Serbia nos espera este domingo en medio de sensaciones extremas: augurio de desastre por las patéticas exhibiciones ante Inglaterra y Bélgica, o reencuentro mágico al estilo Brasil 2014.
Jugar ante equipos del Primer Mundo del fútbol nos exponía a eso: al riesgo de quedar en evidencia a las puertas del debut mundialista, sin tiempo para reaccionar y con la moral en estado de shock.
La decisión de foguearnos a ese nivel tuvo mucho de valor pues igual pudimos enfrentarnos a equipos de segunda fila, paquetazos que nos habrían inflado el ego previo viaje a la dimensión del engaño.
Al menos ahora sabemos a qué vamos, en qué estado llegan los grandes candidatos, cuánto nos separa de ellos y, sobre todo, si tomamos las decisiones correctas al llevar a Rusia a determinados futbolistas en detrimento de otros.
Y eso es responsabilidad del técnico, quién deberá responderle, a sus jefes y a la historia, si pecó de ingenuo al jugársela por este o aquel, cuando era mejor buscar respuestas en el medio local, con hombres de escaso millaje en la Sele, pero, al menos, en mejor estado.
Para disipar contradicciones, hace una semana escribimos que los verdaderos partidos eran los de la Copa del Mundo, los que dan o quitan puntos; es cierto, pero tampoco podemos evadir la realidad de lo que vimos en la última semana y media.
No se puede jugar tan mal, sin patrón, orden ni esquema, sin referentes, sin una idea clara, con producciones individuales y colectivas pobrísimas, sin respuestas del banquillo...
Y en este inventario de cosas negativas, nuestro entrenador la embarra y aparece a los ojos del planeta fútbol como un técnico que ni siquiera conoce el nombre de los futbolistas a los que nos enfrentamos.
Uno quisiera que el domingo la Sele se reencontrara con su mejor versión, que al nivel de Keylor, Pipo y Bryan, el resto sumara sus innegables condiciones y tejiera una coraza de equipo que nos inmunice contra el temor y nos lleve a abrigar la ilusión.
Porque pasó lo que previmos, es decir, que solo Keylor y unos pocos llegarían en el estado ideal, por las razones conocidas: lesiones, suplencias recurrentes, y malas temporadas individuales y de sus equipos, entre otros.
E intentar retomar la condición necesaria las vísperas del Mundial es imposible, como comprobamos en la recta final de la preparación, en donde, descontado el juego de exhibición ante Irlanda del Norte, Inglaterra y Bélgica nos empujaron a la realidad.
Quedamos en manos de la fe, de la buenaventura, de la posibilidad remota de que el equipo sea eso, un once capaz de rendir como en aquel 3-4 ante Rusia, la victoria ante Colombia en la Copa América Centenario, o el 0-1 contra Estados Unidos en su patio.
Pero, ¿funcionará así el fútbol?