
Walter Ferguson partió de este mundo hace más de un año, cuando llevaba varios años retirado de su labor musical. Aunque Costa Rica lo coronó como ‘El rey del calypso,’ esto no quiere decir que el género fuera enterrado junto a él.
El legado de Mr. Gavitt ha sido semilla de inspiración para generaciones de músicos, entre los que actualmente destacan Stephie Davis, Mike Joseph y Ramón Morales. Estos tres artistas son parte del nuevo rostro con el que el calypso costarricense sigue sonriendo al sol de hoy.
Pero antes de proyectar el presente y futuro de este género, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de Costa Rica y cuyo día se celebra cada 7 de mayo, conviene echar la vista atrás y dar una pincelada de la escena que el músico nacional Manuel Monestel encontró en Limón, cuatro décadas atrás. Este artista e investigador fue uno de los principales responsables de que en las seis provincias restantes resuene el calypso y se reconozca a algunos de sus más grandes exponentes.
Monestel, quien desde los años 80 conoció de primera mano a los calypsonians de la época, comenta que hace 40 años el calypso se encontraba relegado en Limón.
“El turismo tiene la parte positiva, que es el tema económico para el país. Pero tiene también una negativa, los turistas venían a Limón pensando que era una extensión de Jamaica y buscaban el reggae. De alguna forma impusieron el reggae y la moda de los rastafarians; el Calypso quedaba ahí como relegado, visto como música de viejos, ya superada”, declaró el fundador de Cantoamérica.
En ese entonces, músicos como Ferguson, Cyril Silvan, Reynaldo Kenton “Shanty” o Herbert Glinton ‘Lenki’ conformaban una escena variada de calypso. Convivían tocando el típico combo con banjo, guitarra, tumbadora, maracas, rayador de coco (como una güira) y el quijongo o bajo de cajón, hasta expresiones más personalizadas como la de Joseph Darkings ‘Papa Tun’, que incorporaba el ukulele y el cuatro venezolano.
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Además, en contextos informales como picnics en la playa, cantinas o en la esquina de un barrio, se daban los tradicionales ‘picones’, una práctica en la que dos calypsonians se enfrentaban entre sí.
“La función de esa improvisación era ver quién rimaba mejor, quién tiraba frases más certeras para vencer al otro, para descalificarlo y mostrar que era mejor cantor. Pero eso había que hacerlo bien rimado, si la rima no salía no funcionaba. Esto es antecedente de lo que hacen los raperos, son prácticas antiguas que se van renovando”, explicó Monestel.
Ha corrido mucha agua desde aquellos tiempos en que Ferguson era clarinetista en conjuntos musicales, grababa sus composiciones en cassettes y se divertía en los ‘picones’. Para honrar su legado y mantener vivo el calypso en nuestros días, conozca a continuación las historias de Stephie, Mikey y Ramón, los tres jóvenes músicos que presentamos al inicio de este artículo y que sean nutrido de sus antepasados para incursionar con fuerza y estilo propio en este singular género.
Stephie Davis: Romper prejuicios en el Calypso
Para la artista limonense Stephie Davis, incursionar en el calypso significó romper prejuicios: los propios y los ajenos.
La cantante, que durante años ha explorado géneros como el r&b, el reggae o el hip hop, recuerda que su primer acercamiento con la música fue en el gospel, pues fue criada en un hogar cristiano. Su afición musical comenzó observando a su papá, quien tocaba varios instrumentos y solía comprar cassetes y cintas VHS.
Es originaria de Limón, lugar en el que actualmente radica, pero vivió aproximadamente 12 años en San José. Llegó a la capital para estudiar la carrera de Recursos Humanos y posteriormente se quedó trabajando. Según comenta, allí dio sus primeros pasos serios en la conformación de su carrera artística.

Su vinculación con el calypso, como es natural, se dio en su natal Limón. Asegura que este movimiento es muy común en la provincia y que al ser tan cotidiano durante mucho tiempo lo pasó por alto, sin profundizar en su historia.
“Empecé a entender que era parte importante de mi cultura ya un poco más grande, cuando uno adquiere más conciencia. Escuché a más nombres como Walter Ferguson, Kawe Calypso y otros calypsonians importantes para este género”, declaró Davis.
Su incursión en el calypso se dio de la mano de Manuel Monestel, quien le propuso producir el álbum Queen of the sea, estrenado en el 2022 a raíz de los 150 años de la llegada del barco Lizzie a Limón. Esta embarcación fue la primera en la que viajaron a Costa Rica personas provenientes de Jamaica para, en su mayoría, trabajar en la construcción del ferrocarril a Limón.
“Nunca había pensado en sacar música calypso, tal vez porque uno tiene una percepción, primero, de que no hay mujeres haciendo este género, y segundo, yo decía que mi voz no era para cantar calypso. Uno tiene esos estereotipos en la cabeza”, confesó.
Admite que al principio tuvo cierta reticencia a involucrarse en el proyecto, pues no quería faltarle el respeto al legado de los calypsonians. No obstante, consultándolo con amigos, cayó en cuenta de que esta música es parte de su cultura y que debía cruzar estos obstáculos mentales.
“Era una oportunidad de romper estereotipos, no solo en cuanto a que no hay muchas mujeres en el género, sino también en que casi no hay personas jóvenes. Mucha gente me ha dicho que le gusta mi voz en calypso y qué dicha, porque era uno de los miedos que tenía”, comentó la cantante.
Otro de los retos que enfrentó fue el de cantar canciones que no fueran compuestas por ella. No obstante, afirma que Monestel le dio mucha confianza y escribió temas que van mucho con su identidad personal y artística.
“Por ejemplo, una de las canciones que se llama Calypso cabanga habla de como los limonenses a veces tienen que emigrar a San José. De cómo nos vamos por necesidad y extrañamos nuestra tierra. Yo, 100%, me relacioné con esa canción, porque fue algo que yo viví”, concluyó.
Ramón Morales y sus raíces con sabor a ‘Leche de coco’
A Ramón Morales, fundador y líder del conjunto Leche de coco, la música le viene de familia. Desde su lado materno, rememora los momentos que pasó con su abuelo, un coleccionista de música con quien se encerraba desde niño a escuchar sus discos.
En su familia paterna, proveniente de Limón, se encuentra ya no solo con apasionados, sino también con ejecutantes. Su abuelo Ramón Morales Matus (a quien no conoció) fue compositor de boleros y su tío Sergio ‘Flee’ Morales es músico de calypso y toca el banjo.
Morales empezó en la música lejos del calypso, cuando con 13 años recibió lecciones de guitarra eléctrica. En ese entonces, con la iniciativa que aún lo caracteriza, fundó una banda de punk en el colegio.
Fue hasta recién ingresado en la carrera de antropología en la Universidad de Costa Rica que conectó con el calypso, o más bien, tuvo un reencuentro; pues esta música forma parte de sus raíces.
En su etapa universitaria se topó con el taller formativo de expresión musical, dirigido por Manuel Monestel. Quedó fascinado con el grupo, buscó audicionar y se quedó durante años. Entre giras, ensayos y presentaciones fue cautivándose por el calypso y la cultura afrocostarricense.
“Una vez, escuchando una emisora de Nicaragua, escuché una canción de Dimensión Costeña llamada Bluefields Express y me llegó un montón. Me puse a investigar y me di cuenta de que era la música de mis raíces, porque mi familia también es del caribe nicaragüense”, relató.
En las giras realizadas con el grupo universitario comenzó a vincularse con la agrupación de Cahuita Kawe Calypso (en ese entonces Kawe Vibrations). El banjo le llamó la atención cuando vio la forma en que lo ejecutaba al integrante de esta banda, Alfonso Goulbourne ‘Yayanti’ (ya fallecido).

En esa convivencia con la agrupación de Cahuita comenzó a “travesear” el instrumento. Luego reunió dinero para adquirir uno propio y de nuevo emprendió otro viaje a sus raíces: contactó con su tío para que fuera su maestro en el banjo.
“Todavía es mi mentor y tengo mucho que aprender de él. Me regaña con frecuencia, pues me dice: ‘Tiene que buscarme todas las semanas, aunque sea un ratito, porque yo me voy a ir de este mundo y no le voy a enseñar a nadie, así que póngase las pilas’”, cuenta con humor el músico josefino.
En el 2015, Morales tenía una banda de fusión afrolatina llamada Las Ceibas, la cual se desintegró dejándolo con un caudal de energía creativa que necesitaba redirigirse hacia otro proyecto. Para ese momento coincidió con Keyvin Arriaga en un grupo conformado de forma contingente, para asumir unas presentaciones semanales para las que los habían contratado.
Así, “matando chivo” y con una inquietud enorme por continuar con el calypso, Morales comenzó a buscar miembros para su banda. Antes de la pandemia llegaron a ser seis, pero actualmente su conformación varía según la presentación, destacando como miembros habituales él, Arriaga, Diana Avellán y Samantha Carrillo.
“Partimos del principio de que somos gente de diversa herencia cultural y vamos a respetar eso. Lo que hacemos es poner todos esos ingredientes en una olla y buscar el mejor sabor. En parte es un reflejo de la identidad costarricense y su multiculturalidad”, expresó el antropólogo.
Dentro de esa olla, entre cuyos ingredientes sonoros destaca el quijongo, el banjo, el saxofón, las congas, la batería y el teclado, es evidente que no puede faltar la ‘leche de coco’. De acuerdo con Morales, nombrar así a la banda fue idea de su compañero Arriaga, quien también es cocinero.
“Es uno de los principales ingredientes en la cocina caribeña, lo lleva el rice and beans, el rondón, los panes... Para poner un ingrediente a juntar todos los demás, ese debía ser la leche de coco”, comentó.
La primera producción de Leche de coco fue en 2015, con el álbum en vivo La movida caníbal. Además de este lanzaron el sencillo The Old Friend, en 2017, y un disco junto al músico mizkita Johnny Hall, titulado Tahplu, publicado en 2021.
Los integrantes de Leche de Coco tratan de ensayar al menos una vez por semana, sábados o domingos, debido a los compromisos laborales y personales de los miembros. Los conciertos les generan un ingreso extra, pero mayormente lo vuelven a invertir en el mantenimiento y expansión de sus instrumentos y equipo musical.
“Dedicarnos al calypso es algo que los músicos hacemos por pasión, porque nos llama mucho la atención el género, nos gusta el ambiente, las posibilidades de viajar a países y vincularnos con una cultura tan grande como la aforcaribeña en Centroamérica”, confesó el músico.
La búsqueda incansable de Mike Joseph
Mike Joseph creció en Limón centro y unas de sus aficiones era ver videos de conciertos que traían trabajadores de los barcos. De esa manera, apreciando las presentaciones de artistas internacionales, le nació la inquietud por dedicarse a la música.
“El que más me llamó la atención era Beenie Man, porque cuando uno está más chamaquito le gusta más el dancehall, tal vez por que es un poquito más agresivo. Ese era mi artista y eso era lo que yo quería hacer, yo quería ser un Beenie Man”, recordó Joseph.
Hoy, con su grupo Di Gud Frendz, Joseph es todo un calypsonian, pero inicialmente su carrera se centró en géneros urbanos como el dancehall o el hip hop. Al igual que Stephie Davis conocía al calypso como una práctica cultural de su zona, pero no le había prestado la atención suficiente.

En el año 2003, el Festival Nacional de las Artes proyectó el documental Ferguson: el último trovador de Cahuita. En ese momento supo de Mr. Gavitt por primera vez y se sembró dentro de él la semilla del calypso.
“Lo vi y me quedé pensando: ‘Qué genial este señor, solo con la guitarra y me cuenta tantas historias’. Cuando usted le da la oportunidad de escuchar cada relato es como: ‘¡Wow!, ¿cómo no me han enseñado sobre esta parte cultural en la educación de este país?’”, comentó el artista.
No obstante, esa fascinación que nació en el 2003, no vio frutos en su carrera hasta 2015, después de una presentación internacional en un evento de música underground, en México.
“Regresé con un sinsabor de que lo que estaba haciendo no estaba mal, pero no me identificaba totalmente. Obviamente no soy jamaiquino, aunque tenga esa herencia afrodescendiente no puedo hablar lo mismo que ellos allá, porque no lo estoy viviendo”, relató el cantante.
A partir de esa experiencia dejó correr su inquietud y se embarcó en un proceso de investigación que lo llevo por diferentes caminos. Primero buscó acceder a la música, contactando a la emisora Radio Casino para que le facilitara los temas que tenían de este género.
Luego tomó clases de música en la UCR de Limón, leyó libros y se empapó de la cultura. Posteriormente localizó a diversos músicos de Calypso para que lo asesoraran y le pasaran el fuego sagrado de aquella música que sentía tan propia.
“Hubo choques entre generaciones, por la forma en la que yo lo hacía. Lo venía aprendiendo y los más viejos me decían: ‘No es así, lo está haciendo mal‘, y yo pensaba ‘ok, pero dígame cómo es‘ (risas). Después entendí que lo que estaban haciendo era defender su cultura”, narró con humor el músico.
Lo cierto es que componiendo e interpretando calypso ha logrado llenar de matices su repertorio como artista. Afirma que continúa formándose, pero que actualmente está muy cerca del sonido que busca, tras años de incansable lucha por encontrar la manera de sonar genuino y ser respetuoso con la tradición de sus antepasados.
“Hay un calypsonian en Tortuguero que se llama Rabbat Holmes y me dijo una frase que se me quedó marcada y es la siguiente: ‘El calypso es simple, pero no es tan sencillo’. Si usted ve un rap tiene un montón de palabreo, con un calypso yo puedo relatar todo lo que ese rapero hizo en 1000 palabras y convertirlas en solo 100″, comentó.
El futuro del calypso: resistencia y renovación
Aunque sería maravilloso caminar por Limón, sentarse en la playa y que todavía Walter Ferguson o Cyril Silvan estuvieran cantando por allí, eso no es más que un sueño. Lo que sí es una realidad es que el legado de estos músicos sigue vivo, aunque sus latidos dependen de que el calypso siga siendo relevante en las generaciones e insertado con fuerza en las comunidades.
Desde el 2018, cada 7 de mayo, se recuerda el nacimiento de el rey del calypso costarricense y con él la celebración del Día Nacional dedicado a este género. En esa fecha especial se baila la pieza Rice and beans en las escuelas y algunos medios buscan entrevistas con Manuel Monestel pero, ¿después, qué?.
Según Monestel, uno de las principales dificultades para mantener el calypso vigente es la ausencia de canciones de este género en grandes centros de difusión, como las emisoras o las listas de reproducción de plataformas musicales.
“El calypso no es parte de la industria musical internacional, para nada. Lo fue en los años 60, con Harry Belafonte, pero ahora es una canción popular, casi folclórica en algunos casos. La atención de las nuevas generaciones se va con otros géneros que suenan todos los días en la radio y son promocionados”, señaló el investigador.
Por otra parte, destaca las incursiones de artistas como Mike Joseph y Stephie Davis, quienes vienen de otros géneros musicales y han logrado fusiones interesantes.
“Yo no espero que en 20 años los muchachos suenen como Walter Ferguson, pero sí espero que hayan oído a Walter Ferguson y elaboren sus nuevas sonoridades a partir de las raíces. La música sigue evolucionando, es viva, no se puede quedar ahí como un fósil”, sentenció.
Como parte de estas raíces que deben seguir presentes, a pesar de las evoluciones, Ramón Morales destaca la importancia de cantar y componer en inglés creole, como una señal de respeto y resistencia ante las amenazas culturales que ha vivido esta lengua costarricense.
“El calypso es un vehículo a través del cual se conserva la lengua y con ella la cosmovisión y la historia de regiones que fueron marginadas por la política, y donde se intentó eliminar el uso de estas lenguas. Es una especie de herramienta de resistencia cultural y por eso es tan importante hacer música en inglés creole”, declaró el músico de Leche de coco.
Mientras tanto, Mike Joseph es consciente de los “prejuicios musicales” que rondan a este género. Desde su bagaje en otros ritmos, que tienen mucho éxito entre los oyentes jóvenes, afirma que el calypso no tiene nada que envidiar y es capaz de convertirse en el género favorito de cualquiera.
“Si usted le da un chance para escucharlo bien, peligra enamorarse del género. Hay calypso en muchas partes, la meca que es Trinidad y Tobago, San Andrés, Nicaragua, pero hay que recordar que aquí es Patrimonio Cultural”, afirmó.
Finalmente, Davis instó a otros artistas costarricenses, especialmente jóvenes, mujeres y afrodescendientes, a tener aprecio por el calypso, conocer de su historia y, eventualmente, incorporarlo a sus procesos artísticos.
“Tenemos que contar nuestras historias y no dejar que otras personas de otros lugares se apropien y cuenten historias que no le pertenecen. El calypso es nuestro y por eso es nuestra responsabilidad mantenerlo”, enfatizó la cantante limonense.