El 1° de junio del 2014, Dave Myrie estaba en Santa Ana celebrando su cumpleaños número 26. Frente al queque, pidió el deseo de ir a un mundial y apagó las velas. En ese momento, estaba descartado de la lista de 23 jugadores que conformaban la convocatoria de la selección de Costa Rica para la Copa del Mundo a celebrarse en Brasil.
Aquello de que la esperanza es lo último en perderse fue una máxima para el hoy exfutbolista. Ese primer día de junio, frente a las velas conjuró un pensamiento que —se relacione o no con aquel gesto de superstición— se convirtió en una realidad.
Nueve días después, cuando la Sele ya se encontraba en Brasil, Heiner Mora sufrió una lesión en el talón derecho mientras jugaba un colectivo. Aquel amargo momento dejó sin mundial a Mora, pero por ese carácter ambiguo de la vida, le abrió la oportunidad a Myrie de cumplir su sueño.
La noticia de un sueño
Después del cumpleaños 26 y ya resignado a su ausencia en el mundial, Myrie hizo lo que tantas veces le tocó hacer por la banda derecha; pararse duro y seguir hacia el frente. El entonces jugador del Club Sport Herediano inició la pretemporada junto a su equipo el 10 de junio de 2014, en Tamarindo.
El cuadro florense se entrenaba corriendo y más o menos en la quinta vuelta, Myrie escucha que lo llama el cuerpo técnico. Esto alborotó el panal entre sus compañeros. Waylon Francis creyó que era él a quien llamaban, mientras que Víctor Mambo Núñez y otros gritaban “mundial, mundial”.
“Ya había perdido la esperanza, pero igual cuando pedí el deseo, pedí ir a un mundial, porque andaba bien. Después pasa lo que pasa con la lesión de Heiner Mora. No sabía que iba a ser este, porque pensaba que si no se me dio, podía ir al otro (Rusia 2018). Incluso uno pensaría que iban a llamar a Kendall Waston o Carlos Hernández, que fueron los que quedaron afuera de la lista, pero ninguno era lateral derecho”, relató Myrie.
El jugador atendió el llamado y recibió la orden de dejar el entrenamiento y tomar un taxi desde Tamarindo hasta al aeropuerto internacional Juan Santamaría, en el que lo esperaba un vuelo rumbo a Brasil a las 9 p. m. Recuerda que en ese momento lo invadió la alegría de lograr algo que siempre anheló.
“Yo trabajé para eso. Lo agarré con mucha seriedad, porque cuando uno va a representar al país siempre quiere hacer las cosas bien. No todos tienen ese privilegio, pero yo tuve mucha constancia, algo que es muy importante en el fútbol”, declaró el deportista nacido en Limón.
“En ese entonces yo me estaba hospedando con Yossimar Arias. Le dije ‘Ahí le dejo el cuarto, cualquier vara veáme por tele‘, pero vacilando porque él era muy charlatán”.
Al otro extremo de Costa Rica, en Puerto Viejo de Limón, se encontraba su hermano, el también exfutbolista Roy Myrie, atendiendo las quejas de unos vecinos. Según relata Roy, uno de sus hijos gemelos botó la bola de un vecino en un terreno baldío donde el monte es muy alto. Por esta razón, él se dispuso a entrar al charral y recoger el esférico de la discordia.
Iba caminando con mucha paciencia, en short y chancletas, lo cual asegura que fue una estupidez por la condición del terreno al que entró. Iba así, “fresco” como él mismo se describe, cuando su celular empezó a vibrar insistentemente en la bolsa de su pantalón corto, ese que no lo cubría bien de la maleza.
Pensó en ignorarlo, porque iba pendiente de su misión: recoger del charral la bola que mandó su hijo y terminar con las quejas vecinales. Cuando su celular vibró tanto como para preocuparlo de que se tratara de una emergencia, contestó y al otro lado lo saludó un inesperado mensajero con buenas nuevas: el narrador Harrick McLean.
De boca del Problemático (así le apoda el exfutbolista a la voz de Monumental) recibió el anuncio de que su hermano fue convocado de última hora al mundial de Brasil 2014. McLean trataba de entrevistarlo para obtener su reacción, pero Myrie estaba totalmente descolocado con lo que el periodista le comentaba.
“En eso que él me dice y caigo en cuenta, le corto y me pego un pique a traer la bola. Lo primero que hago es llamar a mi mamá y ella me confirma; imagínese la felicidad. Y empieza la travesía, porque le tuvimos que alistar pasaporte, ropa, una bandera firmada por toda la familia y un montón de cosas para toparlo en el aeropuerto”.
En el Juan Santamaría, Roy abrazó a Dave y le transmitió el orgullo que sentía por él. Además, juntos recordaron a su padre, quien en ese entonces tenía cuatro años de haber fallecido.
“Lo de mi padre fue algo inesperado, yo jugaba en el Filadelfia Union, fue muy lamentable y doloroso, por eso ahora le dedico esto, que es tan grande. Se lo dedico a él y a mi familia, a mi madre y a mis hermanos”, había declarado Dave Myrie a La Nación, en 2014, mientras viajaba en taxi de Tamarindo a Alajuela.
Vivir el sueño mundialista
Myrie viajó a Brasil junto a Álvaro Saborío, quien había quedado fuera del mundial por lesión pero fue invitado a tomar parte de la delegación costarricense. El lateral recuerda que, debido a que la distribución de cuartos ya estaba hecha, los primeros días de concentración compartió habitación con el dos veces mundialista y asistente técnico, Paulo César Wanchope.
En el país sudamericano también se topó inevitablemente con Heiner Mora, jugador que vivía todo lo contrario a él. Conversaron como dos compañeros leales: Myrie trató de animarlo y hacerle ver que eran circunstancias de la vida y Mora, en medio de su tristeza, le deseó lo mejor.
Días después, fue reubicado junto con su compañero de equipo, el portero Daniel Cambronero. Afirma que, aunque venía de vacaciones, se había mantenido mejengueando y corriendo. Además, desde su llegada a suelo brasileño se puso a disposición de los preparadores físicos.
Más allá de la ilusión cumplida, Dave tenía encendido el chip competitivo que lo hizo llegar hasta el mundial y por ende, no se quedó conforme con solo ser un espectador.
“Cuando uno va a un mundial, quiere jugar. Yo quería jugar, no sé como, pero quería jugar; uno está muy ansioso. Estaba en banca y (Cristian) Gamboa lo estaba haciendo muy bien, entonces a mí me tocaba esperar”, comentó el exfutbolista, hoy de 36 años.
Transcurrieron los días, la selección de Costa Rica fue matando gigantes y la espera de Myrie continuaba. Llegó el partido contra Países Bajos el 5 de julio. Corrían los minutos de aquel sufrido encuentro y Dave seguía en banca. Hasta que a los 78 del segundo tiempo, las piernas de Cristian Gamboa fallaron y al limonense le tocó el turno de saltar al campo.
“Vi ese estadio lleno y dije: ’esto es lo mío’. Entré con mucha confianza, pero recuerdo bien que el partido estaba caliente, con un buen ritmo y si uno entraba mal... dios guarde, ya era ir perdiendo. Por dicha pude hacerlo bien y dar seguridad por la banda derecha”, narró.
Durante los tiempos extra, participó de una jugada que probablemente todos los ticos tengamos en la retina y a la que más de una vez le hemos proyectado una conclusión diferente. Myrie recuperó el balón y lo cedió a Bryan Ruiz y este a su vez a Marco Ureña, quien regateó a tres jugadores neerlandeses, se adentró en el área y con todo un país con el cristo en la boca, terminó estrellando su remate en el portero Jasper Cillessen.
Después vino lo que todos recordamos. Van Gaal sacó un conejo del sombrero, o más bien una jirafa, para plasmar una imagen más cercana a la realidad. El espigado portero Tim Krul entró de cambio y dominó la tanda de penales, para darle la clasificación a Países Bajos a semifinales y terminar el sueño mundialista de Costa Rica.
“Era un grupo muy unido, eso fue lo que nos hizo llegar tan lejos. Después de esa tanda de penales, regresamos al camerino con un sentimiento de satisfacción, de que habíamos dado todo, que sudamos la camisa y nadie se podía reprochar nada”, afirmó el lateral.
Como en todo viaje de un héroe, después de la hazaña sigue el retorno. Costa Rica recibió a aquella delegación, a la que Myrie se había metido de último momento, con un júbilo que probablemente usted que lee esto, lo recuerde mejor de lo que yo puedo escribirlo.
“Dimos la vuelta en el avión y veíamos por las ventanas las luces. Nos esperábamos un recibimiento grande, pero jamás podíamos imaginar lo que pasó. Fue algo increíble, una sensación inolvidable. Ya después de ir a ese mundial uno dice que ya puede morir en paz”, comentó Dave.
En el recuerdo de muchos, la historia de Dave Myrie en Brasil 2014 quedó como un momento de fortuna. Es cierto, hubo algo de casualidad con la inesperada y lamentable lesión de Heiner Mora, pero hay que estar ahí, presto para aprovechar esa cuota de azar.
Si usted recuerda bien aquel último partido de la Sele contra Holanda, tendrá presente la agónica bola que Yeltsin Tejeda sacó de la línea de gol ¿Fue solo una casualidad o tuvo mérito Tejeda por estar situado en ese lugar? Le dejo la reflexión.
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Valoraciones subjetivas aparte, Myrie construyó una carrera con los méritos suficientes como para jugar una Copa del Mundo. Disputó el mundial infantil sub-17 de Perú 2005 y el juvenil sub-20 de Canadá 2007. Esto lo convierte en uno de los pocos jugadores costarricenses en haber jugado en las máximas citas de estas tres categorías de la FIFA, junto a otros de sus compañeros como Celso Borges y Joel Campbell.
Brasil 2014 fue para Myrie la consumación de sus sueños, aquellos que había tejido junto a su hermano mayor Roy, mientras crecían en Puerto Viejo de Limón. Afirma que esta gloria fue compartida, así como él vio un sueño cumplido cuando su hermano disputó los Juegos Olímpicos del 2004. Una por otra, a Roy le tocaron las Olimpiadas y a Dave el mundial; pero juntos construyeron un sueño familiar.
“Le mandé toda la energía positiva y vi hecho realidad un sueño que siempre quise pero no se me dio, que fue ir a un mundial mayor. Verlo entrar en el partido contra Holanda me llena de orgullo hasta el día de hoy y siempre se lo digo, que él nos salvó la herencia. Lo único que me faltó fue verlo patear un penal para que me diera un infarto”, expresó Roy Myrie sobre su hermano Dave, el que se metió en la página más grande del fútbol tico poco después de pedir un deseo de cumpleaños con sabor a futuro.