Si el romance entre Gustavo Matosas y el futbol tico nació sobre una mentira, puede que las cosas terminen tan mal como hoy se ven. ¿Qué tal si no conocía nada del balompié local y fue su habilidad para encantar la que embobó a los dirigentes?
Alguien que pide un campo en el avión para su encargado personal de imagen, a lo mejor no es más que un ilusionista. Si tan importante son sus redes sociales y la relación con la prensa, manejadas por un señor que le sigue a todos lados, tal vez su halo de seguridad no sea más que un disfraz.
Eso sería apenas anecdótico si la Selección hubiese tenido los días soleados que nos anunció tras su debut. Un poco de vanidad, algo de glamour, una sobredosis de ego, podría ser apenas una ventisca en medio de un aluvión de futbol ofensivo y del vértigo que prometió.
Lo escogieron porque encantó a los dirigentes. Sobre todo, por su conocimiento de los futbolistas jóvenes, con quienes asumiría el reto de un ansiado cambio generacional. Dicen las malas lenguas, viajeras permanentes de las redes sociales —que “su mano derecha” quiere controlar— que un buen amigo uruguayo fue quien le preparó ese diagnóstico.
De los debutantes jóvenes en su primera y segunda convocatoria solo sobrevive Keysher Fuller. Hoy va a la Copa Oro la Selección de los veteranos de siempre, apadrinada por los Marín, Leal, George y Cruz, a quienes Ronald González les puso la camisa tricolor.
Con tres derrotas y un triunfo sufrido, las tardes soleadas han dado paso a la lluvia de excusas. Que es hora de ganar la Copa Oro, que los jóvenes no pueden quedar desamparados, que los procesos son lentos, que los jugadores no le han captado su idea. Así marcha al frente de batalla, con los veteranos de guerra, apostando a que la experiencia lo cobije y lo rescate del infortunio de estos meses.
Esa Copa escurridiza tiene que devolvernos al Matosas prometido y anunciado por la Fedefutbol. No al dubitativo, que ve talento joven hasta debajo de las piedras pero se aferra a los veteranos. No al inofensivo que nos tiene con un gol en cuatro juegos pero nos prometió futbol de ataque. No al temeroso que ha buscado el respaldo de los consagrados del camerino, aunque sus días de gloria estén en el ocaso. No al conciliador que no se atreve a un pulso con los pesos pesados, empezando por Navas.
Los buenos resultados deben ser su mejor espejito. Nadie tendrá entonces que escoger las fotos con el perfil óptimo para sus redes, o andar confesando periodistas para saber qué piensan de su jefe. Al menos, a nadie le va a importar.