La carretera Interamericana Sur conduce hacia un paraíso de biodiversidad inigualable, un recordatorio permanente repleto de huellas ancestrales, una tierra donde los ecosistemas se entrecruzan como en las fábulas, como en las películas fantásticas.
La ciudad queda olvidada tras unas cuatro horas de recorrido en carro hasta la zona. Conforme se acerca la hora de arribar, van desapareciendo los rastros de la urbe y se abre una cortina que huele a mar, y se escucha la selva.
En estos suelos, los animales no se esconden, siempre y cuando el visitante decida hacerse parte de su hábitat, al mezclarse como si fuera uno más, con más respeto que curiosidad.
Esta región puede hacérsenos familiar, pero no por eso deja de ser espectacular. La puerta de entrada se abre con facilidad especialmente para aquellos interesados en gozar de la belleza natural y la tranquilidad de la costa bañada por el océano Pacífico.
Hablemos primero de Bahía Ballena, precisamente donde las ballenas salen a la superficie a respirar, a jugar, a decir presente cada vez que abren su espiráculo y lanzan agua por las alturas. Mientras, el turista solo las admira, con suerte, a una distancia corta; tal vez, desde un bote que, con el motor en silencio, se convierte en un inquilino más de las aguas de azul intenso.
Los cetáceos llegan a esta bahía desde Suramérica a finales de julio y se quedan a parir y a aparearse durante unos cinco meses. De diciembre y hasta abril más bien llegan del norte.
Todas quieren quedarse en esta parte del Pacífico, pero especialmente las jorobadas. Se calcula que al país llegan unas 200 ballenas que se concentran en esta zona: dicen los navegantes locales que se han visto hasta 22 ejemplares de ballenas jorobadas, y no muy lejos de la costa.
Los delfines también abundan y pueden ser vistos durante todo el año, especialmente si son miembros de las especies manchado o nariz de botella.
El Parque Nacional Marino Ballena es la puerta más grande para esta bahía que se llama así debido a que desde el aire se ve cómo la tierra forma una cola de ballena, una cola que puede ser recorrida a pie.
El parque posee 5.300 hectáreas marinas y 100 terrestres, con una costa de 9 kilómetros de extensión donde también se asoman los monos, pizotes y mapaches.
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Las ballenas jorobadas son las que más se pueden ver en Bahía Ballena. En la foto vemos a una madre con su cría. (Rafael Pacheco)
No hay senderos abiertos para caminar, pero el atractivo principal está más allá de la orilla, quizás donde se aprecia la belleza de las cavernas y arcos rocosos de playa Ventanas, donde las olas se levantan con fuerza; o más bien donde el agua es calma y se puede hacer snorkeling en Punta Uvita. Introduciendo la cabeza en el agua clara se aprecian peces globo, anguilas, peces loro y cirujano, corales y estrellas de mar de colores azul, negro y rojo.
El trayecto para llegar a esos puntos se puede hacer en kayak, que también recorren un pasadizo de manglares hasta llegar a los bosques donde se puede hacer una caminata con el aval de los congos, cariblancos y los saínos.
Corcovado
La palabra sorprendente podría estar levantada en la entrada de este Parque Nacional donde el verdor parece infinito al punto en que llega a ser esperanzador. El bosque es tan denso que hace creer que es impenetrable, pero en realidad extiende una invita a explorarlo.
En el recorrido de esta visita llegamos por aire hasta aterrizar en la pista Sirena, el único acceso para el único avión que ingresa ahí, piloteado por un único piloto.
Al descender, los congos aúllan dando la bienvenida, aunque su amabilidad no les da tanto como para bajarse de las copas de los árboles que se yerguen a ambos costados del camino. A veces más bien son las dantas las que se asoman a plena vista del visitante. Aquí los animales no tienen mucho afán en esconderse: eso está claro.
Corcovado posee una riqueza incomparable en flora y fauna. Este reino verde se levanta con más de 550 especies de árboles. Le da casa a más de 350 aves, 100 especies de reptiles, unos 5.500 insectos y más de 150 especies de mamíferos entre los que aparecen las cuatro especies de monos que hay en Costa Rica (ardilla o tití, cariblanco, araña y aullador o congo).
Además, abundan las ardillas y se calcula que hay unas 250 dantas. También se ven chanchos de monte, cherengas, pizotes, osos hormigueros y saínos, mientras que los pumas y ocelotes son un poco más tímidos ante las visitas. ¿Jaguares? Sus huellas revelan su presencia, pero son bien esquivos a los ojos de los visitantes.
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La sorpendente diversidad biologica en todo su esplendor, durante recorrido por sendero hacia desembocadura del Rio Sirena permite ver escenas como una familia de saínos por uno de los senderos. (Rafael Pacheco)
La orquesta se escucha con el cloqueo de las gallinas de monte o el canto del tucán, el pavón, las tangaras gavilanes, pero las que llevan la batuta son las chicharras, cuyo trabajo para hacer sonar el bosque es incesante, casi de fantasía.
Este paraíso en el bosque húmedo tropical lluvioso es tan grande que un recorrido completo implicaría al menos tres noches de estadía, y es que las visitas son tan cotizadas que el máximo tiempo para quedarse en el lugar es de cinco días.
Hay espacio limitado para acampar a $4 (aproximadamente ¢2.1000) o bien para utilizar una de las 27 camas distribuidas en cuartos compartidos a $8 (¢4.200) y, sea quien sea que quiera conocer y recorrer, debe estar preparado para hidratarse y caminar bastante.
Los carros llegan hasta Karate, ubicado a 3,5 kilómetros de la entrada al parque, por lo que los visitantes de a pie pueden tomar rutas como la de la Leona hasta Sirena: unos 16 kilómetros de recorrido.
Otra opción para llegar a las instalaciones centrales es ingresar de Los Patos hasta Sirena. Siempre acatando la orden de que al lugar no se puede acceder sin la ayuda de un guía. Es una regla por la seguridad de los turistas, independientemente de que tengan un impresionante currículo como aventurero. No hay excepción.
Joyas históricas
El Pacífico Sur sigue sorprendiendo con grandes noticias, como en Finca 6, donde los tesoros son ásperos y esféricos.
Es el único lugar de Costa Rica declarado patrimonio arqueológico de la humanidad que está abierto al público. Mientras, los otros espacios donde hay esferas son El Silencio, Batanbal y Grijalba 2, pero no está dispuesto para los turistas. Es por ello que este sitio ubicado en Palmar Sur de Osa tiene un atractivo especial.
Ahí, en el Delta del Diquís, durante el periodo Chiriquí (800–1.500) se estableció una aldea perteneciente a un cacicazgo complejo. De este quedan apenas reminiscencias que se han ido reconstruyendo con trabajo arqueológico que deja como resultado el descubrimiento de las esferas precolombinas.
Cada escultura de piedra se colocaba estratégicamente a la entrada de los espacios habitados por las figuras de poder, de alto rango y prestigio (especialmente las más grandes). También quedan registros de estructuras habitacionales y funerarias.
“Las esferas son artefactos arqueológicos excepcionales”, nos dicen al entrar los encargados del Museo Nacional de Costa Rica.
Hay algunas de ellas cuyo diámetro es de pocos centímetros, hasta otras en las que más bien este puede alcanzar hasta 2,5 metros y un peso de 24 toneladas.
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Finca 6, Palmar Sur. Las esferas de piedra están ubicadas principalmente en el sur de Costa Rica, en la llanura aluvial del delta del rio Diquís. (Rafael Pacheco)
Sin embargo, la primera aclaración que hay que hacerle al visitante es que las seis esferas más valiosas son las que están bajo tierra, a las cuales apenas se les ve el copete. Para entender la razón de esto, se recomienda pasar primero por la exposición didáctica sobre las esferas a la entrada de Finca 6.
Desde ese punto queda claro que el valor de estos monumentos desarrollados por indígenas radica en que todavía están colocadas en dos alineamientos con orientación este–oeste que aún se mantienen en su ubicación original.
Pueda que se escondan a la vista, pero su valor está en la historia, en lo que se oculta bajo una espesa capa de sedimentos que se encarga de proteger los monumentos de las eventuales inclemencias del clima que podrían acelerar su deterioro, especialmente debido a inundaciones que ya han afectado la zona anteriormente.
Hay otras esferas sobre la superficie (unas 13) que de repente parecen ser las más llamativas; en realidad, esas son exclusivamente las que han sido recuperadas recientemente por el Museo o las que provienen de algún decomiso.
No muy lejos se pueden visitar los hermosos manglares de Sierpe, donde los mangles abundan en diferentes especies. Se avistan aves, reptiles y se escuchan más monos. Los animales y la belleza se asoman por ambas orillas del río pero lo mejor de todo es que toda esa belleza se extiende por todo el Pacífico Sur.