Cuatro partidos jugados: tres perdidos y uno ganado. Cuatro goles en contra y uno solo a favor, ¡contra Jamaica! Ese es el balance del señor Matosas con la Selección. Perdimos 2-0 contra Estados Unidos, 1-0 contra una novata Guatemala, 1-0 contra un Perú que ahora andan tratando de presentar como si se tratase de una de las grandes potencias suramericanas (¡nunca lo ha sido: lo que más ha logrado es un cuarto de final en 1970, y dos copas América: una justa que se ha celebrado en 46 ocasiones!), y doblegamos épicamente a ese titán, ese coloso, ese cíclope, ese monstruo del fútbol mundial que se llama… Jamaica, y ello por un golcito a cero.
No, amigos. A mí no me la hace el señor Matosas. El equipo no ha evidenciado crecimiento en el curso de estos cuatro grisáceos encuentros. No le veo a Matosas pasión, no le veo compromiso vital, no veo que haya involucrado la totalidad de su ser en esa frágil entelequia que llamamos Selección Nacional. La noción de “proceso” no significaba perderlo todo para luego hacer un papel pasablemente decente en la Copa Oro.
Matosas es un maestro de las relaciones públicas: tiene mundo, tiene clase, sabe hablar, capitaliza con su carisma natural y su apostura física, ha subyugado a una buena parte de la población femenina que sigue sus movimientos felinos con ojos exorbitados, tiene savoir faire, circunspección, es cool, flemático, jamesbondiano, elegante, y sabe tratar a la prensa porque es un seductor innato. En todos esos rubros, le damos calificación diez. Bien para él.
Pero yo no lo veo preparando y sumergiéndose en los partidos con la casi psicótica pero eficaz pasión de Jorge Luis Pinto, por ejemplo. Matosas luce détendu, con un aire de excursionista vacacional, que está probando suerte en el trópico húmedo, pero que no va a dejar los jirones de su vida y de su alma en la misión que se le ha encomendado. Quizás tiene razón en no hacerlo. Acaso sea una locura desvivirse por un equipo de fútbol. Yo respeto su distancia, su inalterabilidad emocional, su serenidad zen: es obvio que no morirá de un ataque agudo al miocardio. Pero me pregunto si es esto lo que la Selección necesita. Hubiera preferido a un energúmeno eficaz, que a un galán de telenovela ineficiente.