ensayo Yo no sé por qué esta melodía y me quedé un año en el grupo. Cada fin de semana en nuestras presentaciones en matrimonios, bailes de 15 años, festejos populares y actividades de beneficencia, donde quiera que tocaba el Clan de Mamá, Marianella y yo alternábamos gran parte del repertorio romántico del conjunto: Yo quiero dibujarte; Tómame o déjame, Qué será de ti…
Feliz reencuentro. Mi amistad con la familia Jiménez Navarrete (para toda la vida) propició el reencuentro con Paco y mi regreso al club Bocaccio, adonde solía ir con doña Sarita, la madre de los hermanos Navarrete Ortiz. Con ella viví momentos inolvidables en el conocido salón de fiesta, epicentro de la música salsa en San José, género musical que Paco Navarrete introdujo en Costa Rica y ejecutaba con altísima calidad.
Abuelita entrañable, dueña de un fino sentido del humor y agudeza para detectar virtudes y debilidades humanas, a través de doña Sara conocí vida y milagros de su amado Paquito, el director musical que propiciaba, con el magnetismo de su personalidad y destreza musical, que el público que se daba cita en el lugar pasara la mar de bien. Por cierto, en Bocaccio se daban cita figuras del espectáculo, de la política, de la televisión, de la farándula y, por supuesto, sus miles de seguidores.
Posteriormente, a partir de 1977, cuando comencé a escribir en el periódico La Nación, siguieron notas, semblanzas y reportajes acerca del artista con mi rúbrica, un variado material periodístico y literario que nos llevó a compartir la intención de escribir un libro de su trayectoria.
Cara… Habíamos discutido, pormenorizadamente, el orden y el contenido de los capítulos. Porque el maestro estaba plenamente dispuesto a revelar todo, desde los motivos que lo hicieron cambiar la práctica del baloncesto por el primer grupo musical, en el Tennis Club (1962), hasta sus formidables creaciones en la música y en la publicidad, los festivales nacionales e internacionales en los que la agrupación participaba, las luminosas noches de Bocaccio, las giras al interior y al extranjero; la magia del órgano (álbumes de música instrumental), los años dorados en los que se convirtió en el gran referente e incansable pionero, el maestro, músico, compositor, arreglista y empresario que marcó la transición entre las orquestas clásicas y la música joven en nuestro país.
…Cruz. También anhelaba describir, a libro abierto --literalmente hablando--, sus días de vino y rosas, los pasajes en soledad, los elogios que recibía en todas partes, la creciente legión de admiradores y amistades que cosechaba. Pero, además, el argumento del libro tocaría la envidia y la maledicencia de sus pocos detractores, de algunos amigos entre comillas; el asedio de los impostores, de los aduladores que nunca faltan, el insoportable acoso de oportunistas y chupamedias, de majaderos y “borrachos con babas” con los que tenía que lidiar, sin perder su semblante amable, su paciencia franciscana, ni traicionar sus principios.
A nadie negaba un saludo, una fotografía, un autógrafo, una dedicatoria. Lo habíamos acordado, que la suya sería una biografía sincera y diáfana, su pronóstico del tiempo interior, el descarnado registro del artista Paco Navarrete, un hombre excepcional con sus soles, nubes y vendavales. Así lo habíamos dispuesto.
--Robert, me puse de acuerdo con nuestro común amigo Tano Pandolfo en tomarnos un cafecito en la soda Cherry, pasado mañana viernes, para que nos hable de su obra Para nunca olvidar y nos aconseje en nuestro proyecto. ¿Te parece bien?
--¡Claro que sí, maestro!
--Genial, nos veremos el viernes.
Ese viernes de marzo, del 2006, Tano y yo llegamos puntualmente a la cita, pero Paco no apareció. Supe después que estaba internado en el San Juan de Dios. Era el principio del fin, el inminente calvario de sus idas y vueltas hospitalarias. El principio del fin…
Paco Navarrete Ortiz falleció el 25 de julio del 2006, hace exactamente tres lustros. Tenía 64 años, anhelaba reinventarse y le quedaba aún mucho qué ofrecer de su genio creador. Cada vez que escucho su música y repaso en mis recortes periodísticos los años de gloria de Navarrete, me invade una tremenda nostalgia y vuelvo a lamentar su desaparición terrenal. Aunque nos quedan la obra y el legado del músico costarricense que profesionalizó y dignificó a los de su estirpe, ¡puta, todavía me duele! Pero el show debe seguir, según reza una máxima del espectáculo. Perdón por estas lágrimas. Son de tributo, memoria y réquiem, mis recuerdos de un gran artista.