Doña Ana creció en una de esas casas en las que siempre se tocaba guitarra. Allá en El Salvador, sus hermanos se juntaban por las noches a cantar por entretenimiento. “Uno de ellos tenía una guitarra más grande que sonaba más fuerte”, cuenta.
Doña Ana no sabe dónde fue que sus hermanos aprendieron a tocar el instrumento; uno de ellos estudió en algún lado y el resto “aprendió viendo”. Ella nunca lo intentó, pero a sus 64 años se planteó el reto de hacerlo.
Encontrar un lugar para aprender no es fácil cuando se está en la tercera edad, menos cuando la artritis empieza a molestar y mucho menos cuando uno es un poco olvidadizo.
Pero nada de eso importa, doña Ana toma la guitarra y practica y practica.
“Es algo que me da mucha ilusión, me doy cuenta de lo mucho que había querido aprender de esto, y tengo el profesor más paciente”, dice contenta.
Estamos en la Academia ACUA, en San Pedro. En el salón principal hay afiches de distintos conciertos y recitales que han organizado. En uno de ellos aparece sentado Alejandro Valverde, profesor de doña Ana Zelaya, en el Carnegie Hall.
“Para llegar al Carnegie Hall en Nueva York hay que estudiar desde muy pequeño, pero la música no solo es eso, puede ser algo para compartir con la familia y un buen proyecto para cuando se llega a adulto mayor”, comentó Carmen Méndez, directora de ACUA.
Doña Carmen sabe de qué habla.
El año pasado ella y su esposo, el compositor Mario Alfagüell, se retiraron después de dedicarse por años a la docencia y la enseñanza de música en la Universidad Nacional.
Cuando llegó la hora de decirle adiós a la Universidad Nacional, el consuelo fue que en San Pedro tenían un proyecto al cual dedicarse.
Para doña Carmen es fácil: si hay algo a lo que uno puede dedicarse cuando se retira o se alcanza una edad avanzada es la música y la edad no debería ser un impedimento.
Sin querer, para los alumnos y dueños de la academia la música se ha transformado en algo más que una excusa para mantenerse ocupado o distraerse, sino que es la mejor forma de hacerlo.
Aprendizaje
La música es aprender.
Fue en agosto del 2014 cuando la Fundación Academia ACUA abrió sus puertas. Mientras don Mario Alfagüell y doña Carmen Méndez completaban sus asuntos en la universidad, fueron sus tres hijos (todos músicos) quienes se encargaron de sentar las bases.
La academia logró acercar a niños y jóvenes deseosos de aprender, pero hasta hace poco fue que se acercaron los primeros adultos a ella.
“Uno de los grupos más bonitos es el de apreciación musical, porque combina personas de todas las edades”, explica Méndez.
Marujita Calvo e Hilda Murillo fueron parte de ese grupo en el que participan ellas, de 64 y 57 años respectivamente, además de veinteañeros, personas en sus treintas y más. El curso lo imparte don Mario, de 70 años, que es fiebre de analizar piezas musicales.
La música también es recordar.
Hilda Murillo encontró en este curso una forma de reconectarse con sus raíces.
“Mi padre era compositor de zona rural y eso allá era mal visto. Siempre tengo el recuerdo de él en la casa tocando música con la guitarra pero no conocía mucho de música clásica”, cuenta Murillo.
“Lo que más me gustó es que don Mario nos cuenta no solo de la música, sino de lo que estaba pasando en ese momento histórico, yo creo que él nos ayuda a transportarnos a ese momento, yo me siento como que me transporto allí”, agrega.
Marujita también es fanática de las clases de “don Mario”, aunque ahora no puede asistir por asuntos de horarios. Esta periodista retirada recuerda que las notas culturales eran sus favoritas de redactar cuando ejercía y estas clases han sido una forma de adentrarse en ese mundo.
En las clases de instrumentos y de apreciación hay adultos periodistas, médicos, economistas,....
La música es inclusiva, no deja a nadie por fuera.
Beneficios
A doña Carmen se le nota a leguas las ganas de seguir enseñando. Cuando llegamos a la academia, Marujita, otra señora, doña Ana, y Orlando Jaramillo (de quien hablaremos pronto) están sentados en forma de medialuna.
A unos pasos de distancia hay una pizarra en la que explica la metodología según Dalcroze, donde la exprofesora anotó algunas de las ventajas que tiene la educación musical para un adulto: fomenta la capacidad de trabajar en grupo, de adaptación, integración, socialización, también la consciencia corporal, la coordinación de pies y manos, y la realidad: la posibilidad de hacer tareas diferentes con las extremidades de un mismo cuerpo.
En cuestiones de memoria, aprender música es como un sudoku con esteroides: no solo se debe memorizar la notación en los compases sino también las melodías y la forma en que se mueve la mano, todo al mismo tiempo.
Suena como mucho trabajo –y en muchas ocasiones sí lo es– pero aprender a tocar una canción es satisfactorio a cualquier edad.
Orlando Jaramillo recibió como regalo para sus 50 años clases de violoncello y un instrumento nuevo. Él es triatleta y nadador empedernido, pero hasta hace 4 meses nunca había podido cumplir su sueño de tocar este instrumento.
Jaramillo es endocrinólogo en el Hospital Nacional de Niños y cuenta entre risas que su primer recital fue rodeado de niños, pero que no cambia sus clases de música por nada. La música educa.
“Es una forma de expresarse, es una forma de cambiar la rutina y también de dar el ejemplo. Tengo dos hijas que estudian piano y ellas saben que todos los días le dedico una hora a esto”, comenta el doctor.
Doña Ana dice que seguirá practicando. Hace poquito se compró una guitarra “que todavía huele a nuevo”. La ilusión de poder tocar una canción se renueva todos los días.
“Hace poco se cumplió un año de que se murió una hermana, allá en el Salvador”, cuenta doña Ana. Ella viajó hasta el país que la vio nacer para despedirse y acompañar a su familia.
“Uno de mis hermanos le cantó como una serenata a ella y al día siguiente, él también murió”.
