Bien ‘guindados’ de la carreta del ‘tata’. Así recuerdan los hermanos Arias su añorada niñez, bien correteada en las tradicionales, verdes y muy rurales fincas de La Paz de San Ramón.
Don Evelio, como se llamaba el jefe de la camada, cargaba la yunta de bueyes con jugosa caña de su cosecha y sin demorar la cosa echaba el viaje hasta llegar al moledor.
“Llevaba la tanda de caña a moler a un trapiche ajeno y le pagaban por tamugas (cuatro tapas de dulce). Si de la tarea salían 30 tamugas, se le pagaban pues las 30. Ese era el trato”, recuerda Carlos Arias, el mayor de los hermanos.
El cuento es que los chiquillos, curiosos y aventureros, se peleaban por ser los copilotos de don Evelio, descubriendo por rebote el arte de hacer ‘sobados’, “la miel" de caña y la tradicional tapa e’dulce.
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“Mi papá escogía a uno o dos de nosotros. No podíamos ir todos agarrados de los parales de la carreta. Pero ahí iba variando, hasta que poco todos fuimos conociendo como era la cosa en los trapiches. Cuando llegábamos al lugar, con la caña, comenzamos a ver como como se hacía todo”, explicó Carlos.
“Usted sabe que uno chiquillo es como una esponja. Todo lo absorbe, por lo que nos fue fácil aprender este oficio, además de aprender a quererlo”, agrega sonriente.
Pero don Evelio, quien murió hace unos 7 años, nunca imaginó lo que esos viajes iban a significar para su numerosa e inseparable familia. Sus ojos, mucho antes de apagarse, vieron a sus cinco varones fundar hace 30 años el Trapiche de los Hermanos Arias, uno de los pocos que conserva los dulces olores de antaño.
Allí mismo, en La Paz de San Ramón, se ubica el acogedor y pequeño trapiche. El mismo que, el 5 de diciembre de 1988, los Arias eligieron para hacer realidad su sueño.
A los hijos de Mapachín, como le llamaban a don Evelio, usted los encuentra desde entonces repartiendo nostalgias en el mismo lugar. Allí Carlos (68 años), Martín (63), Luis (61) y Bienvenido (60) y Óscar (58), llevan el sustento diario a los suyos, pero al mismo tiempo abren sus puertas para que no se quede nadie sin verlos trabajar el dulce.
En el trapiche no se cobra la entrada y, para seducirlo aún más, todo lo que se coma en el trapiche es gratis. Solo hay una condición en este conveniente y ventajoso trato: no se olvide de comprar algo para llevar.
La arriesgada apuesta.
A don Evelio, de entrada, no le gustó mucho la idea.
Óscar, el menor de los hermanos, un día llegó con la loca ocurrencia de conformar un trapiche entre todos y dejar de andarla ‘pellejeando’ por todo lado.
En ese tiempo, los cinco hermanos trabajan en trapiches de diferentes patronos. Siempre de peones, por lo que la voz de Óscar sonaba a auténtica revolución.
“Óscar de siempre ha sido de carácter. En ese entonces tenía como 28 años y trabajaba con el suegro. Y imaginó que el veía que el suegro molía mucho y que hacía platilla con eso. Entonces diay, un día soltó la bomba”, rememora Luis.
Don Evelio, que siempre vivió muy humildemente, se opuso al principio. Ordenado en sus cosas le tenía mucho miedo a “las jaranas”, pero el ímpetu de “sus cachorros” finalmente terminó convenciéndolo.
"¿Porqué no intentarlo?, debió haberse cuestionado don Evelio. Él mismo, por su propia experiencia, sabía que el trabajo de peón era duro y no pagaba del todo bien.
Todos los hermanos Arias, por lo general, comenzaron a trabajar en trapiches a la edad de 12 años. Salían de la escuela y las faenas con olor a dulce eran su destino en negocios de otros familiares o patronos cualquiera.
Siendo solo un niño, Luis lo recuerda bien. Llegó a trabajar hasta 16 horas en uno de los menesteres más duros del trapiche: “bagazear verde”.
“Bagazear verde es recoger lo que va quedando de la caña después de ser molida. Hay que recogerla y luego apilarla, pues se seca y sirve para prender la hornilla que calienta las pailas”, explicó Luis.
“Imagínese usted que en ese trapiche, donde yo trabajaba, se comenzaba a moler a las 2 o 3 de la mañana y la jornada terminaba como a las 7 de la noche. Yo era un carajillo y recuerdo que muchas veces caía dormido a la par de un rollo de bagazo. Era duro”, recordó.
En esas condiciones, el estudio era algo que también hubo que sacrificar. De los cinco hermanos, solo Carlos y Luis sacaron el bachillerato, en el colegio nocturno.
Pero después de eso, simplemente, no hubo chance para más.
Es importante señalar que don Evelio e Isabel Arias, su esposa, no solo tuvieron hijos varones. Toda la familia está conformada por 11 hijos, 6 mujeres y 5 hombres.
Una de esas mujeres (Rita), junto a Carlos y Luis, también sacó el bachillerato y fue la única que pudo asistir a la universidad.
“Para ayudarle a ella a estudiar, de algún modo, todos nosotros nos tuvimos que poner a trabajar”, acotó Luis.
Y fue en esas condiciones donde el trapiche propio comenzó a sonar como una justa y necesaria idea. Sacaron el ‘temido’ préstamo –¢400.000 de aquel entonces- y, con sus propios esfuerzos, comenzaron a construir el Trapiche de los Hermanos Arias.
Entre Carlos y Luis hicieron el galerón, otros compraron el motor para moler y por último pagaron a uno que otro contratista para hacer las pailas y la hornilla.
Y luego manos a la obra. ¡A moler!.
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“Vieras la contentera. De la fiebre que teníamos por tener trapiche propio sacamos como tres tareas el día que lo inauguramos. Rapidísimo fue", recordó Carlos.
Luis, por su parte, añade: “ese día estábamos los cinco hermanos poniéndole y todos los hijos de nosotros viendo como era la cosa. Era un orgullo aquello y le dimos como hasta las 10 p.m.”.
La primera experiencia fue satisfactoria. Sin embargo, de las cosas que no salieron tan bien, tomaron apuntes para mejorar la tapa de dulce. Había que hacerlo, porque la competencia era tenaz.
“Las primeras tapas las vendíamos en el centro de San Ramón. Había una plaza exclusiva donde llegaban a comerciar todos los trapicheros de La Paz. Era Luis el que iba, y cuántas veces se devolvió a la casa sin vender nada”, rememoró Carlos.
Haciendo cálculos, a esa plaza llegaban unas 15.000 tamugas de dulce, provenientes muchas de los 72 trapiches que, en aquella época, había en la zona.
Hubo tiempos difíciles, otros mejores. Pero el caso es que la deuda se pagó y el trapiche comenzó a levantar. Hasta un chapulín se unió al equipo, que jalaba la caña que cada hermano sembraba en sus finquitas.
“Pensando en eso... ¡cuánto hubiéramos añorado que papá hubiese tenido este trapiche desde que estábamos chiquitillos! Hubiera salido más avante la familia. No hay duda de eso, ya que como jornaleros nos tuvimos que sudar la chaqueta”, comentó Luis.
Ahora, como patrones, son ellos los que contratan personal y procuran tratarlos bien. Tienen a dos peones en su equipo de trabajo y un sobrino (Minor), que al parecer es el único de la próxima generación que le agarró cariño al oficio.
“Eso nos da nostalgia a nosotros. Todos nuestros hijos saben trabajar esto, pero ya han ido tomando otros caminos. Quizá vieron que esto es duro y entonces han buscado trabajo donde les pagan un poco mejor y les dan buen aguinaldo y todo eso. Eso no se puede hacer el campo, el campesino es muy discriminado”, expresa Luis.
Pensar que la tradición se va a perder es lo único que le pesa a estos hermanos, ya que, por lo general, son puras risas y buena vibra.
Comienza el show
Todos los miércoles, además de los segundos y cuartos sábados de cada mes, son de faena fija en el Trapiche de los Hermanos Arias.
Desde tempranito los Arias se levantan para tomar sus puestos respectivos, procurando que al final del día se saquen unas tres buenas tareas (tandas de miel).
Bien coordinados Bienvenido se faja en la molida, mientras que Carlos es el encargado de atizar el fuego y administrar el dinero.
Minor, el sobrino, se ocupa de limpiar el jugo de caña y también de la calada, que es ponerle cal a la miel para que las tapas no se peguen en los moldes.
Martín, por su parte, es el mielero. En otras palabras es quien da el punto a la miel y quien forma las tapas en los moldes.
Óscar, y en ocasiones Luis, hacen el famoso ‘sobado’, uno de los productos más apetecidos del lugar.
Todos, bien fajados, cuentan los minutos para que el público llegue. En un abrir y cerrar de ojos, como una tribuna, tienen a su lado gringos, europeos y muchos ticos admirando su forzoso trabajo.
“Eso es algo hermoso para nosotros. Que la gente venga y comparta. Es Dios que nos ha dado este don de gente, que le gusta mucho a quien nos visita", comentó Carlos.
“Desde siempre fue así. Cuando recién abrimos todos estaban impresionados porque los Arias habían abierto trapiche propio y llegaban a vernos. Fueron pasando los años y esto no cambió. Ahora la gente va a otros trapiches y vuelve acá, pues dicen que no es igual el trato”, agrega entre risas.
Yo llegué al trapiche de los Arias por lo mismo que llegan muchos. Mi madre visitar un negocio de este tipo para recordar su infancia y mostrar a los suyos cómo era aquel oficio.
Por ese motivo, donde los Arias, es común ver a familias enteras como asiduos espectadores. Acompañados de nietos e hijos, como auténticos chiquillos, decenas de adultos mayores se rajan contando historias de antaño.
Y los extranjeros que van al trapiche no paran de maravillarse. Aquella excentricidad cultural, ajena a los lujos y a las comodidades citadinas, los seduce desde que arranca la experiencia.
Una pequeña sala, con unas diez sillas, recibe humildemente a los invitados. Al lado, una pared repleta de fotos del recuerdo se roba las miradas casi de inmediato, presentando en primer plano a don Evelio y a doña Isabel posando orgullosos con los cinco hermanos.
Más abajo luce una alcancía en forma de toro, para quien quiera colaborar con el trapiche. Recuerde que “es suyo y nuestro”, reza sugerente un rótulo del lugar.
Además, por cada rincón, sobresalen motivos de devoción católica. Una antigua imagen del Sagrado Corazón resguarda la hornilla y una oración dedicada al trapichero es de lectura imperdible.
“Todas esas cosas o costumbres nos las heredó mi madre (Isabel). Junto con mi papá siempre rezábamos el rosario y creo que, gracias a eso, nos hemos mantenido juntos todo este tiempo”, confesó Luis.
“De hecho eso fue algo que nos pidió antes de morir. Que nos cuidáramos unos a otros y así, gracias a Dios, lo hemos mantenido”, agregó con sentimiento.
Posted by Trapiche Hermanos Arias on Wednesday, May 1, 2019
No es casualidad que el negocio, en estos 30 años, se mantenga firme y boyante. Carlos admite que llevar una empresa entre cinco hermanos es complicado, pues no solo opinan diferente sino también se suman los pareceres de sus esposas e hijos.
“Hay momentos en que uno simplemente se hace el mae con las cosas y las deja pasar. Hay que hacerse el ‘cuerudo’. No hay que complicarse tanto”, admite.
Carlos, en esos casos, prefiere pensar en las cosas buenas de estar juntos. Además, mejor se concentra en vacilar con los turistas que llegan al trapiche, contestar preguntas de todo tipo y disfrutar de las cosas bonitas que les dicen.
Por cuestiones del idioma, con los angloparlantes cuenta un poco más el trato, pero con la ayuda de guías turísticos y el arrojo campesino, salen adelante.
“Una vez llegó una macha, una inglesa, lindísima. La guía me dijo que le dijera algo para que se sintiera contenta. Y yo le dije en vacilón: “Give me a kiss, my love” y bueno, la macha se pudo peor de avergonzada", narró Carlos.
“Pero vea lo que son las cosas. Yo estaba atizando y yo la invité a que atizara conmigo, y al final ella me dio el beso que le pedí. Me dio un abrazo bien bueno y se rompió el hielo. Comenzó a hacer preguntas, como todos, fue lindísima esa experiencia”, agregó.
Son en esas vivencias que los Arias toman el impuso para seguir. Para los cinco, no hay mejor paga que ver a la gente probando la miel recién salidita de la paila o saboreando, sin remordimientos, pedacitos de ‘sobado’ bien mezclados con hierbabuena, maní o rayadura de limón.
Esto no para, crece
Todos los meses los hermanos Arias pagan su seguro voluntario, pero de eso a pensar en pensiones o edades de retiro hay mucho trecho.
Su trapiche seguirá funcionando, literalmente, hasta que Dios quiera.
Luis, por cuestiones de salud, es el que ahorita ha tenido que apartarse un poco de las faenas. Pero eso sí, junto a su esposa, se las ha ingeniado para seguir vinculado al negocio e incluso potenciarlo.
Si usted va al trapiche debe saber que, justo al lado, existe un restaurante típico para calmar el hambre: la cafetería Flory. Es Luis quien atiende allí, ofreciendo aparte de la sabrosa comida una buena conversa, ‘sobados’ frescos y un arroz con leche de cortesía.
“Esta fue una idea de mi esposa. Ella es una persona muy emprendedora y tuvo la visión. Los que llegan al trapiche se quedan a comer aquí, o de vez en cuando llegan turistas en busetas desde otros lugares”, explicó orgulloso.
Y es que lo tradicional no riñe con lo formal. Aunque los productos del trapiche Arias no se venden en supermercados, no crean que su venta se limita al menudeo. Bajo la marca Los Mapachines –por ser los hijos de don Evelio–, cada tapa de dulce va bien etiquetada y hasta con código QR.
“Justo cuando estábamos haciendo los trámites de la marca y la etiqueta lamentablemente murió papá. Nos pareció lindo, entonces, ponerle así, Los Mapachines, en honor a él”, concluyó Carlos, conmovido.
Con ese distintivo, las tapas de dulce y demás productos del lugar llegan a la Feria del Agricultor de San Ramón, además de locales comerciales de Atenas y Esparza. El resto se comercia en el trapiche, colocando todo el producto en pocos días.
Y así los Arias pasan los días, los meses y los años: “Les va bien, muy bien”, aseguran. Jornada tras jornada no solo siguen llevando sustento a sus hogares, sino que coleccionan historias y miles de experiencias que atesoran en el corazón.
¡Son grandes los Arias!, pues mientras desarrollan el oficio que los apasiona, su trapiche desafía a la modernidad y no cesa de soltar el sabor dulce de la nostalgia. La tradición palidece, y lo saben bien, y es por eso que los Arias se erigen como una especie de superhéroes.
Entre cuatro pailas, un molino de caña y una hornilla caliente, se paran firmes y poderosos. Los Arias, de la mano, están en guerra con un villano llamado olvido.
¡Visítelos!
El trapiche de los Arias está ubicado en La Paz de San Ramón, 500 metros al norte del Comisariato La Paz. Si desea más información puede llamar al teléfono 2447 3610 o visitar su página de Facebook.